Mi amigo El Poli escribía una elegía a otro colega finado y mostraba su sorpresa por una tontería habitual entre nosotros: “Su esquela dice que F. (su padre) M. (su madre) y J. (su hermana), todos fallecidos, ruegan una oración por su alma».
El amor a los seres queridos a veces nos hace seguirlos más allá de la muerte. Tanto que personas que nunca han practicado la religión, apartados de los sacramentos desde la adolescencia, son enterrados bajo el signo de la cruz; nunca sabré si por miedo, superstición o el qué dirán. Así es que dirijo automáticamente la vista hacia las esquelas que no son cruzadas y me encuentro casos tan insólitos como el de una señora con apellidos evidentemente magrebíes, que no muestra señales externas de religión, pero que “recibirá cristiana sepultura” en Oviedo.
Son un arte específico las notas necrológicas; tan sentidas, tan auténticas, tan profundas que a veces se adelantan al óbito del artista. La que sigue anunciaba el fallecimiento del rey emérito hace cinco años:
Una de las favoritas en mi colección de esquelas originales es una de hace 20 años, de un masón que según sus Hermanos de la Respetable Logia Simbólica Hermes nº13, “Fue acogido por el Gran Arquitecto del Universo…” La encabezan el compás y el cartabón, símbolos de la masonería. Ya se sabe, herramientas de construcción.
No menos original fue la esquela en la que Don Sixto de Borbón, la Comunión Tradicionalista y sus sobrinos, rogaban una oración por el alma el Excelentísimo Señor Ruiz de Galarreta, que en vida mereció la Gran Cruz de la Orden de la Legitimidad Proscrita, cuyo fallecimiento anunció ABC, diario de necrológicas de prosapia. Como la de aquel ciudadano que además de arquitecto técnico era “Caballero Gran Placa de la Orden Hispánica de Carlos V, Congregante Esclavo del SS. Cristo de los Alabarderos, Vocal de la Hermandad de Amigos del Benemérito Cuerpo de la Guardia Civil. Apasionado del trial y del mountain bike. Marido, padre y abuelo ejemplar”.
Ni más ni menos, pese a ello se lo llevó la Parca de todos modos, como ha de sucedernos al resto de seres humanos. Ya se sabe que solamente hay dos cosas ciertas en esta vida, la muerte y los impuestos. Por si acaso, en Burela, han declarado el cementerio punto limpio, para que no haya quejas de los inquilinos.
Sírveme además las esquelas para ver nombres curiosos. Sepan que murió un Audaz Alfredo, una Perseverada, un Solferino o una Walkiria, a la que por la edad de bautismo seguramente la obligaron a poner el María delante, como solían obligar los curas católicos. Una puñetera costumbre de hacer prevalecer sus fetiches sobre el resto; como el caso del último montañero muerto en Picos, que seis meses antes había subido al Urriellu un peñasco de ocho kilos en forma parecida a una virgen. El amuleto no le dio buena suerte, al parecer…
…Y justo cuando estoy corrigiendo estas líneas, se abren las compuertas del cielo y Valencia se convierte en un infierno, una edición local y en pequeña escala del Diluvio. Leeremos, oiremos, en los próximos días debates sobre si las autoridades actuaron correctamente; lo que sí tengo claro es que la ciudadanía estuvo a la altura, salvando vidas, compartiendo agua y alimentos, ofreciendo refugios…
La cadena SER dio un ejemplo de buen hacer, dejó de lado su programación nocturna y sin recurrir a la espectacularidad barata, ayudó a tranquilizar a las víctimas y sus allegados, a la par que informaba de la evolución de las lluvias, mitigando con profesionalidad la falta de electricidad y telefonía. Uno de sus locutores propuso usar como cortinilla la canción “Al meu país la pluja no sap ploure”.
Escrita por Raimon, tenía en su momento otros objetivos, ligados a la catástrofe humana de la posguerra, pero igual nos sirve para esta otra desgracia. Traduzco: “En mi país la lluvia no sabe llover. O llueve poco o llueve demasiado; si llueve poco es la sequera, si demasiado el desastre. ¿Quién le dirá cómo ha de llover?”