No está la defensora que aparece en la imagen intentando estrangular a la guardameta porque haya fallado estrepitosamente; antes bien, Cata Coll había tenido una intervención tan decisiva en los minutos finales del partido de semifinales que su compañera la felicita efusivamente.
No es bueno fiarse de las apariencias, ni es saludable rebotar todo lo que nos hacen llegar por las redes sin comprobar procedencia y veracidad. Hay mucha gente representando papeles. Dramáticos, como el Sr. Montoro, que es capaz de decirnos que vivimos por encima de nuestras posibilidades mientras jugaba, presuntamente, con las cartas marcadas. O cómicos, como la que se inventa el currículo académico. Más bien patético, porque para tener responsabilidades públicas no es menester titulación académica. Es la esencia del sistema, que una cajera de Alimerka pueda llegar a ministra.
Si le apetece, claro; aunque esté entrenada en tratar con el público, no sabe el riesgo que corre cuando se sobreexpone. Vean la foto de la anterior alcaldesa de Gijón cara a cara con un empresario.
Como en la otra imagen, no está intentando estrangularla, aseguro, la saluda afectuosamente, es un efecto óptico; el dueño de la fábrica de lácteos de Anleo tiene su genio, pero no es sospechoso de homicidio en grado de tentativa.
Efectos ópticos, espejismos, timos de la muleta, nos regalan últimamente los nuevos buscones descubiertos por la Fiscalía. Asaltadores del Erario que figuran ser para dárnosla con queso. No me molesto en relacionarlos, todo el mundo los ha visto en la tele. “Tengo la conciencia tranquila”, suelen declarar. No les duele, porque no la han cosechado.
Es una vieja tradición de la picaresca española. Cuenta Lázaro de Tormes cómo va de mal en peor en su elección de amo; en casa del hidalgo anda tan muerto de hambre que se ve obligado a pordiosear para comer ambos. El señorito devora los escasos víveres si bien ruega “te encomiendo que no sepan que vives conmigo, por lo que toca a mi honra”. No da un palo al agua, pero hay que mantener las apariencias. Exclama Lázaro, “¡Oh Señor, y cuantos de aquestos debéis Vos tener por el mundo derramados!”
No es bueno fiarse de las apariencias, ni es saludable rebotar todo lo que nos hacen llegar por las redes sin comprobar procedencia y veracidad. Hay mucha gente representando papeles.
Y tantos, porque no han de creerse vuesas mercedes que Picardía es una provincia española, en Francia estuvo ubicada. La palabra pícaro es de origen etimológico poco claro, no podemos echar la culpa de esta industria a los vecinos del norte, si bien en su corte real, antes de que la monarquía fuera jubilosamente descabezada, abundaban los casos de nobles que no llegaban ni a tener camisa, sino que para aparentar enseñaban puños y cuellos por fuera de la casaca. Quevedo en El Buscón (1626) señala similares comportamientos, en los mismos años que Charles Sorel en L’Histoire comique de Francion, (1623) satiriza la sociedad de su tiempo, critica severamente la Justicia y la Educación, que es donde empieza todo.
Al otro lado del Canal de la Mancha empieza una novela justo en un colegio. Las dos protagonistas femeninas, Miss Sharp y Miss Sedley, se despiden, “Les hemos hecho un gran ramo”. “Di un bouquet, Jemina; es más elegante”. La maestra no sabe hablar francés, pero lo encuentra más fino.
A día de hoy, las gentes pedantes y sus imitadoras tiran de inglés a lo bobo. Ejemplo, una hamburguesería de La Felguera de Langreo que se presenta a concursos de calidad ofrece la posibilidad de que te lleves la comida para casa o servirte a domicilio; esas opciones se explican así en los rótulos de su coche de reparto: “Take away & Delivery”. ¿Entendístelo, ne?
A día de hoy, las gentes pedantes y sus imitadoras tiran de inglés a lo bobo. Ejemplo, una hamburguesería de La Felguera de Langreo ofrece la posibilidad de que te lleves la comida para casa o servirte a domicilio; esas opciones se explican así en los rótulos de su coche de reparto: “Take away & Delivery”.
En la lengua oficial británica se escribió lo que puede definirse como la biblia de los que viven de las apariencias, “La Feria de las Vanidades” (Vanity Fair: A Novel Without a Hero, una novela sin héroe, 1847). La debemos a William Makepeace Thackeray, un auténtico experto. Dilapidó en un par de años la muy buena herencia que recibió de su padre, – con los naipes, entre otras inversiones poco rentables-, y tuvo que arreglárselas para intentar sobrevivir decentemente.
Fue el que consolidó la palabra “snob”, un término que ha definido perfectamente la categoría del quiero y no puedo; no ha precisado traducción. Los filólogos no se ponen de acuerdo con su etimología; dicen algunos que puede proceder del verbo “to snub”, mirar con altanería, otros que es abreviatura para marcar a los “sine nobilitate”, es decir, no proceden de la nobleza. Finalmente hay un francés que explica su contenido en la pronunciación: “empieza con una ese muy líquida, casi un silbido, y acaba como una pompa de jabón”. O sea, un snob no tiene nada dentro. Aire.
Mister Thackeray era un estudioso de la materia. Antes de La Feria había publicado las aventuras de Barry Lindon, que se codeó con la nobleza después de salir del barro de la aldea; tiene otra curiosa investigación, The Book of Snobs, by One of Themselves (El Libro de los Esnobs, vistos por uno de ellos).
Vanity Fair es ahora el nombre de una revista de famoseo, de esas figuras que no han hecho nada por la Humanidad, pero viven a lo grande. “Cómo vivir bien sin tener ninguna renta” es un capítulo de la novela que define muy bien la vida de las que salen en las páginas de la prensa rosa: “En realidad, en la casa de Rawdon nadie cobraba; ni el cerrajero que arreglaba una cerradura, ni el vidriero que reponía los cristales rotos, ni el alquilador de coches cuyo era el que el matrimonio lucía, ni el cochero que lo guiaba, ni el carnicero que suministraba la carne, ni el que proveía el carbón con que aquélla era guisada, ni el cocinero que la preparaba, ni los criados que la comían… Y queda demostrado que, de la misma manera que hay quien tiene casa elegante sin que le cueste un céntimo, hay quien vive sin carecer de nada y sin pagar nada”. Igual que El Buscón doscientos años antes, después de llevarse sus bienes furtivamente: “Alquilé una mula y salíme de la posada, adonde ya no tenía que sacar más que mi sombra. ¿Quién contará las angustias del zapatero por lo fiado, las solicitudes del ama por el salario, las voces del huésped de la casa por el arrendamiento?”.
El sentido del humor de William Thackeray bien se puede observar en este autorretrato, donde se representa con la pose de uno de los grandes héroes militares británicos, con caballo y todo.
Después de Trafalgar y Waterloo se va consolidando el glorioso Imperio Británico. Vanity: “En fin, nuestros amigos pueden contarse entre los primeros aventureros ingleses que invadieron el continente y estafaron en todas las capitales de Europa… Actualmente, apenas hay ciudad de Francia o de Italia en que no veáis algún noble compatriota nuestro paseando ese insolente descaro que nos distingue, y que estafa a los fondistas, roba a los constructores de coches lujosos carruajes, cobra cheques falsos, engaña a los banqueros crédulos, roba sortijas a los joyeros, a los viajeros cándidos el dinero y hasta a los libreros sus libros”.