“¿Qué tienen en común el césped artificial y la Inteligencia Artificial (IA)? Que ambos son artificiales”. Con esta pregunta comenzó un profesor una clase en la universidad el otro día. Y esto, lejos de hacer gracia como típico chiste malo, es algo que da mucho que pensar.
Hay una tendencia generalizada entre la población de consultar todo a herramientas de inteligencia artificial como ChatGPT, Copilot, etc. Lo hacemos porque nos da opciones, respuestas rápidas, compara gran cantidad de información y, además, de manera personalizada. No obstante, esto está creando un gran efecto a nivel social.
Resulta que empieza a producirse una brecha enorme entre las personas que utilizan la IA como una herramienta potente para mejorar lo que ya hacen, y las personas que utilizan la IA para hacer cualquier cosa sin siquiera pensarlo primero por sí mismos. Los primeros aumentan su productividad y sus resultados, mientras que los segundos merman su capacidad para pensar o crear.
Empieza a producirse una brecha entre las personas que utilizan la IA como una herramienta para mejorar lo que ya hacen, y las personas que la utilizan para hacer cualquier cosa sin pensarlo primero por sí mismos.
Podríamos extendernos e incluso debatir los pros y contras de la IA a nivel social, pero el punto más importante que quiero destacar, y con lo que comenzaba el artículo, es que es artificial. Necesita de nuestros datos e información para seguir desarrollándose, pero nunca será HUMANA.
Precisamente, estamos perdiendo la capacidad de raciocinio individual e incluso, aquello de dejarse llevar por las emociones. Porque hay veces que, como diría el filósofo Blaise Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”.
Recuperemos esos espacios para pensar, para cuestionarnos cosas y para utilizar la creatividad. Porque muchas veces la respuesta está dentro de nosotros, y cuanto más se trabaje el pensamiento crítico, menos manipulables seremos.