El veneno está en la dosis, y esto lo tenemos claro. No obstante, parece imposible predicar con el ejemplo cuando se trata del uso de pantallas.
De media recibimos 50 notificaciones al día, cada vez más profesiones requieren de estar 8 horas delante de una pantalla, y cuando necesitamos algo de descanso tendemos a mirar las redes sociales o la televisión. Cuando no es por trabajo, es por dopamina o entretenimiento y ya resultan actividades minoritarias leer un libro, divertirse con juegos o mantener conversaciones con la familia. Esto a priori, resulta inofensivo para el ser humano, pero no nos estamos dando cuenta de la gravedad de la situación.
Afortunadamente en la educación ya se está empezando a limitar el uso de tecnología, y se vuelve al papel y bolígrafo para tomar apuntes porque se está viendo una clara falta de atención y baja tolerancia a la frustración en el alumnado. Poco a poco se demuestra que la exposición prolongada a las pantallas, lleno de contenido adictivo y vacío, perjudica al ser humano.
Cada vez las pantallas nos consumen más tiempo de nuestro día a alejándonos de la reflexión, la calma, y de nosotros mismos.
Me gustaría poner un ejemplo de rutina diaria genérico y en el uso de las pantallas en la ciudad un día entre semana.
Al empezar el día y apagar la alarma consultamos notificaciones y redes sociales, desayunamos (un adolescente por lo general desayuna viendo TikTok) y nos dirigimos a la escuela o trabajo. En el transporte urbano decenas de personas mirando redes o contestando mensajes y no hace ni 2 horas que ha comenzado el día. Al llegar a clase en mi caso personal, cuando se habla sobre algo aburrido, el 90% se encuentra con el móvil consultando cualquier cosa que le saque del aburrimiento, lo cual pierde el foco y la concentración de lo que se está hablando en clase (y sí, en ocasiones también lo hago siendo consciente de que no debería, yo también cometo errores).
Al llegar a casa después de una jornada laboral a última hora de la tarde, después de preparar la cena, toca cenar con la tele puesta e irse al sofá para continuar viéndola. Incluso se pone la tele para conciliar el sueño en ciertos hogares.
Cada vez las pantallas nos consumen más y más tiempo de nuestro día a día, haciendo que estemos continuamente buscando dopamina, alejándonos de la reflexión, la calma, y cómo no, alejándonos de nosotros mismos.
No me resulta extraño que con esta rutina diaria haya más problemas de salud mental, la capacidad de atención disminuya y nos sintamos más vacíos que nunca.
Todo esto suena muy tremendista, pero chocarse con la realidad, aunque resulte incómodo, crea consciencia. No digo que con esto nos vayamos a desconectar de la sociedad, vivir aislados y sin tecnología porque no es necesario. El uso limitado y responsable de los dispositivos, nos aporta maravillosos beneficios, información y avances que de otra manera seria imposible de obtener.
La dosis hace el veneno. Somos humanos y cometemos errores. El entretenimiento está genial y en absoluto hay que ser extremista, pero con consciencia, limitaciones y buenos hábitos, podemos vivir en sinergia con los dispositivos y nuevas tecnologías.