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sábado 12, octubre 2024

Asturias no es Kosovo

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Leo en Fusión Asturias del mes de mayo una opinión de Xaviel Vilareyo en la que compara la situación de la llingua asturiana con la albanesa. La comparación me parece un tanto arriesgada: la represión serbia fue durísima en Kosovo, y aunque sí es cierto que se dedicaron grandes esfuerzos a erradicar el albanés como lengua, no es menos cierto que eso formó parte de una estudiada estrategia para erradicar a los albaneses como pueblo, genocidio mediante.
Cito el texto del señor Vilareyo: “Hai acciones polítiques que tienen como fin esterminar llingües, yá seya mediante la marxinación o l’esterminiu físicu de los individuos que les falen, escriban o reivindiquen y tamién mediante la imposición nel territoriu d’otra llingua estranxera que sustituya a la llingua propia del país”. Coincido en que la lengua se puede usar como medio de represión, pero me suena un tanto ingenuo pensar que puede ser un fin en sí mismo. No creo que ningún gobierno represor quiera eliminar un idioma porque sí, porque no le suena bien al oído. Más bien es una forma de machacar a sus hablantes, que han caído en desgracia por motivos políticos y, a la postre, económicos.
En el caso contrario, la lengua es también un instrumento de reivindicación de la propia identidad. Sin embargo, y siguiendo el razonamiento del señor Vilareyo, ¿alguien es capaz de “echarse al monte” y empuñar un arma por la única y exclusiva razón de defender su lengua? Quizá sí, no lo dudo (allá cada uno con sus motivos). La lengua se puede usar como medio de represión. No creo que ningún gobierno represor quiera eliminar el idioma porque sí, porque no le suena bien al oído.Pero en este caso concreto a lo mejor tuvo algo que ver la falta generalizada de derechos humanos en Kosovo, la permanente crisis económica, la dependencia política y, un poco más allá en el tiempo, la llamada “limpieza étnica”: matanzas y violaciones sistemáticas, con 40.000 albano-kosovares obligados a huir de sus casas. Ahí, en la cifra de muertos y refugiados, es donde la comparación con Asturias empieza a rozar la falta de respeto.
“L’asturianu entá nun ye llingua oficial d’Asturies, y ello non por decisión democrática del pueblu asturianu sinón por culpa de decisiones y acciones polítiques”. Así es. Y también que durante la dictadura hubo una represión lingüística en todo en territorio estatal, allá donde había idiomas propios y “minoritarios”. Tras la transición, algunos de estos idiomas han conseguido la cooficialidad, quizá porque sus comunidades han sabido gestionar mejor sus estatutos de autonomía. Por eso me resulta extraño que el autor, a quien veo sensibilizado con el tema, se dedique a atacar al gallego llamándolo gallegoportugués, juntando dos lenguas en una y tirando por la borda años de historia (habría que remontarse a la Edad Media), literatura y luchas sociales. Tampoco ha inventado nada, hay que reconocerlo: la postura reintegracionista considera al gallego una variedad del portugués. Por esa misma regla de tres, consideremos al asturiano como un dialecto del castellano, que es lo que muchos hispano-parlantes todavía piensan.
El objetivo de conseguir la oficialidad para el asturiano es muy loable: es un paso básico para normalizar un idioma. Pero está de más la comparación con Kosovo, donde la represión fue mucho más allá de la lengua, y la lucha fue a vida o muerte. Si la semejanza fuera tanta, el señor Vilareyo estaría exponiendo sus opiniones en la clandestinidad, y no escribiendo en una revista que se compra libremente en los kioskos. Algo habremos avanzado, pues.

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