Decidió hace ya mucho tiempo que iba a dedicar su arte al mundo de la infancia. Violeta Monreal, autora de diversas obras, compagina su labor de conferenciante con la ilustración y la creación de relatos.
Cuando acabó de estudiar Bellas Artes, le ofrecieron la posibilidad de ser profesora. Eso significaba un puesto fijo, un sueldo y una estabilidad, pero también renunciar a lo que realmente le gustaba. Decidió arriesgar y apostó por dedicarse a crear sus propias obras. Cogió una carpeta con sus dibujos y recorrió todas las editoriales. Fueron años duros en los que se encontró todas las puertas cerradas. “Yo no esperaba a que me encargaran trabajos -recuerda-. Les presentaba esas colecciones en las que tanto creía centradas en que los niños considerasen el dibujo como una herramienta fundamental para su educación. Las negativas que recibí me provocaban todavía más y cuando una editorial me decía que no estaba interesada, automáticamente cogía el teléfono para proponérselo a otra”.
Con el tiempo llegaron los encargos, la publicación de sus libros no solo en España sino también en Estados Unidos, Japón, Corea, Francia, Italia, Portugal o Grecia. Viajó a Nueva York y colaboró con la ONU en la ilustración de varios proyectos. Ha recibido numerosos premios y hasta le han puesto su nombre a un colegio en Valladolid y ahora, en su estudio, realiza proyectos para crear colecciones de libros en colaboración con diversas editoriales.
Cree en los errores, en los fracasos por encima de los éxitos. No hay más que ver su trayectoria.
Violeta es una niña que vive con los pies en la tierra y la cabeza en un mundo de color en el que reina la imaginación.
-¿Qué tienen los más pequeños que nosotros hemos perdido?
-Para mí la infancia significa grandes posibilidades. Todo es un horizonte despejado, lleno de ilusión y es importante que se den cuenta de que pueden llegar hasta donde quieran. Creo que esto los mayores lo perdimos, aunque he de reconocer que a mí no consiguieron cortarme las alas demasiado, pero supongo que todo depende de cómo haya transcurrido tu vida y sobre todo tu trabajo. Deberíamos seguir creyendo en que podemos cambiar el mundo y luchar por ello. Hay que obligarse a recuperar la visión de descubrir cosas nuevas y no caer en la rutina.
-¿Te sientes niña?
-Considero que no perdí la visión de cuando era niña. Todavía tengo que descubrir muchas cosas, mi trabajo más bonito está todavía por hacer, tengo un proyecto pensado para cuando tenga 70 años y lo tengo guardado como un tesoro. Estoy deseando ser vieja, pero con mentalidad joven, sin amargura.
“Cuando dibujo no pienso en crear una obra de arte, somos nosotros los que nos tenemos que convertir en ellas”
-¿Pasan los años pero no las ganas de vivir?
-Sí, porque a veces también te las quitan los demás. Hay que tener mucho cuidado con la gente con la que te juntas. Mi trabajo acaba siendo muy solitario, muy conmigo misma, mis libros, con los personajes que creo y que me discuten con qué papel los estoy haciendo o qué frases les estoy colocando. Es como si viviese dos vidas: una la mía y otra la de mis personajes. Cuando dibujo no pienso en crear una obra de arte, somos nosotros los que nos tenemos que convertir en ellas. Más o menos bien dibujadas, pero ese es nuestro verdadero trabajo.
-Dices que las cartulinas, los papeles te hablan y te dicen en qué se quieren convertir…
-Cuando dos personas hablamos, estamos creando un hilo invisible que nos une y con cada trabajo pasa lo mismo. Si yo sé escuchar al dibujo, él me va pidiendo todo lo que necesita. Cojo una cartulina, la troceo e imagínate que me salió una especie de triángulo, ya me está diciendo que quiere ser un vestido, un sombrero o un diente de dragón. Es como estar constantemente comunicándome con él. Pero como soy muy insegura pienso que va a acabar siendo algo horroroso. Tengo que resistir ese momento de dudas y saber que no es el dibujo el que me está diciendo eso, si no yo misma. A los niños siempre les digo que cuando se enfrentan a un trabajo, tienen que atreverse y eso es algo muy energético. Siempre va a haber un momento en el que vas a pensar “esto es difícil, no voy a poder”. No hay que hacer caso, hay que resistir y, cuando te das cuenta, esa sensación ha desaparecido y todo empieza a fluir.
-“Destruyo para construir” ¿cómo es esto?
-Imagínate que quieres dibujar un caballo. Lo primero es simplificarlo y convertirlo en una fórmula. Visualizo una mesa redondeada con las patas muy finitas y eso sería el cuerpo del caballo. Después un 1 lo convierto en la cabeza y el cuello, la cola y las crines son triángulos y las patas de atrás son dos triángulos finitos. Destruyo la imagen que tengo que hacer en formas sencillas. Luego las vuelvo a colocar juntas y ellas construyen lo que quiero. Es una forma de dibujar muy pedagógica y es la que suelo plantearles a los profesores porque está muy en conexión con la ciencia, la observación y la capacidad de síntesis. Creo en el dibujo como una herramienta para expresarnos. En el bolso, además de la cartera, tiene que ir siempre nuestro cuaderno y esto es lo que me gustaría fomentar en los niños. No se puede decir que alguien dibuja bien y otro mal. Se puede decir que lo hace de manera diferente, pero puedes llegar a conocerte a través de ello. A lo mejor no te dedicas profesionalmente a ello, pero es algo que te hace crecer por dentro, con lo cual no debes de dejarlo nunca.
“Siempre va a haber un momento en el que vas a pensar: esto es difícil, no voy a poder. No hay que hacer caso, hay que resistir”
-¿Te sientes libre a la hora de crear?
-Sí. Creo en el mundo de la infancia, considero que los niños se tienen que animar a leer y la ilustración es la primera puerta que los va a llevar a ello. Siempre pienso que no dibujo para mí, mis dibujos no son personales, tienen ese objetivo que me supera como creadora. No puedo creerme muy artista y plantear en un libro un dibujo que aparte al niño de la lectura. Tengo mis dibujos personales que no son infantiles, pero a la hora de hacer un trabajo para los más pequeños, debemos ser respetuosos hacia ese público al que nos debemos.
-Ahora está de moda el uso de la tecnología, pero ¿crees que se puede entender la educación de un niño sin un libro o una caja de pinturas de colores?
-Confío plenamente en que la tecnología se convierta en una herramienta más porque me parece muy válida y es el futuro. No hay que darle la espalda porque entonces estaríamos haciendo flaco favor a la educación. Pero tiene que ser algo que se coordine, porque los niños necesitan tocar, ver, romper y coger el lápiz. Supongo que, como es una evolución, las cosas se acabarán asentando. No me imagino una educación sin libros, cuadernos, lápices o bolígrafos, sin tener que escribir, porque es como quitarnos algo de nosotros mismos.
“Cada vez que dibujo, me estoy dibujando”
-¿Cada libro o cada dibujo es un viaje hacia dentro?
-Sí, totalmente. Me paso la vida dibujando, cuando estoy en el tren, cuando viajo… no puedo evitarlo. Parece que es algo físico que queda fuera, pero en el fondo no lo es. Cada vez que dibujo, me estoy dibujando. Por eso pienso que es muy importante que, sea cual sea el trabajo que hagamos, nos haga mejorar como personas, que no nos haga más negativos. Además, he adquirido una responsabilidad grande: cuando te plantas delante de los niños con un libro tienes que darles ejemplo, no puedes meter la pata, ponerte a guasear o a gritar. En ese momento tú eres la literatura.
-Hablas mucho de valores. ¿Cuáles son los fundamentales?
-Es una pregunta difícil. Para mí, la honestidad, sobre todo contigo mismo. Otro valor importante es no tener miedo a equivocarte. Y creo que con esto, sobre todo la parte femenina, tenemos que tener mucho cuidado. Somos imperfectas y podemos hacer cualquier trabajo sin ser las mejores. Nos educaron en que solo puede ser bailarina la que mejor baila, la que mejor dibuja es la ilustradora… Ganar no siempre está bien. Me gusta el planteamiento de que tenemos muchas vidas para evolucionar. También me parece vital ayudar a los demás, empatizar con quien necesita algo de ti. Dejar a un lado esa desconfianza que solemos tener los adultos y esto los niños lo valoran mucho.
-Además, los niños demuestran muchas veces una inteligencia y una madurez mayor que la de los adultos…
-Lo pillan todo. Una parte de mi trabajo, que para mí es fundamental, son los encuentros y los talleres que hago en los colegios con los niños, profesores o bibliotecarios. A los niños les hablo de filosofía, ética, valores, esfuerzo, de atreverse a cometer errores, de no rendirse, de hacerse preguntas constantemente sin plantearse si son correctas o incorrectas. Les digo lo mismo que les diría a los mayores, solo cambio la sencillez de las palabras. Ellos te escuchan como si les estuvieras contando el más maravilloso de los cuentos. Realmente dibujar es como ser científico, se plantean exactamente los mismos principios: atreverse y equivocarse. Y, sobre todo, tener mucha paciencia.
“A los niños les hablo de filosofía, ética, valores, esfuerzo, de atreverse a cometer errores, de no rendirse… les digo lo mismo que les diría a los mayores, solo cambio la sencillez de las palabras”
-¿Qué ocurre cuando se educa más en el miedo que en la valentía?
-Cuando esto pasa en la infancia, te va marcando y muy pronto dejas de hacer cosas por si acaso te equivocas o porque sabes que no te van a salir bien a la primera. Eso es lo que hay que evitar. Siempre tendemos a destacar lo negativo y tenemos que obligarnos cada día a hacer comentarios positivos, que se den cuenta de que no pasa nada, que es una evolución, un crecimiento. Estamos en desarrollo y, cuando somos adultos, seguimos equivocándonos.
-La superprotección ¿conduce al fracaso más que al éxito?
-Sí. Flaco favor se les hace cuando intentas que no sufran, cuando no es nada malo que lo hagan. Tienen que pasarlo mal, llorar, pero no tragárselo. Hay que soltarlo lo más rápido posible, compartirlo. A mis hijos, cuando eran pequeños, siempre les contaba pequeñas historias en las que les venía a decir que ante cualquier problema que no supiesen cómo solucionar no se cebaran con él. Que se dieran una vuelta o cogieran un libro, porque las soluciones iban a surgir solas. Es importante que lo que les dices a los niños no sean piedras que les metes en los bolsillos. Bastante tienen con enfrentarse constantemente a cosas nuevas. Por ejemplo, lo de la socialización está muy bien, pero si eres una persona tímida te cuesta mucho y sé que para muchos ir al cole es un horror. Pienso que hay que localizar siempre al silencioso, al que pasa desapercibido y crearle, tanto en su hogar como en su clase, ese palacio en el que vea que puede hablar con libertad sin que nadie se meta con él. Hay que crear lugares seguros.
“Siempre tendemos a destacar lo negativo y tenemos que obligarnos cada día a hacer comentarios positivos”
-¿Necesitas imaginar para vivir?
-Sí, necesito hacerlo y tener pequeños estímulos que pueden ser un viaje a un colegio o un comentario. A veces pasamos por alto las pequeñas cosas: una carta que te escribe una niña o cuando una chavalina se acerca a la caseta en la feria del libro y me recuerda que estuve en su colegio y que todavía tiene el libro que le firmé. Me gusta pensar que la huella que les dejo es para hacerles crecer como personas, pisando bien fuerte. En las clases siempre suelen ser los niños los que levantan la mano cuando pregunto cosas. Las niñas necesitan doble dosis porque están más calladitas. No tienen que ser tan buenas, tienen que atreverse a preguntar, a meter la pata y que les tengan que decir que por favor se callen.
-¿Qué significa para ti la fantasía?
-Es esa oportunidad que solo tiene el ser humano. Como tales somos capaces de disfrutar leyendo un buen libro de fantasía, cerrarlo y volver a la vida real. No se trata de ser tontos, pero en ese momento en el que estás leyendo, crees en los dragones, las brujas, en la magia y eso no se puede desaprovechar. Solo nosotros podemos disfrutar de cosas que no existen.
-¿Y el color? Tus obras son un auténtico derroche.
-El color es fundamental. Uno de los motivos por los que yo trabajo con papel es que, a la hora de dibujar con rotulador o con lápiz, no encuentro el color justo que quiero. Mi estudio es como una especie de universo de cartulinas de colores y cuando busco algo lo cojo exactamente, lo rompo y lo pongo en mi dibujo. Para mí la pregunta más difícil que me hacen es ¿cuál es mi color favorito? Nunca sé responder porque tengo épocas. En general me gustan los colores alegres, vivos y muchas veces me tengo que contener, porque no por poner muchos colores el dibujo está mejor.
-Tus padres al ponerte el nombre ya auguraron tu futuro.
-Mi padre es montañero, le encanta el monte y a mi hermana mayor le pusieron Edelweiss, a mí Violeta y a mi hermana gemela le iban a poner Gentiana pero al final la llamaron Ana porque mi madre se negó. Íbamos a ser tres flores de montaña. Estoy muy contenta con mi nombre.