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Nos encontramos ante un escenario de transición energética sin precedentes. El objetivo es doble. Por un lado, cubrir la demanda energética que dejará el final del uso de combustibles fósiles. Por el otro, ayudar a revertir la triple crisis planetaria: cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación.
Una alternativa controvertida consiste en la generación de energía mediante la quema de biomasa forestal a escala industrial. Varios argumentos han sido expuestos a su favor. Analizamos a continuación estos argumentos y rebatimos los supuestos beneficios de la combustión de biomasa forestal.
Impacto climático
El aumento del dióxido de carbono atmosférico es el principal causante del calentamiento global. La industria proclama que la producción de electricidad mediante la combustión de biomasa forestal no incrementa los niveles atmosféricos de dióxido de carbono. El argumento consiste en que el carbono emitido volverá a ser secuestrado totalmente por la vegetación cuando ésta vuelva a crecer.
Sin embargo, mientras que la combustión libera el carbono en un instante, la captura de la misma cantidad por la vegetación requiere muchos años. Esto genera un incremento temporal de carbono en la atmósfera que no es asumible en un escenario de crisis climática.
Un segundo argumento sugiere que las emisiones son compensadas instantáneamente por la captación de la misma cantidad de carbono en una plantación forestal localizada en otra zona. Se omite que la vegetación de esa otra zona no podrá captar simultáneamente el carbono resultante de la combustión local y parte del carbono acumulado en la atmósfera durante décadas. Por tanto, la quema de biomasa frenará la reducción de la concentración de carbono atmosférico por la vegetación a escala planetaria.
Preservación de la biodiversidad
Uno de los argumentos a favor de la extracción de biomasa es que la adecuada gestión forestal y ordenación del monte garantiza la conservación de los bosques. Bajo este supuesto, la naturaleza dejada a su suerte estaría desordenada, y conservarla necesitaría intervención humana. La gestión forestal orientada al abastecimiento energético supondría así una oportunidad única para mantener valores elevados de biodiversidad.
Sin embargo, fue precisamente a partir de la colonización y transformación humana de los bosques mediante actividades agrícolas, ganaderas y forestales cuando se aceleró la extinción de especies. Cualquier gestión que retire vegetación natural va en detrimento de una parte esencial de la biodiversidad, incluidos los matorrales que terminarán dando lugar a un bosque.
Además, la plantación de árboles con fines de explotación energética tampoco frenaría la pérdida de biodiversidad. Los cultivos forestales están lejos de albergar los componentes y la funcionalidad ecológica de los bosques.
Limpieza del monte
Algunos promotores de la combustión de biomasa forestal se apoyan en un supuesto beneficio de la limpieza del monte. El descenso de la cantidad de “maleza” y “suciedad” del monte reduciría también la cantidad de combustible que ardería en los incendios. Limpiar el monte serviría además para reducir el riesgo de plagas forestales, cuyos precursores se alojan en la maleza y en la madera muerta.
Este argumento emplea términos peyorativos como “sucio” y “maleza” para referirse al matorral, al estrato arbustivo del sotobosque o a la necromasa. Sin embargo, tanto el sotobosque arbustivo como la madera muerta albergan componentes de la biodiversidad indispensables para el funcionamiento de los bosques.
Eliminar vegetación y su biodiversidad asociada para protegerla de los incendios es, cuanto menos, contraintuitivo. Además, culpabilizar a la vegetación de los incendios y de su severidad supone desviar el foco de los verdaderos causantes. En Asturias, por ejemplo, el 78 % de la superficie quemada en 2022 tuvo una causa humana.
Entre los factores humanos desencadenantes de incendios destacan las quemas para generar pasto. El acotamiento y la restricción temporal del uso de los suelos incendiados para su renaturalización reduce la incidencia de los incendios.
Por último, la simplificación de los ecosistemas que supone la retirada de biomasa no reduce el riesgo de sufrir plagas forestales. Al contrario, esta pérdida de biodiversidad puede reducir los mecanismos ecológicos capaces de controlar la explosión demográfica de patógenos y agentes causantes de plagas. No sorprende, por tanto, que las plagas devastadoras se produzcan mayoritariamente en ambientes simplificados como monocultivos forestales y no en bosques naturales.
Fijación de la población rural
Con frecuencia escuchamos que la explotación de los recursos naturales es un derecho y una necesidad para frenar el despoblamiento rural. Bajo este supuesto, la quema de biomasa a escala industrial parece una estrategia adecuada.
Sin embargo, a mayores de su insostenibilidad ambiental, la extracción de biomasa choca con otras formas de explotación forestal menos impactantes. Por ejemplo, el turismo de naturaleza de baja intensidad compatible con la conservación de la naturaleza se verá negativamente afectado por la extracción industrial de biomasa. ¿Tienen más derecho los partidarios de la combustión de biomasa que los interesados en usos ambientalmente más sostenibles?
Contaminación
Otro efecto de la combustión de biomasa habitualmente omitido es la emisión de numerosos gases contaminantes y micropartículas nocivas para la salud. Tales emisiones provocan problemas cardiorrespiratorios y son una causa importante de mortalidad. Asimismo, generan un coste económico sanitario desorbitado.
El acceso a un medio ambiente saludable es un derecho humano universal reconocido por Naciones Unidas. Por ello, los estados estamos obligados a promover aquellas soluciones sociales con menor impacto ambiental. Mas allá de falsas dicotomías del tipo ecologismo frente a desarrollo, o mundo rural frente al urbano, urge construir una sociedad madura capaz de identificar alternativas sostenibles desde el punto de vista ambiental y social.
Hugo Robles, Profesor en el Departamento de Biología de Organismos y Sistemas, Universidad de Oviedo y Alfredo Fernández-Ojanguren, Profesor de Zoología, Universidad de Oviedo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
(*) Foto: Nostal6ie / Shutterstock