Durante las últimas semanas, a raíz del escándalo del tabloide británico News of the World, hemos podido comprobar con asombro y horror hasta dónde estaban dispuestos a llegar algunos medios de comunicación que habían hecho de su falta de escrúpulos signo inconfundible de identidad.
Ha sido determinante para el final del periódico cruzar la línea roja de las escuchas ilegales, la interceptación de comunicaciones y el soborno a funcionarios policiales, que de eso nada más y nada menos están acusados los implicados en el asunto. Pero conviene recordar que estos comportamientos inaceptables se superponían a una consolidada y exitosa práctica del efectismo, la distorsión, la tendenciosidad y la simplificación interesada, notas distintivas del sensacionalismo, largamente gratificado con el favor de la audiencia (con una tirada semanal cercana a los 3 millones de ejemplares) y fuertemente sostenido por la mezcla de inquietud y oportunismo con la que los responsables políticos establecían su relación con el medio, en función de su interés coyuntural. La transgresión de limitaciones sustentada en el afán de negocio y el deseo de pastorear a la opinión pública bajo su influencia a golpe de titulares rompedores y ruidosas exclusivas acabaron convirtiéndose en brújula y destino del periódico, transportando a la prensa escrita -y llevándolo al extremo- el llamado infotainment del que el grupo News Corporation es adalid y exponente.
Es significativa la pervivencia y renovado auge del amarillismo en nuestros días, fenómeno aparentemente contradictorio con el avance en conocimiento y la cierta capacidad crítica que se presume a la ciudadanía en las sociedades desarrolladas.
A nadie se le escapa que el amarillismo periodístico no es precisamente una novedad, desde la época dorada de Hearst y Pulizter hasta el momento presente. Lo significativo, sin embargo, es su pervivencia y renovado auge en nuestros días, fenómeno aparentemente contradictorio con el avance en conocimiento y la cierta capacidad crítica que se presume a la ciudadanía en las sociedades desarrolladas. A ese reverdecer del sensacionalismo (por cierto, paralelo al del populismo político) se suma la renovación de formatos, la combinación de métodos –incluida la aludida hibridación entre información y entretenimiento-, la colonización de otros medios por este estilo y la franca retirada que, en contraposición, experimentan aquéllos que se resisten al embate del oportunismo, empezando por la llamada prensa seria, estatus que, por otra parte, no parece siempre atribuible a quien lo invoca para sí.
Hoy en día, salvo honrosas excepciones, es difícil ver un noticiario en el que no se convierta la información en descarnada materia de espectáculo (con agitadas sintonías ad hoc para las cortinillas que dan paso a las crónicas bélicas o de sucesos); en el que no se otorguen estatus similares a los acontecimientos sustancialmente relevantes y a la banalidad deportiva o rosa; en el que los acontecimientos de medio mundo apenas merezcan referencias ocasionales (¿cuánta información proveniente de Asia, África o Sudamérica llega al espectador?); o en el que las características físicas de quien presenta la noticia no sean las que predominen sobre su competencia profesional. Ni que decir tiene la fiabilidad que pueden merecer periodistas con pretensión de solvencia que no parecen tener reparos en ofrecer su imagen para avalar comercialmente infinidad de productos, táctica publicitaria que ha adquirido una irritante frecuencia. A esto se suma, tanto en televisión como en radio o prensa, la creciente confusión entre la legítima existencia de línea editorial de un medio y la concesión de licencia para transgredir los estándares primarios de rigor y seriedad que son exigibles por un mínimo de respeto a la profesión periodística y al inmenso valor que su función tiene en una sociedad democrática.
En esta era de paradojas que nos ha tocado vivir, pese a la amplia variedad de la oferta, es perfectamente posible que un ciudadano medio con un interés básico en la actualidad (el que le permite el acelerado ritmo diario), que vea informativos con regularidad, hojee la nueva prensa de éxito (desde la gratuita hasta la propensa al sensacionalismo) o se deje llevar por la selección de informaciones de los portales más relevantes de internet, acabe por no tener una perspectiva mínimamente sólida sobre las circunstancias de nuestro tiempo. Eso sí, encontrará entretenimiento (¡e incluso mera distracción!) en la llamativa presentación de la noticia, la frenética sucesión de imágenes o el rimbombante titular destinado a etiquetar el producto.