La Navidad cristiana no es otra cosa que la celebración del solsticio de invierno que bebe de antiguos ritos paganos, que en algunos casos intentó erradicar y en otros absorbió.
Ya comentamos desde estas páginas (nº 187 y 188 editados en diciembre de 2009 y enero de 2010 respectivamente) el tema de la celebración de la Navidad cristiana. Tal es el caso de los obsequios que se hacía la gente entre sí, en un primer momento condenados por la Iglesia, asumidos luego con la tradición de los Reyes Magos, entre los católicos, y el Papá Noel o Santa Claus, entre los protestantes. También comentamos la desaparecida costumbre del leño de Navidad (conocido como “Nataliegu” en Casu y Grau) común en multitud de países europeos y anatemizado por los clérigos a la costumbre de los aguinaldos, con personajes revestidos de pieles y máscaras y profiriendo cantares jocosos y profanos. Ritos que el cristianismo intentó maquillar y adaptar a su propio interés, aunque a poco que raspemos ese barniz vuelven a aflorar en multitud de manifestaciones. Hoy, para no repetirnos, vamos a hacernos eco de algunos mitos de tradición oral que transcurren por estas fechas y que tienen como núcleo central las maldiciones de la Virgen hacia aquellos, animales o personas, que no les ayudan en su huida hacia Belén.
En el Valledor (Allande) se dice que los judíos perseguían a San José y a la Virgen María que se dirigían a Belén. Por el camino se encontraron con unas ovejas y les preguntaron dónde iba a nacer Jesús, las ovejas respondieron: “En Beleeen, en Beleeen”. Entonces la Virgen echó una maldición a las ovejas: “Permita Dios que os coman los lobos”. Por eso, desde entonces, los lobos comen ovejas y ellas dicen: “beee, beee”. En un romance de Bustantigu (Allande) se explica por qué la mula no puede tener descendencia. El fragmento dice así: (…) “Nun teniendo más auxilio qu’el refugio d’una cuadra, allí parió la Virgen un niño con su gracia. Ente un buey y una mula y un peselbre en paya. La mula se las comía y el buey se las xuntaba, maldita seas tu mula, nunca fruto de ti salga”. (…)
En otro romance, esta vez parragueso, huyendo del Rey Herodes, es un labriego el que “paga los platos rotos” por un desplante: (…) “Caminaron adelante y a un labrador que vieron, “la” preguntado la Virgen: ¿labrador qué estás haciendo? Señora sembrando, unas pocas piedras para l’otru añu. El labrador fuese pa casa y a la mañana siguiente se marchó arar sos tierras, y parecía su era una grandísima sierra. Esi fue’l castigu que Dios le mandó por ser mal hablado, con quien bien habló” (…). El romance continúa encontrándose con otro labrador que contesta “sembrando trigo para l’otru añu” y la Virgen obrará un milagro y el trigo germinará de un día para otro inmediatamente. Sobre la maldición de la mula y las ovejas ni que decir tiene que los Evangelios nada dicen, pero en diversas mitologías la mula presenta algunos aspectos diabólicos. De todos modos la iconografía del buey y la mula son una constante en el arte medieval.
En cuanto a los Reyes Magos, nunca aparecen como tales, sino como unos magos que se dirigen a Belén guiados por una estrella que vaticina el nacimiento del llamado Rey de los Judíos. Nada más vuelve a decirse de ellos, aunque la tradición dice que terminarán siendo decapitados en la India y sus cabezas llevadas como reliquias a la catedral de Colonia, en Alemania. Como curiosidad decir que los tres Reyes Magos aparecen representados en el escudo del apellido Pena fechado en 1663 en Marentes (Ibias) en la, actualmente en ruinas, Casa del Salón. Lo cual dio lugar a no pocas leyendas en las que el apellido Pena o de la Peña, era descendiente directo de los míticos reyes.