Cuentan en Santo Estebo d’Eilao, que una vez, un paisano de nombre Pedro se vio sorprendido de noche por un difunto que lo llamaba por su nombre.
El vecino difunto había sido amortajado con un hábito de San Francisco de Asís y no podía entrar en el infierno, así que estaba condenado a vagar por el limbo hasta que alguien con valor se lo quitase. Así que Pedro le prometió hacerlo a la noche siguiente. Fue a ver al párroco que le cargó de reliquias, y así se presentó en el lugar armado de una foz con la cual trazó un círculo en el suelo y se introdujo dentro. (Trazar un círculo con una cruz en su interior es una forma habitual para protegerse de la güestia, Santa Compañía y de los muertos en general). Apareció el muerto y le pidió que cortara la mortaja de arriba abajo, pero Pedro no le hizo caso y cortó de abajo arriba, según iba rasgando el muerto iba desapareciendo enterrándose en el suelo, al final surgió una llamarada y el muerto desapareció para siempre. Si Pedro hubiese cortado de arriba abajo, se hubiera hundido con el difunto a los infiernos. De esta historia existen versiones en otros concejos asturianos.
Si bien en las creencias precristianas, los difuntos podían ser protectores de la familia, también existía la figura del “mal muerto”, del difunto vengativo, que podía provocar enfermedades al ganado o a la gente, por lo que debía ser conjurado. El cristianismo aprovechó esta creencia para obtener beneficios a través de las misas de difuntos.