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domingo 24, noviembre 2024

Capítulo V: Vagodonnaego

Adolfo Lombardero
Adolfo Lombardero
Escritor de "La Ayalga: el tesoro de Asturias"

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Elba dejó pasar el tiempo protegida del frío bajo aquella lona. Cerró los ojos y pronto se sintió adormecida por el calor que generaba su propia respiración y por el dulce balanceo de las olas. Luchó con todas sus fuerzas por mantenerse despierta.

Todos permanecían en silencio a bordo del Xalandrín, tan solo era audible el permanente tremor del mar, que en aquel momento se mostraba manso. El sol, ya oculto tras el horizonte, se obstinaba en seguir iluminando el cielo con una luz anaranjada que transformaba las nubes en un océano flotante, rojo, incandescente… Pero Elba no podía verlo desde su improvisado camastro.

Trató entonces de aprovechar aquel momento de calma y serenidad para ahondar en su mente. Era algo que había evitado hacer desde que volvió a la vida a bordo del Lluz de Serena. Se propuso navegar en la negrura de su olvido en busca de algún recuerdo perdido, pues las preguntas que se hacía a sí misma nunca devolvían una respuesta que apaciguase a Elba.

Al comienzo de su viaje interior los recuerdos recientes la acosaron con imágenes que desdeñó para poder concentrarse en la búsqueda de memorias anteriores. Su mente entonces se dirigió a la negrura, al abismo sin fondo. Parecía flotar en la nada, todo allí era calma. Eligió una dirección por la que avanzar, y aunque no había nada en aquel espacio oscuro donde se encontraba, pudo sentir cómo de alguna forma avanzaba y se desplazaba hacia alguna parte, a velocidad infinita, pues el tiempo parecía fluir de un modo diferente en aquel lugar.

Elba trató de aprovechar aquel momento de calma y serenidad para ahondar en su mente. Era algo que había evitado hacer desde que volvió a la vida a bordo del Lluz de Serena. Se propuso navegar en la negrura de su olvido en busca de algún recuerdo perdido.

Poco a poco aquel telón de negrura se fue transformando en un raro paisaje. Era como si viajase dentro de una burbuja, a una velocidad vertiginosa. Pronto comenzó a ver cómo su entorno se volvía una amalgama de imágenes y sonidos irreconocibles, como si un caleidoscopio cósmico hubiese conspirado para codificar sus pensamientos en un amasijo de vivencias, recuerdos y fantasías incomprensibles. Decidió seguir fluyendo por el leve mecer del éter hasta encontrar una señal que significase verdaderamente algo para ella.

Tan solo lograba ver formas geométricas delineando el paisaje, era como si la realidad de aquel espacio estuviese conformada por una maya invisible, imposible de rasgar.

Continuó avanzando y mientras se adentraba en un profundo valle de colores imposibles, veía desde su burbuja cómo las montañas transitaban a su lado velozmente y a lo lejos pudo divisar lo que parecía una especie de árboles multicolores. Dirigió su atención a aquel extraño bosque y la burbuja redireccionó su trayectoria hacia allí para atravesarlo en un instante.

“Nada” —pensó —. No pudo reconocer absolutamente nada, aunque de algún modo sintió que aquella realidad se definía más y más a medida que avanzaba.

“Voy a ras de suelo…, quizás debiera elevarme y buscar la raíz de mi alma en las alturas, donde aseguran que habitan los dioses”. No había terminado de hilar ese razonamiento cuando la burbuja ascendió tan alto que Elba sintió vértigo. Podía ver los valles, los ríos y las montañas de su mente desde allá arriba. Todo se alejaba y se empequeñecía con la distancia. Atravesó las nubes y dejó entonces de mirar el paisaje que quedaba a sus pies para concentrarse en la nueva negrura del firmamento. Oteó la oscuridad en todas direcciones y al hacerlo descubrió un único lucero que refulgía en la lejanía. La burbuja se puso en marcha. Se encontraba realmente lejos. El diminuto punto de luz se fue haciendo más y más grande a medida que Elba se acercaba a él y continuó creciendo hasta convertirse en un gigantesco sol que lo invadía todo y que la cegaba con su luz.

El astro era inmenso, mucho más de lo que Elba era capaz de concebir.

“Si en algún lugar voy a encontrar algo, de seguro que será aquí” —pensó, y dirigió todos sus esfuerzos en alcanzar el núcleo de aquella estrella. Se sumergió en la profundidad del omnipotente sol, y al hacerlo, la luz mutó totalmente sustituyendo el brillo amarillento de la superficie por una luz totalmente blanca, argéntea, que transmitía una paz y una armonía con el Todo que Elba no podría describir con palabras.

Y de pronto lo vio.

El Ángel Oscuro mostraba su pálido torso descubierto, a la vez que cubría sus piernas con un enorme faldón de un tejido tan negro que parecía un abismo sin fondo. Ocultaba su mirada tras un vendaje, también negro, y con su mano sujetaba una enorme espada.

Ante Elba se mostró un arco cuyas columnas parecían sujetar el cielo. En el centro de aquellas columnas se erigía un trono de inigualable belleza, y sentado sobre el trono reposaba grácilmente lo que a Elba le pareció un majestuoso Ángel de alas negras.

Era imponente, de un tamaño colosal.

El Ángel Oscuro mostraba su pálido torso descubierto, a la vez que cubría sus piernas con un enorme faldón de un tejido tan negro que parecía un abismo sin fondo. Ocultaba su mirada tras un vendaje, también negro, y con su mano sujetaba una enorme espada en una pose de total magnificencia.

Parecía estar esperando la llegada de Elba.

Elba se aproximó a Él cuidadosamente, sobrecogida por su presencia. El desasosiego comenzó a invadirla de una forma antinatural, como si el hecho de acercarse desencadenara en ella algún tipo de enfermedad del alma, aunque aquella sensación de alguna forma le resultaba familiar.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Elba.

—Nos encontramos en El Umbral de la Memoria —La voz de El Ángel provenía de todas partes, Elba pudo escucharla con total nitidez, brotando directamente de su propio interior. Era una voz profunda, extremadamente grave, como si aquellas palabras fuesen pronunciadas por un dragón.

—¿El Umbral de la Memoria?

—Aquí es donde los recuerdos se pierden para siempre, el portal que la memoria atraviesa para no volver jamás, el lugar por donde se han escapado las vivencias que no eres capaz de recordar.

«Los recuerdos son como cometas que vuelan al viento, unidos a sus dueños por un fino hilo que los mantiene sujetos. Yo he cortado con La Espada del Olvido todas y cada una de las hebras que sujetaban tus recuerdos y que has perdido en el Umbral»

—¿Quién eres?

—¿De veras aún no lo sabes?, la pregunta correcta sería ¿Quién eres tú, Elba? ¿Recuerdas tu pasado?, ¿tus seres queridos?, ¿de dónde vienes?
—No recuerdo nada. Acudo aquí en busca de respuestas.

—Los recuerdos son como cometas que vuelan al viento, unidos a sus dueños por un fino hilo que los mantiene sujetos. Yo he cortado con La Espada del Olvido todas y cada una de las hebras que sujetaban tus recuerdos y que has perdido en el Umbral.

—Entonces, ¿quién soy?

—Si logras desprenderte por completo de tu memoria, podrías ser quien quisieras.

—Quiero ser yo, aunque no sepa muy bien qué supone eso.

—Ahora mismo solo te queda tu nombre. Concédemelo y yo te recompensaré con el más placentero de los olvidos.

—¡Pero yo no quiero dejar de ser! ¿Cómo puedo recuperar mis recuerdos?

—¿Ves la luz que brilla al fondo del Umbral?, es la energía de tus pensamientos, la información que se esfuerza por volver a fusionarse con El Todo. Tu memoria permanecerá inerte en ese lugar hasta que la última persona que guarda tu recuerdo desaparezca. Después todo volverá a su estado original, a la absoluta oscuridad, al equilibrio de El Todo.

—¡Necesito mis recuerdos! Necesito vivir mi vida plenamente, consciente de mis éxitos y mis fracasos.

—Jamás lograrás pasar a través de mí por el Umbral. No hay nada que puedas hacer para olvidarme.

—Pero… ¿Por qué me haces esto?… —Elba sintió una ráfaga de desasosiego golpeando su alma como un ariete —¡¿Quién eres?! ¡Detén ya este castigo!

—Yo, El Vacío Oscuro. Yo soy El Olvido…

(Continuará…)

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