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viernes 26, abril 2024

Capítulo VII: L’Agüeyá

Adolfo Lombardero
Adolfo Lombardero
Escritor de "La Ayalga: el tesoro de Asturias"

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Con total asombro, Elba se acercó lentamente al huevo dorado sin llegar a creerse del todo lo que estaba viendo. Acercó la llama del candil para admirar la pulida superficie dorada en donde podía verse reflejada.

Al acercar la luz al huevo, una potente vibración proveniente de su brazalete sacudió su brazo con fuerza, y sin poder evitarlo, derramó la mecha y el aceite sobre la paja seca que cubría por completo el suelo del corral.

De pronto las llamas surgieron como una lengua flamígera y Elba con desesperación trató de pisotear el fuego para sofocarlo sin lograr ningún resultado.
—¡Fuego! ¡Fuego! —gritó mientras abría la puerta del corral y las aves huían espantadas.

Cuando la familia escuchó aquella voz de alarma salieron prestos con la intención de sofocar el incendio. Todo fue en vano. No disponían de suficiente agua, y cuando la agotaron después de lanzar numerosas calderadas, vieron con horror cómo el desastre se propagaba por el techo de brezo seco de su hogar.

Todo ocurrió demasiado deprisa.

Lograron salvar gran parte de sus posesiones antes de que las llamas engulleran la cabaña y el corral, y Elba no dejaba de pedir perdón a cada paso, mientras mil lágrimas dibujaban curvas blanquecinas al resbalar por sus mejillas tiznadas de hollín.

Al amanecer estaban exhaustos. Los cuatro permanecían en silencio observando los rescoldos humeantes de lo que unas horas antes había sido su único hogar.

Lograron salvar gran parte de sus posesiones antes de que las llamas engulleran la cabaña y el corral, y Elba no dejaba de pedir perdón a cada paso.

—¡Lo siento mucho! —logró articular Elba entre sollozos. Lloraba y lloraba, consumida por la culpa.

Lorián la abrazó tratando de reconfortarla y Xandru y Nel se sumaron al abrazo.
—¿Cómo ha podido ocurrir? —preguntó Xandru con tono pesaroso.

De pronto Elba logró contener su llanto al recordar el enorme huevo de oro que sin duda serviría para pagar tan enorme destrozo, y corrió al lugar donde se había originado el incendio, invitándoles a seguirla.
—¡Seguidme, vamos!

Cuando alcanzaron las ruinas humeantes del corral, los cuatro pudieron ver el huevo de oro totalmente intacto, reposando sobre las cenizas.
—Encontré esto en el nido de la pitina roxa —dijo señalando a la gallina de plumas rojas que distraídamente picoteaba por el suelo—, y al acercar el candil para observarlo, mi brazalete dio una sacudida causando que desparramase el contenido del candil.

Xandru observaba la pieza de oro con los ojos abiertos como platos. A su vez Nel comenzó a frotar sus manos, y transformando su gesto furibundo en una amplia sonrisa descolocada exclamó:
—¡Somos ricos! —una artificial euforia parecía haber colapsado la mente de Nel, que se reía con flojas carcajadas mientras dejaba caer su cuerpo, sentándose en el suelo, y se limpiaba el hollín de la cara con las mangas de la camisola.

Xandru levantó el huevo para observarlo bien.

—¡Pesa mucho! ¡Con esto podríamos comprar diez cabañas! — exclamó contagiado por el entusiasmo de su hijo.

Instintivamente Xandru y Nel buscaron con la mirada a la gallina, y Lorián, que ya se había anticipado a este razonamiento, la sostenía en brazos.

Nel improvisó una pequeña jaula con una nasa de pesca e introdujo la pitina roxa en ella. Xandru, tras la euforia inicial que le provocó el oro, pudo recapacitar bien a cerca de lo que suponía ser poseedor de tamaña riqueza. Y con un tono mucho más calmado y sereno le dijo a su mujer:
—El humo de las llamas habrá atraído la atención de los vecinos. Pronto aparecerán por aquí para ayudarnos. No deben averiguar nada acerca del oro, o estaremos perdidos. Si alguien se entera, lo más probable es que amanezcamos degollados cualquier día —y ocultó el huevo de oro en uno de sus bolsillos.
—Si la gallina sigue poniendo no tendrás bolsillos suficientes para ocultar tu riqueza —contestó Lorián que también había podido recapacitar acerca de lo que suponía volverse enormemente rico de la noche a la mañana.
—¡No te preocupes padre!, en un mes podremos comprar un ejército que nos defienda —Nel no lograba ver el lado negativo de aquella situación, encontrando siempre en el oro una solución para cualquier contratiempo.

“El humo de las llamas habrá atraído la atención de los vecinos. Pronto aparecerán por aquí para ayudarnos. No deben averiguar nada acerca del oro, o estaremos perdidos”

Elba asistía a los razonamientos de la familia sin haber digerido aún su sentimiento de culpabilidad, pues se creía plenamente responsable de aquella desgracia, por más que Nel se empeñase en sentirse rico y afortunado.
—Hombres mucho más poderosos que una simple familia de pescadores han sido perseguidos y ejecutados por mucho menos, hijo mío —respondió Xandru.

Elba pudo ver claramente la transformación interior que el muchacho estaba sufriendo, le inundaba la codicia. Se podía ver reflejado en el brillo de sus ojos, como si de una fiebre se tratase.
—¿Y qué debemos hacer entonces, padre?

Lorián se adelantó a la contestación de su marido:
—Alejarnos de este lugar. Ya nada nos ata aquí —dijo esto lanzando una mirada a las ruinas humeantes de lo que había sido su hogar hasta entonces.
—¿Huir?, pero… ¿A quién deberíamos temer ahora?

Nel parecía ofuscado. Se sentía falsamente rico y poderoso, como si ya fuese rey; como si no pudiese ver la realidad que le rodeaba en aquel chamuscado refugio, apartado de cualquier lugar, con sus ropas harapientas y la cara tiznada de hollín. Sin duda el oro estaba causando un brote de avaricia casi perverso en el muchacho.

Al observar esto Elba tuvo una revelación.

De pronto la muchacha hilvanó en su memoria varios sucesos en los que ella misma había estado directamente involucrada. Y dedujo que, por uno u otro motivo, todas las personas que se cruzaban en su vida acababan sufriendo algún tipo de desgracia. —“Debo estar maldita” —. Esa reflexión desencadenó un escalofrío que recorrió toda su columna. Todo encajaba.

Una lágrima solitaria resbaló lentamente por su mejilla y concluyó en aquel momento que debía alejarse de todos los seres que amaba.

La voz de Lorián la trajo de nuevo a la realidad.

—Pensadlo bien. El Xalandrín está preparado para zarpar…
—… Podríamos echarnos a la mar para no regresar nunca —Xandru acabó la frase de su esposa —. ¡Vamos! Reunid todas las cosas que podáis, no tenemos mucho tiempo. Debemos alcanzar la playa antes de que toda la aldea se presente aquí.

La voz apremiante de Xandru pareció despertar a Nel de sus ensoñaciones de riqueza y el muchacho obedeció a su padre diligentemente.

Entre los cuatro tardaron verdaderamente poco tiempo en reunir lo necesario, y emprendieron el camino hacia la playa.

Mientras recorrían el sendero Elba tomó su decisión: No embarcaría en el Xalandrín. Lo más probable es que acabasen naufragando si ella se encontraba a bordo —pensó —. Desde luego no entraba dentro de sus planes volver al mar de nuevo.

De pronto la muchacha hilvanó en su memoria varios sucesos en los que ella misma había estado directamente involucrada (…). “Debo estar maldita” . Esa reflexión desencadenó un escalofrío que recorrió toda su columna. Todo encajaba.

Al llegar a la playa todos se pusieron manos a la obra con los preparativos para el embarque. Cuando todos los bultos estuvieron cargados, Lorián y Xandru se subieron al Xalandrín, mientras Nel desataba las amarras y comenzaba a empujar la barcaza.
—¡Vamos Elba, súbete! ¡No hay tiempo! ¡Las olas comienzan a romper!
Con el agua por las rodillas los dos muchachos daban fuertes empujones al casco, que ya flotaba. Era el momento de subirse a la embarcación.

Nel se agarró a un cabo del Xalandrín y se subió a bordo en un hábil movimiento. De seguido se asomó por la borda y extendió la mano con la intención de ayudar a Elba.
—No voy a ir, Nel —Elba se detuvo en seco cuando el agua le alcanzó por encima de la cintura.
—¡Vamos Elba, agárrate! —El tono desesperado de la voz de Nel, puso en pie a Xandru y a Lorián.

Elba permaneció inmóvil.

—¡Nooo! ¿Por qué? ¡Elba! —Nel no lograba entenderlo, pero Xandru y Lorián habían comprendido perfectamente el sentimiento de determinación que reflejaba el rostro de Elba, mientras las olas diluían las lágrimas de la muchacha y el Xalandrín iba tomando distancia.

Permaneció inmóvil, permitiendo que las olas la sacudieran y observando la silueta de la familia. Nel totalmente apesadumbrado continuaba llamando a Elba entre sollozos.

En la distancia ella pudo ver claramente como Xandru la miraba a los ojos y en silencio levantaba su mano para despedirse.

“Así debe ser”. Pensó Xandru.

“Así debe ser”. Pensó Elba.

Cuando la distancia convirtió al Xalandrín en un minúsculo punto, Elba se dio media vuelta y encaminó sus pasos hacia ninguna parte. No había un rumbo que seguir. No había una meta, tan solo deseaba alejarse de todos y de todo.

“Supongo que mi condena comienza por la soledad”.

(Continuará…)

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