Cuando la navegación asturiana todavía se hacía a vela y a remo, se hablaba de unas extrañas luminiscencias que aparecían en los mástiles de los barcos y eran llamadas fuegos o lluces de San Telmo.
Se creía que eran presagio de tormenta o de naufragios. En realidad se trataba de un fenómeno eléctrico. Este fenómeno es interpretado de la misma manera por todo el Atlántico. En Bretaña se creían que eran augurio de que algún familiar de la tripulación iba a morir. En Portugal y Galicia también lo llaman “Corpo Santo” y durante la tormenta se invocaba “¡Salva San Telmo, Corpo Santo”.
San Telmo fue un dominico del siglo XIII de nombre Pedro González, natural de Frómista (Palencia) que murió como obispo de Tuy en 1246. Se decía que hacía milagros tales como amansar las tormentas desde la playa o caminar sobre las olas enfurecidas. Fue canonizado en 1741 pero las gentes de la mar ya lo tenían canonizado mucho antes. Previamente a la aparición del cristianismo los extraños “fuegos” que se aprecian en el palo mayor de las embarcaciones se atribuían a los Dioscuros, los gemelos Cástor y Pollux, de la mitología grecorromana, que ayudaban a los navegantes y calmaban las olas rescatando a los náufragos. Se representaban como dos estrellas de siete puntas. Así que San Telmo vino a suplantar este antiguo mito. En Asturias existen abundantes capillas dedicadas a este mítico santo, repartidas por la costa, buen ejemplo es la que se sitúa en La Poladura (Colunga). Algunas veces las lluces de San Telmo eran interpretadas como los “fueos fatos” es decir, eran las almas en pena de los marineros muertos en alta mar que se aparecían como augurio de desgracias.