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viernes 22, noviembre 2024

Igor Paskual. ‘Soy músico porque jugaba fatal al fútbol’

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Tiene la cabeza bien amueblada, y los pies sólidamente anclados en el suelo. De ahí que su segundo trabajo en solitario Tierra Firme, sea un paso más allá a lo que apuntaba el anterior LP: ‘Si el anterior era un disco heterogéneo, éste lo es aún más. Equilibrio Inestable reflejaba varias caras del ser humano, desde la más luminosa hasta las más oscuras, y Tierra Firme lo muestra todavía más. La raíz en ambos trabajos es la misma, pero con éste llego un poco más lejos’.



-Cantante, guitarrista, compositor, productor, escritor… ¿hay algo que no haga?

-No hago tantas cosas como parece. En realidad conozco mis limitaciones, que son muchísimas, así que lo que hago es organizar equipos con gente muy buena, que cubra hasta donde yo no llego. Esto es muy útil, especialmente en el terreno musical, que es eminentemente colaborativo.
Y la organización del tiempo es fundamental, sobre todo porque tengo tres hijos. Así que he tenido que renunciar a cosas que me gustan: antes hacía surf y ahora no, y veo menos a mis amigos, cosa que echo muchísimo de menos. Pero el tiempo, como bien sabes, no se estira…
-Escribe en prensa, lo mismo crónicas de conciertos que de partidos de fútbol. ¿El fútbol es otra de sus pasiones?
-Cuando escribo de música hablo de mi oficio y sufro más, pero del fútbol sé menos, no me meto en cuestiones técnicas y por tanto tengo menos presión. Y sí, es una de mis pasiones: soy músico porque jugaba fatal al fútbol. No sé cómo será ahora el mundo infantil, pero cuando era pequeño el que no sabía jugar quedaba en cierto modo desterrado a los márgenes del patio, que era el escenario de la infancia. Los que eran hábiles con la pelota lideraban la pandilla y tenían a las chicas detrás. No era mi caso, así que cuando agarré la guitarra fue como encontrar un lugar propio, que me permitió entrar en el mundo de una manera bonita y no mirar siempre desde las gradas.

«Mientras países como Inglaterra construyen su identidad a través de su patrimonio musical, aquí nos hemos limitado al flamenco»

-¿El fútbol como metáfora de la vida?
-Absolutamente. Es verdad que el fútbol tiene a veces ese punto de justicia poética, pero también suele ser profundamente injusto. Como es la vida.
-Además de los artículos en prensa, tiene varios libros publicados. ¿Cómo afronta esos saltos a la literatura?
-De momento, bastante bien. Escribir me lleva tiempo, por ejemplo un artículo es algo muy breve que tienes que redondear, es como una canción en miniatura. Al mismo tiempo escribir me libera de la música, en el sentido de que puedo matizar de una forma más racional que emocional, argumentando, desarrollando una tesis. Es algo que me enriquece muchísimo.
-Ha participado varias veces como profesor en el Aula de Música Pop-Rock de la Universidad de Oviedo. ¿En España vamos teniendo ya la idea de que la música «popular» también es cultura?
-En España somos un país maravilloso en muchos aspectos, pero es verdad que en este terreno tenemos cierto déficit. Hay dos razones para reivindicar la música popular. Primero, que todavía estamos pagando cuarenta años de retraso. Mientras países como Inglaterra construyen su identidad a través de su patrimonio musical, aquí nos hemos limitado al flamenco, que está muy bien, pero en España en los años 60 y 70 hubo bandas increíbles que habría que reivindicar.
Y la segunda razón es que en España la música tiene todavía un tejido industrial muy frágil. En otros países la cultura se cuida por identidad, pero también porque es un bien industrial y exportable. Mira Hollywood, que nos ha convencido a todos de que su cine es el mejor, y gracias a eso hemos consumido su música, sus coches, su ropa, sus neveras…

«Escribir me libera de la música, en el sentido de que puedo matizar de una forma más racional que emocional, argumentando, desarrollando una tesis»

-Ha sido siempre un admirador de David Bowie. ¿Qué ha supuesto su pérdida?
-Creo que, junto con los Beatles, es el artista más influyente: es la verdadera música del mundo postmoderno, el cambio, el disfraz, el pastiche, el incorporar todo. Lo que me enseñó Bowie cuando yo tenía quince años es que me podía gustar Dostoyevski y me podía gustar Iggy Pop: que se podía disfrutar de todo, de la «alta» y la «baja» cultura a la vez.
Emocionalmente me ha afectado su muerte, porque yo nunca había vivido en un mundo sin Bowie. Y no es ninguna broma: se ha ido uno de los pilares de nuestra cultura, ya no voy a esperar un disco nuevo a ver con qué nos sorprende y a dónde nos lleva. Me he quedado sin un referente y sin un guía y, suena raro decirlo, pero me siento más solo.

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