Intento retratar cada segundo de esa noche,
como si fuera posible hacerlo con palabras.
No hizo falta más que un beso,
nada más que el roce de tu boca
para que no haya más opción posible
que la de volvernos fuego.
Fuego azul, combustión perfecta,
un nexo de pieles del cual
ninguna de las dos
podríamos salir ilesas.
Era la 1 menos 10,
casualmente la hora que marcaba
el reloj de la pared,
un reloj que, dijiste, llevaba tiempo parado.
Hace tiempo que dejé de creer
en las casualidades.
Y es tan sencillo como que,
si sólo fuera sexo,
no me habría costado tanto irme.
Pero claro,
es que hacía mucho
que no me miraban así…
Resolvimos las ganas de un primer encuentro,
mientras aumentaba la necesidad de repetirlo,
tantas veces
como segundos caben en un día,
y sí,
has dejado marcas en mi piel,
pero no se comparan con la que tu olor
ha dejado en mi memoria,
ni pueden reducirse a un sólo poema.
«A ver qué escribes sobre esto»,
me retaste…
Así que, aquí va mi propuesta:
No dejes de besarme,
y prometo
no poder
dejar de versarte.