Como buen destino turístico, en Asturias hay mucho que ver y que hacer. Tanto, que a veces se descuidan los lugares básicos. Por sorprendente que parezca, hay asturianos que no conocen el prerrománico o turistas que vuelven año tras año, sin haber visitado nunca Covadonga. Por tanto, aquí va una pequeña lista con algunos de los ‘musts’ turísticos de la región: propuestas que no caducan y para las que hay que reservar un hueco.
Siendo realistas, las perspectivas de 2013 no eran buenas, pero el año se salda con un balance mucho mejor de lo esperado. En la temporada de verano Asturias recibió a más viajeros que el año anterior (10,43%), y también aumentaron las pernoctaciones (5,28%). De este modo la región se mantiene como destino, por encima de la media de la España Verde. La apuesta por la profesionalidad y el inevitable ajuste de precios han conseguido que las cifras respondan, con ciertas peculiaridades: aumenta (discretamente) el turismo internacional y se potencia Asturias como propuesta para los propios asturianos. Y aunque todavía es posible encontrar rincones semi-secretos, muy lejos de la masificación, tampoco hay que desdeñar las razones que hacen que Asturias se mantenga siempre en un buen puesto en la listas de destinos recomendados. Para unas vacaciones clásicas o para una escapada de fin de semana, la gente escoge Asturias por razones fundamentales que de vez en cuando está bien recordar y valorar: una lista básica que cada uno puede completar según sus gustos.
Prerrománico: piedras reales
Si el monarca Ramiro I levantase la cabeza, se mostraría sumamente complacido al ver que San Miguel de Lillo, la iglesia que mandó edificar en el año 842, no sólo resiste el paso del tiempo, sino que forma parte del conjunto de arte prerrománico más importante de la península. Y es que Asturias es una región privilegiada por su extenso patrimonio histórico monumental, huella de la monarquía en las primeras fases de la Reconquista. Entre las obras fundamentales se encuentran también Santa María del Naranco y San Julián de los Prados en Oviedo, Santa Cristina de Lena y San Salvador de Valdediós en Villaviciosa. La ruta del prerrománico es uno de los recursos turísticos de mayor tirón en el Principado, tanto para visitantes nacionales como internacionales.
En vivo y en directo
Bajo la denominación de turismo de experiencias hay todo un abanico de oportunidades para conectar con la esencia de Asturias. Los anfitriones se convierten también en compañeros en las escapadas, que compiten por presentar las propuestas más variadas e imaginativas. Por eso, el visitante se sube a las piraguas y desciende por las aguas del Sella, viaja hasta Taramundi para disfrutar de un amagüestu, bucea en los rincones más espectaculares de la costa cantábrica, o se adentra en las húmedas cuevas de Picos de Europa de la mano de los ganaderos, en busca de sus quesos tradicionales. Por un día es posible convertirse en elaborador de sidra, bajar a la mina, echar las redes al mar, aprender a batear el oro o cocinar cualquiera de los postres típicos de Asturias. Al final, la aventura realizada y las amistades creadas son la mejor maleta de regreso a casa, y cómo no, el principio de la siguiente experiencia.
Con la mochila al hombro
Y con el «cayao» para no tropezar en las piedras del camino, pues lo más espectacular de la región se descubre fuera las zonas urbanas, al adentrarse en cualquiera de sus Reservas de la Biosfera, que en Asturias son nada menos que seis. Las cabanas de teito del Parque Natural de Somiedo, el excepcional robledal de Muniellos, los hayedos de la Reserva de Redes, la riqueza etnográfica de Oscos-Eo y el basto patrimonio cultural de las gentes del Macizo de Las Ubiñas–La Mesa son algunas de las pinceladas que encuentra el caminante en estos espacios protegidos, que son además el refugio de la forma de vida más tradicional, unida a la tierra en claros ejemplos de desarrollo sostenible. El Parque Nacional de Picos de Europa merece una mención aparte, con la conocidísima Ruta del Cares o los lagos de Covadonga, el corazón de Asturias.
Turismo entre hierros y engranajes
Asturias sabe de carbón, de metalurgia, de transporte ferroviario y de tantos otros factores fundamentales en la historia de la industrialización española. La apertura del EcoMuseo Minero Valle de Samuño, en Langreo, que permite conocer el pozo San Luis y recorrer dos kilómetros en un ferrocarril minero real; y la de la mina de Arnao, en Castrillón, singular por su ubicación a pie de playa, han dado todo un impulso a un tipo de turismo que busca bucear en la historia a través del patrimonio arqueológico-industrial. A uno de los museos más visitados de Asturias, el Museo de la Minería (MUMI) en El Entrego, se unen otras propuestas como el Museo del Ferrocarril en Gijón o diversos equipamientos visitables en la comarca de la Montaña Central.
Una costa singular
Desde Cabo Peñas, el punto más septentrional de de la región, es posible empezar a apreciar la belleza de la costa asturiana. Todo un derroche de postales espera al visitante cuando se asoma al Cantábrico, encontrando larguísimos arenales que se alternan con calas casi privadas, agrestes acantilados y pueblos marineros llenos de tipismo. Hay más de doscientas playas, no todas tan accesibles y populares como la urbana San Lorenzo (Gijón) o el arenal de Aguilar (Muros de Nalón). Otras, como Frexulfe, Penarronda o Rodiles son frecuentadas por surfistas venidos de todas partes del mundo. Algunos puertos de mar mantienen una actividad pesquera estable, pero la mayoría se han reciclado como destinos turísticos: Lastres, Tazones, Candás, Cudillero o Puerto de Vega son algunos nombres inevitables.
Sabores únicos
Hay productos que definen a una tierra y la representan más allá de sus fronteras. En Asturias la tradición tiene a la fabada y a la sidra como máximas señas de identidad, pero no sería justo pasar de largo ante muchos otros platos que han dado a Asturias fama de buena mesa y buena anfitriona. Los pescados y mariscos del Cantábrico son un lujo para el paladar, las carnes reconocidas con la mejor de las calidades son frecuentes en la mesa, por no decir de los embutidos elaborados en la montaña asturiana. El pitu caleya, el gochu asturcelta, la pita pinta y la oveya xalda son otros de los manjares arraigados en la tierra, especies autóctonas que se recuperan y se reinventan en los fogones. Y, por supuesto, está el queso: más de cuarenta variedades, algunas con denominaciones protegidas, forman un panorama gastronómico nada desdeñable.
Y en materia de dulces, la fama de llambiones acompaña a los asturianos no sin razón, pues el tiempo que se dedica a la elaboración y disfrute de estas golosas creaciones es amplio. El resultado está a la vista con muestras como el arroz con leche o las casadielles, presentes en toda la geografía astur, y con otros más propios de cada zona, como los «carajitos» del profesor de Salas, la charlota gijonesa, las marañuelas de Candás y Luanco o el panchón de Aller.
Turismo de caleyas
¿Qué mejor forma para escapar del estrés, la contaminación y el ruido diario que disfrutar del turismo rural? Las casas de campo enclavadas en pequeñas aldeas son un destino preferente de los visitantes, y una buena opción para el turismo regional, permitiendo desconectar del ritmo diario a pocos kilómetros de casa. Este tipo de alojamientos son mucho más que una simple oferta de productos y servicios en un entorno natural: también permiten participar de la cultura y las costumbres de la zona.
En el interior o la costa, pero siempre en parajes espectaculares, Asturias se enorgullece de tener una amplísima variedad y una elevada cifra de alojamientos rurales distribuidos por sus 78 concejos. La visita a la web del establecimiento, o la charla directa con los anfitriones permitirá recabar toda la información necesaria para planificar excursiones por el entorno, sacando el máximo partido a los días libres.
A esto hay que añadir la posibilidad de disfrutar de la gastronomía local, muy unida a los usos y costumbres de la zona. Cada vez son más los establecimientos que no sólo ofrecen un lugar confortable y tranquilo para el descanso, sino también la posibilidad de compartir y participar en alguna actividad tradicional: ordeñar una vaca, preparar mermelada, recolectar los productos de la huerta o conocer las leyendas y juegos del pueblo. Bajo el sello de «lo rural», cada hotel, casa de aldea, apartamento o núcleo vacacional plantea sus propias opciones, en donde sólo hay que escoger.