Lo mismo utiliza un cuenco del Tibet para componer una de sus canciones que un caxixi africano o un didgeridoo de los aborígenes australianos.
El compositor e intérprete Pablo Canalís entiende que la música no tiene fronteras ni limitaciones, por eso a través de su trabajo se puede viajar por el folclore americano, el asiático o el africano sin renunciar a unos cimientos europeos. Con su primer trabajo en solitario desnuda una parte de sí mismo.
A Pablo Canalís se le conoce por su labor de bajista y percusionista en la banda de rock progresivo Senogul, pero con Folclores Imaginarios da salida al que reconoce como «un fuerte impulso creador». El resultado es un CD de música confeccionada con instrumentos de todos los continentes, acompañado de un libro que ayuda a comprender el origen, la evolución y la construcción de cada instrumento.
-Utilizas instrumentos de lugares muy diversos. ¿De dónde sacaste tanto material y la pericia para tocarlos?
-Lo más importante para conseguirlos es saber que existen. Siempre que veo un concierto en internet y descubro un instrumento que me gusta, lo investigo. La mayor parte del material que tengo lo compré directamente a los artesanos, evitando intermediarios. Por ejemplo los angklungs, que son instrumentos de Java, los compré directamente a un artesano de allí. Tardaron un poco en llegar porque vinieron en barco, pero mereció la pena esperar.
-¿Qué instrumento destacarías de todos los utilizados?
-Sería un poco injusto destacar uno sobre otro, pero tal vez el taishokoto japonés, un instrumento de cuerda que tiene unas teclas como las de una máquina de escribir. En internet descubrí el pariente hindú de ese instrumento, que se llama bulbul y se usa mucho en Bollywood. He hecho muchos temas con él, me ha dado mucho juego: las Sevillanas del Negrón, Vereda de los tunantes o el tema de Capoeira do deserto. Yo no toco la guitarra y digamos que esto es un sustituto; tiene un sonido bastante más agudo, pero a veces cumple esa función.
«Cuando te gusta la música no hay ningún instrumento del mundo que te desagrade, todo depende de su contexto»
-Has huido de la superproducción y has editado el disco manteniendo en ocasiones las primeras tomas, sin apenas tratamientos. ¿Por qué?
-No me gusta maquillar las cosas. Muchas veces escucho discos que suenan a hilo musical de ascensor porque son muy planos y pulcros, suenan sintéticos y no orgánicos. Los instrumentos están tan ecualizados que no suenan a lo que tienen que sonar, o para las voces se usan esos programas que corrigen la afinación. Este tipo de producción no me gusta, aunque ahora está muy de moda. Sí, corregí cosas, pero muchas veces usé las primeras tomas, porque me parecían más honestas. También es verdad que hay grabaciones que tuve que repetir cincuenta veces para que me quedaran bien.
-Te defines como un pintor de sonidos, alguien que hace paisajes sonoros con un fuerte contenido esotérico. ¿Puedes explicar ese matiz?
-Tiene que ver con lo que la gente llama inspiración. Yo me pongo a grabar cuando cuando estoy inspirado, con mucha gana y energía. Y a veces parece que esas ideas me vienen de otro sitio que no soy yo. Entonces tengo la impresión de que soy un mero transmisor. Le veo cierto componente esotérico porque a veces hay resultados que están más allá de lo que puedo explicar y de lo que me veo capaz de hacer. Además, por otro lado también me gusta la música de santería y utilizo algunos cánticos.
-Música sudamericana, asiática, tropical, africana… todo eso mezclado por un asturiano. ¿Qué factores entran en juego para esta particular alquimia?
-Simplemente tener inquietudes y no quedarte en lo más evidente o en lo que tienes al lado. Y cuando te gusta la música no hay ningún instrumento del mundo que te desagrade, todo depende de su contexto. Por la educación que tenemos es más fácil que asimiles mejor una muñeira que una raga de la India, pero puedes llegar a disfrutar de las dos, yo no tengo ningún tipo de prejuicios.