Los pueblos coañeses no han perdido sus señas de identidad. Ubicados en la costa, entre prados o a la orilla de los ríos Navia o Meiro, con su presencia recuerdan la esencia tranquila de la vida en el campo.
Evocar mentalmente el nombre de Coaña trae a nuestra memoria el verde de los pastos, en forma de colinas en cuyos valles descansan pequeños pueblos de casitas blancas techadas con pizarra. Entre sus construcciones, el Castro El Castelón se abre camino en la memoria para hacernos recordar que aquí vivieron antiguos pueblos castreños. Y los recuerdos se tiñen de azul ante las playas de Armazá, Barco, Torbas, Buxos, Figueiría, Arnelles o Foxos, el contrapunto salado al carácter afable de los coañeses.
Desde la altura del Pico Jarrio, al que se accede por una pista incluso en vehículo, apreciamos el variopinto conjunto que forma el territorio del concejo, lleno de colores cambiantes y brisa marina que se torna en el interior en energía eólica. A nuestro paladar acuden los sabores que nacen de la materia prima de Coaña: potaje de rabizas, chorizos curados de modo artesanal, revuelto de setas de los pinares de la zona, carne asada, queso de Abredo, la venera, postre tradicional a base de almendras, el requesón con miel coañesa o anís con guindas como toque final.
En Coaña se conservan numerosos ejemplos de arquitectura popular, que vienen a mostrar el cuidado y respeto con que se tratan estas construcciones que tanto facilitaron la vida en los pueblos. Desde fuentes y lavaderos en los que todavía resuenan los ecos de las canciones que se entonaban para sobrellevar el trabajo, a molinos de agua al pie de los riachuelos en los que se molía el cereal; hórreos típicos asturianos, paneras de seis o más pegoyos o pilares y corredor, hórreos o cabazos de influencia gallega, y casas sólidas pintadas mayoritariamente en color blanco.
Cualquiera de las siete parroquias del concejo pueden mostrarnos ejemplos de ello, comenzando por la propia Coaña, la capital, donde se puede ver la prehistórica Estela Discoidea. También proponen visitas interesantes como la casa de la escritora Eva Canel, la Iglesia de Santa María o una interesante colección particular de máquinas de escribir.
En Coaña se conservan numerosos ejemplos de arquitectura popular que tanto facilitaron la vida en los pueblos, ya sean hórreos, fuentes o lavaderos.
Lebredo, por su parte, conserva el encanto de los pueblos de interior, donde la flora y fauna de la zona pueden verse en libertad, y donde destacan en el paisaje los cortines, que protegen a las abejas de agresiones externas.
También de interior es la parroquia de Villacondide, donde se enclava el castro El Castelón y diversos pueblos escondidos entre los pliegues de los valles. Otro de los pueblos más característicos es Trelles, cabecera de la parroquia del mismo nombre, a cuyas muestras de arquitectura popular se suma la Casa Jonte, que tiene más de cinco siglos de antigüedad; también casonas de indianos que se yerguen orgullosas entre otras viviendas, la bella iglesia de San Juan y, como colofón, un puente colgante sobre el río Navia.
Los principales servicios del concejo se agrupan en Folgueras, que alberga desde el colegio público a la escuela de música, el centro de salud y el polígono industrial, uno de los pulmones económicos. A nivel turístico destacan la iglesia de Santiago Apóstol, la colección de máquinas de coser de El Espín, y los meandros que forma el río Meiro.
Si nos acercamos al mar, nos toparemos con las parroquias de Cartavio y Mohías. En la primera, encontramos las casas desperdigadas sobre la verde llanura que termina abruptamente en acantilados o desciende suavemente en las playas. Sin cierres ni cercados, las propiedades se funden con el inmenso horizonte de praderías y huertas.
Mohías es el final de un viaje que nos ha conducido del interior a la orilla del mar Cantábrico. En esta parroquia sobrevive en perfectas condiciones el Palacio de Santa Cruz, de la familia Cienfuegos-Jovellanos, un sencillo edificio de una planta construido en el siglo XVIII.
También de gran antigüedad es el faro ubicado en el cabo San Agustín, que rememora galernas y naufragios evitados gracias a su titilante luz. En sus labores ha sido sustituido por el nuevo faro. Ambos se encuentran en lo alto del pueblo marinero de Ortiguera, que más abajo acoge un pequeño puerto de contenida belleza. Pinche aquí para ver más reportajes de este concejo