La fotografía es el arte y la ciencia de captar imágenes usando la luz. Que esas imágenes transmitan además sentimientos es algo que muy pocas personas saben hacer. El fotógrafo Juanjo Arrojo penetra en el alma del concejo y muestra su particular dibujo a los moscones.
La relación del fotógrafo Juanjo Arrojo con Grado le viene de lejos. Eran los años 80 cuando el Colegio de Arquitectos y Aparejadores le encarga un trabajo sobre la arquitectura indiana al que dedica seis años de su vida y le permite conocer a fondo varios concejos, entre ellos este. «Grado tiene un importante patrimonio civil, donde destacan las casas de indianos». Villa Granda, Casa del Rosal, la Quintana o El Capitolio son algunos de los ejemplos más destacados. Estas construcciones datan de finales del siglo XIX o principios del XX, cuando un grupo de emigrantes enriquecidos en América regresaron a su lugar de origen y construyeron estas mansiones espectaculares llenas de lujo en su interior. Era su particular forma de manifestar su éxito social y económico.
Posteriormente, Arrojo empieza a conocer a personas que confiesa, «hoy se han convertido en amigos». Además de sus gentes queda enamorado de la arquitectura popular que salpica el concejo, paneras, hórreos o lavaderos. Importantes construcciones en la vida de estos pueblos , la mayoría de las veces compartidas entre vecinos y levantadas en espacios públicos, que dicen mucho de la historia del lugar.
«En todos los sitios, hay cosas interesantes que a fuerza de verlas todos los días pasan desapercibidas a los propios vecinos»
Todo lo que llama la atención de su retina o le atrapa, es recogido por su cámara. «Aquí el paisaje de sus valles y pueblos tiene un encanto especial, así como el tramo del Camino de Santiago que tiene su máximo exponente en el Santuario del Fresno situado en el Alto de La Cabruñana». Un día conversando con Gustavo A. Fernández, cronista de Grado, deciden organizar una proyección dentro de la Semana Cultural de la Villa. El objetivo es, a través de sus «semeyes» dar a conocer a los vecinos su historia más reciente en imágenes, algunas de ellas de treinta años de antigüedad. «En todos los sitios -bien sea pueblo, villa o ciudad-, hay cosas interesantes que a fuerza de verlas todos los días pasan desapercibidas a los propios vecinos. Aquí por ejemplo, hay un palomar en la zona del recinto ferial que al mirarlo con otros ojos, te llama mucho la atención porque es una construcción muy curiosa».
A lo largo de cuarenta años de profesión, Arrojo -cámara al hombro y haciendo uso de su intuición particular-, ha sabido recoger lo más relevante de la idiosincrasia asturiana. Sus fotos no se limitan a reflejar cómo se ven las cosas sino que son capaces de captar sentimientos, emociones que gracias a él perdurarán más allá del recuerdo. Unas imágenes que le gusta compartir con los demás y si además hay charla por medio -como en esta ocasión-, mejor que mejor.