En la naturaleza que rodea al concejo se puede leer la historia del lugar y, palmo a palmo, revivirla. Recorrer Morcín a pie, en bicicleta o en coche, es salir al encuentro de vestigios que nos trasladan a otras épocas.
Es posible viajar en el tiempo a través del yacimiento de la Cueva prehistórica de Entrefoces que nos susurra ecos desde el Magdaleniense; del Torreón de Peñerudes, de la Alta Edad Media, que bien podría haber sido escenario de un episodio de Juego de Tronos; del Pozu Neveru (La Carbayosa) también medieval en donde se almacenaba la nieve que caía para luego transportarla para uso de la Iglesia o la nobleza a otros lugares cercanos, o el sagrado macizo del Monsacro con sus capillas que atrae durante todo el año a peregrinos, turistas, investigadores o romeros y además regala una de las mejores vistas de todo el centro de Asturias.
A estos vestigios hay que sumar el rico patrimonio arqueológico industrial que tiene el concejo, que habla de su pasado minero y que poco a poco está poniendo en valor. Como la senda verde que acaba de rehabilitar el Consistorio, en el tramo desde La Puente al Calero que sigue el antiguo trazado ferroviario de principios de siglo XX en medio de la montaña.
Pero si se quiere ir más allá y conocer el alma de esta tierra, la mirada ha de dirigirse a sus gentes. Los que ya no están y los que ahora habitan estos pueblos y aldeas son los auténticos protagonistas de esa otra historia, la que no está escrita y pasa de generación en generación y hace a un territorio fuerte. Decía Eduardo Galeano que “mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo”. No podemos estar más de acuerdo.