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lunes 9, diciembre 2024

Segunda crónica deportiva de la Historia: en la Odisea

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Recordemos, una vez más, que tanto la Ilíada como la Odisea cumplieron un papel educador de la sociedad, una guía de comportamiento. Se trataba de inculcar unos valores a la sociedad mediante la memorización e interiorización de los mismos. Durante siglos, ambas obras, eran recitadas en las escuelas helenas.

Así pues, la segunda muestra o crónica deportiva de la Historia, y a manos del mismo Homero, la tenemos en la Odisea (Canto VIII) cuando se encuentra el protagonista Odiseo (conocido popularmente como Ulises) en Esqueria, tierra de los Feacios, en el palacio de la reina Arete, su esposo Alcínoo y su hija Nausícaa, que le acogen tras una aparición portentosa (ayudado por Atenea) abrazado a los pies de la reina. Acto seguido le dan muestras de una hospitalidad inusitada y mandan llamar al aedo ciego Demódoco, que nos recuerda a Homero, para que de alguna manera alegre la fiesta y el festín que se avecina, con los cánticos que le habían traído los cielos, himnos que el ciego recita, referidos a una disputa entre Aquiles y Odiseo en presencia de los dioses.

Odiseo y Nausicaa, princesa de los feacios
Odiseo y Nausicaa, princesa de los Feacios

Cuando el rey se da cuenta de la tristeza que embarga a su huésped y como para cambiar la situación, dice:
“¡Oídme, caudillos y señores de los feacios! Ya hemos gozado del bien distribuido banquete y de la cítara que es compañera del festín espléndido; salgamos y probemos toda clase de juegos. Así también el huésped contará a los suyos al volver a casa cuánto superamos a los demás en el pugilato, en la lucha, en el salto y en la carrera”.

Homero a continuación nos detalla por su nombre a los jóvenes dispuestos para la competición y que no viene a nada su enumeración.
Empezaron por la carrera a pie, siendo el más rápido Clitoneo que gana con soltura. Siguió la lucha en la que resulta vencedor de todos Euríalo. En el salto de longitud Anfíalo y en el lanzamiento de disco Elatreo, que les vence con superioridad, finalizando Laodamante, hijo del rey, vencedor en el pugilato.
En este momento el mismo Laodamante, un poco venido arriba, se dirige a Odiseo para preguntarle –en vista de su imponente estampa (siempre ayudado por Atenea)– si es capaz de vencerles en alguna prueba o juego. Pero el hijo de Laertes, dándose cuenta de la burla, le contesta que él es más bien un hombre de mar, cansado y con ganas de regresar a su hogar.
Entonces sale Euríalo, vencedor en la lucha y así mismo venido a más, en ayuda de su amigo para reprocharle que parece un marino “dedicado a cuidar la carga y vigilar la mercancía y al pillaje” y no un atleta.

Odiseo de regreso a su palacio en Itaca
Odiseo de regreso a su palacio en Itaca.

Un poco picado en su amor propio, Odiseo, se enfrenta al insensato Euríalo en un rifirrafe dialéctico en el que viene a llamarle necio y de inteligencia escasa y le define con una frase que pasaría a la posteridad: “el día que los dioses repartieron sus dones entre los hombres, tú no estabas”. Más o menos.
No obstante, curándose en salud, le anticipa su cansancio para no competir corriendo, pero toma un disco mayor de los habituales y realiza un lanzamiento que asombra a la concurrencia.

Venido también a más: “También lanzo la jabalina a donde nadie llegaría con una flecha. Sólo temo a la carrera, no sea que uno de los feacios me sobrepase; que fui excesivamente quebrantado en medio del abundante oleaje, puesto que no había siempre provisiones en la nave y por esto mis miembros están flojos”.

El primer documento de la existencia –real o mitológica– del Caballo de Troya se encuentra en los mencionados cantos de la Odisea.

El famoso Caballo de Troya
El famoso Caballo de Troya

Como anécdota para la historia, es en este canto donde el ciego Demódoco narra la mítica aventura entre la diosa del amor: Afrodita, esposa de Hefesto, y el dios de la guerra: Ares y de cómo el marido traicionado trata de vengarse y en el Canto IV, donde se narra por primera vez la construcción y destino finales del Caballo de Troya; caballo que pocas personas desconocemos en este mundo y que casi todos atribuimos su nacimiento y narración a La Ilíada, influenciados por las películas que sobre el tema de la Guerra Troyana se han hecho.
Pues no, el primer documento de su existencia –real o mitológica– se encuentra en los mencionados cantos de la Odisea.

Actualmente se discute mucho si las pruebas descritas magistralmente por Homero se realizaban y llevaban a término así o si su descripción se ajusta más a la época en que se escribieron ambas obras, si las formas eran micénicas o de la Grecia Arcaica, porque evidentemente hay diferencias ostentosas. En la micénica los trofeos, por llamarles algo, eran enseres caros: Trípodes, calderos, hachas, etc., etc., mientras que en las Olimpiadas una rama de olivo y el honor eran las preseas. Luego ya cada atleta vencedor era agasajado en su ciudad, pero ésta es otra historia.

Y para concluir estos relatos legendarios tenemos al romano Virgilio (70 a.C. – 19 a.C.) y su Eneida (Canto V) donde introduce carreras pedestres a imitación de las del maestro Homero, hasta en el resbalón del atleta Nisius (Áyax en La Ilíada) pero esta vez sobre la sangre de los animalillos sacrificados. Un dato a tener en cuenta en esta narración es la entronización del espectáculo político frente al agón. Virgilio narra la carrera de naves introduciendo los nombres de los fundadores de las principales familias romanas (José David Castro de Castro. In Corpore Sano, el deporte en la literatura latina, pág. 136 y ss.).

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