Somos muchos los que pensamos que el año empieza en septiembre. Cierto es que el 31 de diciembre tomamos las uvas y brindamos con lo que se tercie, pero no deja de ser un rito más simbólico que otra cosa. Este mes el mundo se reincorpora al trabajo, tras un agosto que aunque haya sido laboral, pilla a casi todo el mundo con la cabeza en otro sitio. Los más afortunados habrán tenido sus días de asueto; los que no, tendrán que sacar fuerzas de flaqueza, porque septiembre este año viene fuerte.
Empieza el curso, y en Asturias tenemos varias asignaturas pendientes que tarde o temprano habrá que sacar adelante. Si no con nota, que quizá sea mucho pedir, con un aprobado justillo, que algo es algo. Viene fuerte el tema de la financiación autonómica, por ejemplo, porque es ahora cuando empezarán a verse las aplicaciones prácticas del asunto, y nos iremos enterando de lo que se ha firmado y lo que no.
De momento, nos van poniendo los pelos de punta con el tema de la sanidad, porque ahora caen en que es insostenible. Empiezan a oírse cosas como cobrar un euro por cada visita médica, hacer pagar a los jubilados parte de las medicinas, cobrar a los pacientes las comidas del hospital porque “también tienen que pagarlas si están en su casa…” No es la primera vez que salen estas ideas, se plantean periódicamente cada vez que se habla de reducir gastos, quizá para que se nos acostumbre el oído. Frente a eso, el Principado expresa su rechazo y dice que lo que hay que hacer es reducir gastos innecesarios, sin especificar más. Buen criterio ése de mejorar la gestión (siempre se puede hacer mejor), pero a todo el que haya sufrido alguna vez las listas de espera le puede sonar un poco a choteo. Asumir que la sanidad asturiana es un derroche es un “más vale tarde que nunca”. Plantear que la sanidad, en cualquier punto de España, pueda dejar de ser gratuita, es renunciar a avances sociales básicos, que mucho hubo que pelear en su momento. Y, por si a alguien se le escapa: la sanidad no es gratuita. Para algo pagamos impuestos.
Hablando de sanidad, planea también por ahí el fantasma de la Gripe A. Junto a las llamadas a la calma amenazan con cerrar colegios, prohibir el cine o fomentar el teletrabajo no como una opción de ganarse el pan, sino como la forma de reducir las relaciones personales en el trabajo y por ende los contagios entre compañeros. Nada de aglomeraciones, por favor. Al asturiano, que es tan dado a la jarana en grupo, le va a costar. A los toledanos ya le han tocado las narices porque no pueden besar el manto de la Virgen del Sagrario, y de las iglesias empieza a retirarse el agua bendita de las pilas. A nosotros nos sacarán una directiva que prohíba compartir el campanu para tomar la sidra, ya están tardando. Lo peor es no saber si las medidas se pasan de alarmistas, o si directamente no bastan, porque la Gripe A no parece de broma. La vacuna es una entelequia: no se sabe si estará, cómo estará ni cuándo estará. Y una vez esté, no se sabe si servirá para algo. Así que a subir las defensas, que para eso pocas cosas hay mejores que una fabada, un pote, o cualquiera de los muchos platos hipercalóricos del invierno asturiano.
Y aún nos queda por ver cómo va la crisis, que en verano tampoco ha descansado. Los medios nos atiborran con noticias incompatibles: que si baja la morosidad, lo cual es signo de recuperación económica; que el empleo no remonta, lo cual no augura nada bueno. Llevamos meses y meses de despidos y EREs, arrastrando las consecuencias de una reconversión industrial que nunca acabó del todo. Nos decían al principio que Asturias estaba más preparada que otras comunidades para afrontar el envite, y quizá fuera cierto, pero poco consuelo es ahora que el problema nos ha llegado por fin con toda su crudeza. No hay soluciones fáciles, eso está claro, pero habrá que ver si a alguien se le ocurre alguna, aunque sea difícil.
Total, que empieza el curso. Y hay mucho, pero mucho que hacer.
Comienza el curso
