La Asturias que hoy habitamos es el resultado del paso de decenas de generaciones que han sabido cuidar y a la vez modelar el paisaje, conservando sus rasgos característicos. También han creado esa huella única, que es precisamente la que atrae al turismo, que no se cansa de alabar el estupendo estado de conservación de bosques, praderías, montañas y ríos.
Campesinos y ganaderos, habitantes naturales del campo asturiano, son los más profundos conocedores de ese concepto que hoy se conoce como sostenibilidad, y que antes era simplemente la forma natural de convivir con el entorno. Antes de que el medio natural estuviese amenazado por la explotación ignorante del ser humano, los habitantes de las zonas rurales aprendieron a aprovechar los recursos sin romper su natural equilibrio, recibiendo generosidad de la tierra pero también dando a cambio unos cuidados que hoy peligran. En ese frágil equilibrio hemos navegado, hasta que los cambios socioeconómicos han dejado al campo asturiano, como en otras regiones, en situación de riesgo.
Los pueblos asturianos se van quedando vacíos. Año tras año, va ampliándose la lista de pueblos abandonados, mientras que otros van perdiendo habitantes de forma progresiva y parece que inexorable a favor de los núcleos urbanos.
El resultado es grave. Podemos decir que con ello se pierde cultura, formas de vida y tradiciones. Y más allá, ya hay quienes alertan de que el propio paisaje asturiano, tal como lo conocemos, puede estar abocado a la desaparición o como poco al deterioro, causado por la falta de los que tradicionalmente lo han cuidado como “jardineros”.
Este año, en el que ya las alertas han saltado a nivel nacional por la gravísima ausencia de precipitaciones, ocasionando sequías más tempranas de lo esperable, el abandono de los bosques va a favorecer la propagación de incendios, como ya ha sucedido con los primeros ascensos de temperaturas. Los bosques abandonados y la consiguiente proliferación del matorral son una de las caras de un problema que de momento sólo amenaza con empeorar.
Y sería una pena que en tiempos de crisis no se encontrasen vías para que el campo no fuese sólo el reducto de los mayores, de los que buscan un modo de vida alternativo o de unos pocos que mantienen sus explotaciones ganaderas o agrícolas contra viento y marea. La vida en el medio rural debería encontrar una vía para incorporarse al siglo XXI con todas las ventajas de los tiempos modernos y con acceso a los servicios en condiciones similares a los habitantes de la ciudad, pero también manteniendo las tareas tradicionales, remuneradas de forma suficiente y digna como para que sea hoy en día un modo de vida sostenible.
El abandono del medio rural es un problema serio, y una materia que Asturias tiene que afrontar como región. Es también una de las varias cuestiones que están encima de la mesa, y que además de requerir un planteamiento social en condiciones, necesita políticas firmes y elaboradas. Después de unas elecciones descafeinadas, que nos han dejado más o menos como estábamos, no podemos permitirnos dejar pasar más tiempo antes de tomar decisiones. Los problemas, tanto a largo como a corto plazo, no esperan. Y las excusas y los plazos se están acabando. Así que lleguen a un acuerdo, aunque sea de mínimos, y ¡a trabajar!. Que para eso les hemos votado.