No son millennials, ni pertenecen a la casta, tampoco al colectivo LGTB. No son ricos ni pobres y son mayoría en nuestro país. Es el amplio colectivo de la gente corriente. Trabajadora, con suerte mileurista, que las pasa canutas para llegar a fin de mes y solo desea vivir tranquila. Por lo general no lee los periódicos, ni navega por internet pero le gusta ver el telediario de la noche para saber qué ha pasado por el mundo. Es como la define el sociólogo Ignacio Urquizu, en su libro ‘¿Cómo somos? Un retrato robot de la gente corriente’.
Ellos son, a la hora de la verdad, quienes marcan los resultados políticos, los que rompen con lo previsible. Y sino que se lo pregunten a los trajeados británicos que no vaticinaron desde sus despachos que las zonas rurales del Reino Unido votarían a favor del Brexit. O que miles de ciudadanos del centro de EEUU con escaso nivel cultural y apenas ingresos, votarían masivamente a Trump. Son determinantes pero no aparecen en las encuestas. Están fuera del foco de la atención mediática.
Hemos pasado por dos períodos electorales seguidos y hemos visto cómo a algunos políticos se les llenaba la boca hablando en nombre del conjunto de los ciudadanos: qué necesitaban, qué pensaban… cuando la realidad es que desconocen a la gente corriente, lo que de verdad les preocupa, cómo quieren vivir.
Hay momentos en la historia de los pueblos en los que desaparecen los líderes, las vanguardias, los chupópteros u oportunistas y aparece la gente corriente que, sin pretenderlo, reclama su protagonismo para decir en qué sociedad le gustaría vivir. Los ciudadanos se han expresado en las urnas. A los políticos les toca llevar a buen fin este mandato.