Después de un verano en el que las llamas nos han dejado un país con olor a chamusquina y el ánimo calcinado por tanta pérdida, comenzaremos de nuevo el ciclo otoño/invierno y será entonces momento de decidir, una vez más, si se apuesta por prevenir o por curar.
Lamentablemente, hasta ahora ha quedado más que demostrado que se prefiere tratar el daño cuando ya está hecho. Los que gestionan los fuegos políticos suelen preferir la inversión con un rendimiento claro e inmediato, antes que los dineros echados al monte, gastados en limpiezas, retiradas de rastrojos, cortafuegos, pistas, accesos y mantenimiento de terrenos de todos, que por precisamente ser de todos son como de nadie. Si esto ya era así antes, cuando las arcas públicas andaban más saneadas, podemos imaginar que aún sufrirá más podas el presupuesto dedicado a la prevención de desgracias forestales del calibre de las que hemos visto este verano en nuestro país.
Más del 72% del territorio de Asturias es superficie forestal. Con esos números, ya podemos tener una referencia de lo que nos jugamos. Tenemos castaños, eucaliptos, hayas, robles, encinas y abedules. Tenemos un tercio del territorio protegido como Parque Natural. El bosque forma parte de nuestra cultura, y no sólo debe seguir siendo así, sino que el contacto con lo natural debe promocionarse dentro de los márgenes de lo sostenible. Porque además de otros factores –agrícolas, ganaderos, forestales- se debe tener en cuenta que el paisaje es una de las «industrias» de Asturias, en la medida que sustenta a un turismo que viene al norte a conocer el color verde en todas sus variedades. Sin ser una potencia en este sector, sí constituye una aportación nada desdeñable y en crecimiento. Sumando al tema económico razones paisajísticas, ecológicas, históricas, sociales, humanas, tendremos mil y un motivos para considerar los bosques una prioridad y extremar el cuidado. Lo último que querríamos es ver una Asturias en cenizas.
Dicen los expertos que los incendios se apagan en invierno, no en verano. Que el estado del monte es fundamental y que los bosques hay que cuidarlos como se cuidan los jardines. Pero si bien es obligación de la administración poner los medios y vigilar que las leyes se cumplan, hay que decir que la responsabilidad de la ciudadanía es lo fundamental. Los números dicen que sólo la décima parte de los incendios forestales son fortuitos. El resto se consideran provocados, vinculados a prácticas de riesgo fuera de lo regulado, como las quemas incontroladas para generar pasto, entre otras.
A la vista de la gravedad de los incendios de este verano en España, el gobierno asturiano ha salido al paso poniendo el acento en la prevención y la intención de aportar recursos humanos y económicos. Es lo que corresponde y confiamos en que lo que se destine no sea mucho ni poco, sino lo necesario y suficiente. Asturias se juega mucho en sus bosques.
A estos fuegos hay que añadir otros, los que tienen que ver con lo social y que nos anuncian un otoño intenso. Por motivos diversos, pero sobre todo por una insoportable sensación de desconexión entre las altas esferas y la realidad de la calle, la ciudadanía está cada vez menos dispuesta a recibir en silencio la avalancha de recortes y retrocesos que se le vienen encima. Apagar estos fuegos y revertir el estropicio que está arrasando nuestra estructura social será complejo, requerirá un esfuerzo titánico y grandes dosis de unidad: Todo un reto para estos últimos meses del año.