La Catarina. Capítulo 3: La Hacienda (3)

Esa sombra se hacía realidad a cada paso que daba. Emiliano lo miraba con la intriga de saber cómo sería el jefe de sus padres y poner así cara a tantas historias que cada cena salían como protagonistas.

El padre de Emiliano se sacó el sombrero, poniéndolo sobre su pecho y asintiendo con la cabeza. Emiliano lo miraba sin saber por qué lo hacía y se preguntaba si él tenía que hacer lo mismo; quizás, por ser menor, no debía al ser una costumbre de adultos.

–¿Así que tú eres Emiliano? dijo con esa voz grave y debilitada por una tos que interrumpía las palabras.
–Sí, señor, este es mi hijo Emiliano y está aquí porque quiere ser un hombre de provecho –respondía el padre de Emiliano, asintiendo con la cabeza mientras su hijo lo miraba.
Él no podía dejar de mirar ese cuerpo que tantas cenas tristes le dio y que tantas alegrías les daba cuando juntaba a sus trabajadores el día de las fiestas del pueblo, entonces les regalaba esos algodones de azúcar tan sabrosos.

Amalio le puso la mano en su hombro y, con dos palmaditas cortas sin apenas fuerza, y sin cruzar mirada le dijo: 
–Sígueme, te enseñaré tu nueva casa, donde aprenderás a ser un hombre de provecho.

El padre de Emiliano se colocó de nuevo el sombrero encima de la cabeza, dio un leve empujón a su hijo y con la mirada le dijo palabras que no salían de su mirar...
–Vamos, así ves a tus compañeros antes de que se vayan a faenar.
–Venga ¡¡¡vamos Emiliano!!!, le dijo su padre ante la inmovilidad de su inocente cuerpo.

Emiliano apartó su mirada del cuadro semejante a ese señor de indeleble cuerpo que se iba andando con el apoyo de un bastón, el cual no se había dibujado en aquel descolorido lienzo de grandes dimensiones.

Apuró sus pasos hasta alcanzar la mano de su padre. Él le miró y sin decir con palabras “Tranquilo hijo, no te va a pasar nada”, tranquilizó el paso apurado de Emiliano.