Antiguamente se calificaban así las locuras, las salidas de tono, las tonterías irresponsables. Afortunadamente es hoy el Cuerpo de Bomberos una institución seriamente profesionalizada. Y el cuerpo, lo que se dice el cuerpo, tiene fama, que lo mismo venden calendarios donde se muestra para sacar fondos con destino a obras benéficas que, como han hecho los de Mieres, muestran la popa al mundo para quejarse de la política de recortes del gobierno. Lo del mundo es literal, porque la prensa internacional ha reproducido la foto de su desnudo, tanto que no hace falta que la volvamos a repetir.
Momento trágico para hablar de reducir presupuestos, justo cuando siguen cayendo en los incendios que, a decir de un gomero se está transformando el paisaje: «esto es un senisero«. Me han dolido particularmente los desastres de Castrocontrigo y La Gomera, por mis relaciones de amistad en ambas poblaciones y el recuerdo en la isla de la tremenda muerte hace unos años de un retén completo con el gobernador civil a la cabeza. No todos los mandatorios se ponen al frente de los problemas como aquel hombre, y si no véase el lamentable espectáculo entre Paulino Rivero y el impresentable ministro Soria acerca de si los avioncillos eran o no suficientes. Salvando las distancias tan irresponsables como quien autorizó esta construcción en Avilés.
Es habitual, tradición diría yo, que los parques de bomberos tengan una torre. En el pasado sobresalía a los edificios de la ciudad y desde ella oteaban el humo porque ya cantaba la zarzuela que «por el humo se sabe dónde está el fuego». El de Avilés ha quedado rodeado de edificios con una docena de pisos, de modo que cuando el vigilante se sube a los diferentes niveles de la torre de cemento puede vigilar perfectamente los negocios de la planta baja, y los salones y los cuartos de baño de las viviendas del tercero o del quinto, ejercicio que da una gran tranquilidad a sus inquilinos. Justo al lado está el Centro de Salud Mental, en una magnífica mansión señorial, cesión de los Maribona, con un jardín que cuidan los propios enfermos; he de informarme si acude allí la persona que dio el visto bueno para la torre de vigilancia vecinal.
De regreso a casa, para olvidarme de tantas cosas de bomberos, me siento en la terraza de la sidrería El Gaucho; una señora explica a su familia la causa de tanto desatino: «Ye que últimamente ando muy despistá, debe ser por causa de La Zeimer». Gloria de establecimientos públicos, remedo del ágora, que nos dotan de saber científico por los procedimientos de la observación o el intercambio de pareceres; otra pareja (lamento no tener la facilidad de Maxi Rodríguez para escribir diálogos) se dirige a un amigo:
-Haz el favor, ¿quién era el que donde pisaba el caballo no volvía a crecer la yerba.
-Si ye una apuesta vas perder, Manolito
-Tú dínoslo, hombre
-El caballo de Atila, el de los hunos…
-¿Veslo, ves como era el caballo?
-Entós Atila, ¿era el que andaba coxu, porque tenía no sé qué n’un calcañu?
-No, esi era Aquiles, que la madre bañolu…
-¡Ah, ya, el del caballo de madera!
Las leyendas griegas no eran su fuerte. Pero tampoco debe extrañarnos demasiado, porque la Iglesia Católica, que lleva en el negocio dos mil años, mete igual la pata con sus propios recuerdos legendarios: Celebra en septiembre el cumpleaños de María, bajo varias advocaciones; abunda entre ellas la de la Virgen de la Encina, en Salamanca, Toledo, Araba, Jaén, Cáceres, Madrid…pero aquí vamos a hablar de la de Ponferrada, tierra con tanto parentesco con los astures.
Si entra Vd. en la basílica de la villa templaria verá a derecha e izquierda unas placas de mármol que recuerdan los hechos más significativos de su historia. Dicen que Santo Toribio anduvo por Tierra Santa y volvió con algunos souvenirs (o sea, recuerdos) para sus paisanos, entre ellos el Lignum Crucis (para entendernos, un cacho de la Cruz) y una imagen de la virgen; si se fija en la foto adjunta verá que se cuenta que en el siglo VII los astorganos, ante el avance de los moros, la escondieron. Anduvo unos años perdida, la pobre, hasta que un valeroso caballero de la Orden del Temple, avisado por unos tiernos trinos de pajarillos, la encontró en el tronco de una encina.
En aquel tiempo no había Policía Municipal, por lo que en vez de llevar las imágenes a «objetos perdidos» les construían una capilla, que luego ampliaban según medraba el negocio (Un recuerdo para la visionaria de El Escorial, que pasó por parecido trance y se acaba de morir, la mujer, dejando a sus más allegados fieles bien forrados).
Bonito, ¿eh?; bueno, pues resulta que la invasión árabe fue posterior a lo que dice la placa; según mi admirado Juan Vernet «en general se admite que el desembarco decisivo fue el desarrollado por Tariq ibn Ziyád en el 92 (de la Hégira)/ 711 (Era Cristiana)». Por tanto en el VII, como mucho, andaban por Levante algunos comerciantes fenicios; la placa es una metedura de pata histórica.
Otras fuentes le dan la gloria de la importación de la obra de arte a San Genadio. Sus años son más probables, porque fue obispo de Astorga entre 909 y 919, amén de ser el descubridor del Valle del Silencio, la Tebaida Berciana, que os aconsejo con todo entusiasmo; lo que no me consta es que hiciera turismo por la parte de Palestina. La página electrónica del Ayuntamiento de Ponferrada, que es del PP, no quiere andar en polémicas con la Iglesia y se limita a decir señalar un modesto «a pesar de que existe un anacronismo evidente…»
Por cierto, este Toribio siguió siendo un viajero toda su vida e incluso, Cid del Turismo, inventó un año santo después de muerto. Fue obispo de Astorga en 444 y tuvo que combatir la herejía de Prisciliano, un revolucionario que defendía a las mujeres, no quería curas ricos, llevaba el baile a misa y decía que eso de la Trinidad era poco serio. Se chivó al Papa y todo el Toribio, pero luego probó su propia medicina, Teodorico II se enfadó con él y tuvo que venir a esconderse al Monsacro. Después de muerto ya era verdad que andaban por aquí los ismaelitas, ahora sí, y para asegurar sus restos los llevaron a Liébana, junto al Lignum Crucis y allí se le venera.
En aquellos momentos casi era zona segura, la capital del Reino de Asturias se había desplazado a Oviedo, y pronto lo haría más al Sur, a León, con lo que las montañas ganaban en tranquilidad pero perdían el brillo de Cangas de Onís, de tal modo que al día de hoy ya los jóvenes no recuerdan casi ni el nombre; mi amiga Aitana Castaño, periodista de raza, que en el día que escribo esto cumple años, dice en su facebook «las niñas que quieren ir a Tangas de Onís», llueven comentarios y cierra Mª José Rodríguez con el caso de otras niñas que tienen un «compa» natural de Tosta Rica.