‘Pensaba ponerme serio en estas líneas’ decía el primer borrador, pero el amigo Nietzsche, Don Friedrich, me desaconseja que use otra expresión. Lamenta que se diga ‘ahora vamos en serio’ para empezar a trabajar, como si la tarea cotidiana fuera una pesada carga que no permite la alegría; asegura que los que viven así llevan una vida bien penosa.
Ciertamente, hay que abordar el día alegremente, regalar sonrisas, aunque a veces se nos haga cuesta arriba; quejémonos del patrón las veces que sea menester, pero no amarguemos la jornada a la compañera de al lado, que posiblemente pasemos más horas en el puesto de trabajo que con la familia.
«Afortunadamente», me sopla García, que no soporta a la mujer (propia). O sea, que al final todos los caminos nos conducen al mismo sitio: si queremos amargarnos lo conseguimos, sea cual sea la ruta que elijamos. Por ejemplo, el fúrbo. Juegan una bonita final de Copa Bilbao y Barcelona y el gran debate es si se pita al Himno o al Rey, (por una vez se salvan el árbitro y su señora madre); escucho a Xavi Hernández hablar con tino: «Libertad de expresión… Si se pita deberían preguntarse cuál es la causa», pero es la excepción, el Delegado de Deportes, Señor Cardenal, está entre los que se reúnen para ver de sancionar a alguien; no se les ocurre a quien, pero nos deja una perla: «Se creó una sensación de peligro que no se puede desdeñar». ¡No jodas!, ¿por silbar? Habrá que poner los silbatos fuera del alcance de los niños y venderlos con un envoltorio que ponga bien claro «Silbar perjudica seriamente la salud».
Así se escribe la historia de lo que antaño fuera deporte y hoy terrible negocio; tanto que el FBI ha desmontado la gran trama de corrupción que lo gestiona. Entre los que no dice «esta mordida es mía» anda el poco presentable Villar, presidente de la Española y vicepresidente de la FIFA. Es él quien me enseñó que el balompié se dice fúrbo y quien nos demostrará que la pelota daña seriamente la salud mental. Escribía yo más arriba lo de ponerme serio porque no me gusta nada ver a las sencillas gentes -por ejemplo en Elche- manifestándose en las calles por asuntos de este negocio, ni gastar los dineros que no tienen en viajes relámpago desde Asturies a Cádiz, Berlín o Sevilla. Claro que esto es un asunto de fe, por eso pueden confluir un domingo por la tarde los sportinguistas que quieren celebrar el ascenso en la Plaza del Marqués con la procesión de los fieles al Corpus de la iglesia de San Pedro. Han llegado a Primera división después de un largo viaje que debería terminar en Lugo, como agradecimiento; dice Abelardo que esto ha sido cosa de la Santina, y yo, que soy descreído, me lo creo; no porque piense que la señora de la cueva sea futbolera, sino porque no querría verse metida en un compromiso: las plantillas de Oviedo y Sporting suelen ir al inicio de temporada a pedir su protección, si coincidieran en la misma categoría, ¿de qué parte se pondría?
Los futbolistas no suelen ser grandes oradores, salvo Valdano, que hace una tesis doctoral de cada respuesta; cuando están nerviosos peor, así el bueno de Nacho Cases es grabado por la TPA cuando afirma que «se me ponen los pelos de gallina». Hay cosas más desafortunadas, como cuando, en la euforia del ascenso, son capaces de decir ante la cámara que «éste es el mejor momento de mi vida», afirmación que deja en segundo plano la boda, el nacimiento de los hijos o el día que su madre salió con bien de la operación. Pero me gusta muchísimo menos que la canción oficial de los jugadores del Oviedo en la celebración de su gesta inmortal se titule «Mátalas». Se crea una sensación de peligro que no se puede desdeñar. El máximo goleador del Betis anda por los juzgados acusado de «cuatro agresiones físicas acreditadas», entre otras gracias. El fondo ultra del Villamarín ha cantado impresentables bromas en su apoyo que en resumen venían a decir que hizo muy bien, que la otra se lo merecía, «por p…»; preguntado por una televisión sobre el asunto no lo condenó; el señor fiscal tampoco, archivó el caso. Se crea una sensación de peligro que no se puede desdeñar cuando Juanele, antaño balompédica figura, intenta romperle la crisma a una novia que lo había dejado, siendo que ya estuvo preso por pegar a su señora oficial. Al final todos los caminos, incluso vía Orense o vía Lugo parecen apuntar en un desgraciado sentido único.
Pese a la tele y otras pantallas los niños pequeños chocan con el inglés. Estación de FEVE de La Felguera, mientras espero el tren y observo la no-obra del soterramiento: «Mira mama, traje los pavo-reyes«. «No, cariño, los pavos reales son animalitos de colores; estos son los power rangers (pauerranyer, pronuncia)» «¡Mama, los pavo-reyes son de todos los colores!». Peor nos va con el francés, que ahora se estudia menos; mientras comemos bien en el Restaurante Las Madreñas de León, que por cierto cerrará estos días, unos matrimonios con mezcla de acentos regionales hablan de la última visita que una de ellas hizo a otro que vive en París; el guía le enseña el elegante edifico del ayuntamiento, «Mira, esto es el Hôtel de Ville», «¡Qué guapo, así serán de caras las habitaciones!».
