Me preguntaba, entre sorprendida y espantada, «¿De verdad que no le regalas nada a la mujer?». Pues no, nunca hemos entrado en esta lógica de San Valentín, negocio para cadenas comerciales.
Antes que, al tal Valentín, presbítero romano, lejano en tiempo y lugar, igual podíamos celebrar al más cercano cura de Villallana, cuyo nombre nunca supe, famoso en el Caudal por casar lo imposible. Mi compañero Velasco lo nombraba jugando al tute, cuando tenía mala mano, “¡Esto no lo casa ni el cura Villallana!”. Víctor Manuel lo puso en el pentagrama. Años en que el matrimonio era legal solamente desde que saliera bendecido por la Iglesia, en un absurdo jurídico que daba plena validez al acto canónico. Aunque era conveniente pasar por el Registro Civil, lo dejaba en segundo lugar, “que nun hay naide que desfaiga lo que ta fecho ante Dios”.
Ahora este señor que ocupa la Sede Arzobispal ovetense, tan moderno él, quiere volver al pasado; ha patrocinado una campaña “por el amor eterno”. Los matrimonios vía altar escasean por todo el orbe antaño cristiano. En la foto puede verse el cartel de proclamas matrimoniales de Pavía, en la muy católica Italia, libre de anuncios.

Quiere el prelado ofrecer garantías que no puede dar, ya se sabe que el amor eterno dura unos pocos años. En España exactamente 16’1, según el centro de estadísticas europeas Eurostat, por el 14’1 de Europa. Y la tercera parte de ellos no llegan a los diez.
(Aprovecho para meter una cuña sobre cómo se hace periodismo. Estos datos proceden del estudio Divorces by duration of marriage, -divorcios según la duración del matrimonio-, publicado, como queda dicho, por Eurostat en septiembre 2023; sin embargo, La Razón ha accedido a ella a través de una página de citas, Sugar Dates. Según la fuente será el agua).
Hay varias razones para la quiebra matrimonial, una de las más importantes es la idealización del romanticismo, que se viene abajo en cuanto la convivencia cotidiana derriba el glamour de las películas; y no lo es menos que las mujeres no están dispuestas a convivir con vagos y maleantes, decididas a ejercer la potestad de sí mismas.
No fue hasta anteayer, un Decreto del 16 de noviembre de 1978, ratificado en la Constitución de diciembre, que se igualaron los baremos y tanto a unos como otras nos permitieron ser adultos a los 18.
Porque no se nos debe olvidar cómo evolucionó esta cuestión de la mayoría de edad desde el punto de vista legal. Anda en estos carnavalescos días por Asturias un mal payaso que se hace llamar Dandy de Barcelona, (aunque, según uno del Barrio, más que señorito elegante “tién una pinta xateru que nun se llambe”), alzando el brazo derecho y dando vivas al Caudillo de los Ejércitos; recuerden las señoras que acudieren a ver semejante desvergüenza que en los tiempos que él elogia, la mujer no se consideraba mayor de edad hasta los 23, dos años más tarde que los varones, pero con una capacidad relativa, porque ni siquiera entonces se le reconocía facultad para acometer actos legales, -abrir negocios, tener cuenta corriente, solicitar pasaporte, adquirir bienes…-, sin la autorización del marido.
No fue hasta anteayer, un Decreto del 16 de noviembre de 1978, ratificado en la Constitución de diciembre, que se igualaron los baremos y tanto a unos como otras nos permitieron ser adultos a los 18. En esa época la gente trabajaba desde los 14 y había responsabilidad penal desde los 16; deberes sí, derechos cívicos no.
Es conveniente llevar el calendario al día, toda vez que en la actualidad dejamos de pensar para poner las cosas en manos de las máquinas; podemos encontrarnos sorpresas desagradables, nada más que veas que mi agenda informática me anunciaba un año que el Miércoles de Ceniza caía de lunes.

En esa fecha, que curiosamente suele ser miércoles, se cierran los Carnavales, fiesta que sobrevive pese a las prohibiciones oficiales. Con cualquier disculpa. Primo de Rivera, primer dictador español del siglo XX, contratado por Alfonso XIII (“Éste es mi Mussolini”, lo presentaba con orgullo), vetó los carnavales populares porque generaban disturbios, pero autorizó los que se celebraban en los casinos, entre delincuentes más elegantes. Según cuenta S. Gallo en El Diario de León, en 1940 el alcalde de Carrizo de la Ribera, Don Ulpiano Vázquez, prohibió los guirrios “porque asustaban a su hija”, y Franco se cargó la celebración como hizo con todo lo que fuera alegría generalizada, temía el desmadre proletario.
Con anterioridad se celebran reuniones de mujeres sin estorbos de varones, que les permiten ejercer su sororidad, a la par que echan unas risas; las Águedas más allá del Payares, o Les Comadres en Asturies. Hay una tertulia con este nombre, con señoras capaces de reírse del mundo a la par que lo intentan mejorar para todos. Ellas organizaron el Tren de la Libertad que impidió al ministro Gallardón hacernos retroceder en la historia, y cada año entregan sus premios positivos a quienes predican Igualdad o el marchamo de Babayu a los que desigualaran la sociedad con dichos y/o hechos.
Les Comadres (…) organizaron el Tren de la Libertad que impidió al ministro Gallardón hacernos retroceder en la historia, y cada año entregan sus premios positivos a quienes predican Igualdad o el marchamo de Babayu a los que desigualaran la sociedad con dichos y/o hechos
La distinción negativa de este año ha recaído por sus grandes méritos en Don Alfredo Canteli, alcalde parlero de la vetusta ciudad que, a decir de Clarín, dormía la siesta. Sus comentarios en torno a las señoras, los homosexuales y los crímenes machistas responden a una forma de pensar tan añeja como esta foto del fotoperiodista Vélez, recientemente recordado con una retrospectiva de sus trabajos, en la que se transmite la imagen de niñas eternas, delicados objetos decorativos para embellecer el ovetense Día de América en Asturias.

Pasan las majorettes, remedando el militar y nazi paso de la oca, por delante de la Plaza de la Escandalera, donde las mujeres de Oviedo de vez en cuando le gritan algunas verdades al señor alcalde y su tropa. Porque las asturianas han plantado cara desde tiempos más difíciles que estos; toda la vida han pisado fuerte por las calles a golpe de tacón, no tanto de zapato de tafilete como de la más artesana madreña, que lleva tres.
