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jueves 28, agosto 2025

El caballero de los botines blancos

Teobaldo Antuña
Teobaldo Antuña
Lector impenitente, escribidor ocasional, Teobaldo Antuña mira con lupa la sociedad para ponerse del lado de quienes la construyen, ni obispos ni banqueros ni generales, sino las personas que viven de su trabajo.

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En Gijón los hosteleros hacen su agosto en agosto. No se cabe. Gentes de todo tipo y condición ocupan el centro de la ciudad y su alfoz. Algunas visitantes no son tan bien venidas, como es el caso de las medusas, que han obligado a cerrar las playas al baño.

Ellas y nosotros esperamos para venir a que cesara el amenazante estruendo de los aviones militares sobre nuestras cabezas y nos fuimos antes de que empezara la carnicería en El Bibio. Llegaron los celentéreos desde el este de la mar cantábrica, impelidos por ese nordestín tan agradable en ocasiones, que facilita el asueto porque espanta las nubes y mitiga la calor, aunque dificulta el uso de parasoles, pamelas, sombreros y faldas de vuelo.

Dicen que son “carabelas portuguesas”; a lo mejor han viajado para saludar a sus compatriotas que, como en años anteriores, han plantado campamento gastronómico sobre las Termas. Un gusto, disfrutar de bacalhau de mil maneras, vinho verde y queijo amarelo.
Compruebo en el diccionario que escribo el portugués correctamente, porque su delegación en Gijón se ha dejado engañar por la proximidad de las lenguas y pone carteles equívocos; así, en la pastelería dicen que sus productos pueden “contender” alérgenos. Con el amable vendedor de tapas de bacalao comento que la mezcla de “pago al contado” y “obrigado” puede llamar a confusión, no como “gracias” en portugués, sino como obligatorio en castellano.

Cartel de un bar indicando que el pago solo se puede realizar en efectivo.

Hay que andar listos en lenguas modernas, en esta ciudad. Para venir descartamos el viejo Ferrocarril de Langreo, porque no es de fiar en manos de Renfe. Las unidades han sido repintadas por imagen, pero siguen siendo ancianas, así que te pueden dejar tirado en cualquier momento. Eso sí, en la estación te dan instrucciones en inglés.

Carteles en español/inglés en el tren.

Esto ya te va preparando el espíritu para que llegues a la mayor ciudad de Asturias acostumbrado a manejarte en la lengua del Imperio. Un tal C. G. se define en el dintel como contemporary artist/flagship. ¿En el Soho de London? No señora, en el Barrio’l Carmen de Xixón. El bar de bocadillos, la furgoneta de un copatrocinador del Sporting… y la banca ya ni hablemos. La Caixa no tiene oficina en Corrida, tiene un “store”. El Santander mucho cuento con que es private banking, pero sigue sin funcionar el reloj de su elegante sede en la calle Munuza. La Caja Rural quiere dejar de ser de pueblo, su publicidad habla de “match”, “crush” y “ghosting”, términos de uso común en Pinzales.

Xixón city

El calendario festivo incluye, para desdoro de la civilización, corridas de toros. Aunque año tras año se comprueba que la pequeña plaza no se llena, siguen algunos empeñados en promocionar la sangre, con la ayuda inestimable de ciertos periodistas. Titular que pretende remarcar el interés popular “Colas en las taquillas de El Bibio”; miro la foto con detalle, cuento la clientela, ¡nueve personas! Hora y media después, en una panadería de la calle Covadonga, veo otra cola, exactamente con el mismo número de personas. ¿Habrá que subvencionar a los profesionales del pan?

Mejor inversión, sería. Debo anotar, para que no me tilden de manipulador, que una semana después sí hubo colas para las entradas de centenares de aficionados a las sangrías animales. Los escribidores taurófilos erre que erre, aunque en ocasiones les salga mal el tiro. Se jubila la gerente de la Unión de Comerciantes del Principado, pregunta, “¿Va los toros?”; respuesta: “Fui muchos años, no tengo por qué ocultarlo. Pero llegó un momento en que el coste y el espectáculo no me resultaban rentables. Entiendo que se quiera anular. Es un espectáculo brutal y poco adecuado para los tiempos actuales”.

La oferta gijonesa se amplía con el Paseo Gastro, veintidós casetas de comida repartidas entre Begoña y el Muelle. En la inauguración, como suele ser habitual, declaraciones oficiales. Dice el representante de OTEA que no hay fiesta sin casetas; lo que se calla es que el nacimiento de esta costumbre estaba en las peñas populares, incluso para pequeñas asociaciones era un bálsamo presupuestario. Esto no tiene nada que ver, se organiza a mayor beneficio empresarial.

No anda tampoco muy listo el directivo de Divertia (para que nos entendamos, el de Festejos), que asegura: “Esto no sería posible sin los hosteleros”. Hondura de pensamiento, parece primo de Pero Grullo. Ni la feria de la artesanía sin los artesanos, ni la del libro sin libreros, señor mío.
Cuando hagan balance hablarán de decenas de millares de personas que pasearon entre tapas y cañas, ahora bien, ¿y esos miles dónde desbeben? Se han habilitado unas casetas a todas luces insuficientes. La falta de servicios higiénicos es algo habitual en los festejos veraniegos. Por poner un ejemplo, La Felguera de Langreo, a la mañana siguiente de la jira de San Pedro olía a ácido úrico que alimentaba; los portones de las cocheras, escondite socorrido para aliviarse, clamaban desinfección.

Al menos en Gijón se cubren escrupulosamente las medidas de seguridad en materia eléctrica, otro peligro que ha dado más de un susto; aquí los cables que no tienen más solución que estar por el suelo están convenientemente protegidos. En la foto del Parque Vieyu de La Felguera, -gentileza de Benito Miravalles-, el cable cae a una caja al lado del parque infantil; desde allí, tirado de cualquier manera, hasta el camión de la orquesta. El año pasado y éste, la ciudadanía avisó a la Policía Local del tremendo riesgo de tamaña imprudencia. Sin resultado.

Fiestes de San Pedro

Como tengo por costumbre, releo el artículo antes de enviarlo; pienso que igual tenía razón el caballero que ocupaba asiento delantero del autobús que nos trajo a Gijón. Con tono enérgico, alto para ser oído por el pasaje, comentaba con el conductor que cuando fuera llamado a trabajar ni de loco pensaba aceptar hacer la línea de las Cuencas, por los indeseables que las habitan. Hipercríticos, ingobernables… Este repunantín, indino de ser atendido por tal caballero, aparte de tomar nota de su delicado lenguaje, midió con detalle su prestancia en el atuendo indumentario para aprender de ella: pantalón, camisa y chaleco de cada color adornaban su figura, que se erguía sobre unos elegantísimos botines blancos.

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