Van llegando los trenes de alta velocidad a la periferia nacional; entusiasmos y decepciones. Un convoy recién estrenado se queda sin electricidad en Orense, tiene que ser remolcado, dos horas de retraso. Unos días antes en Asturias se produce una dilación de tres horas. Explicaciones lacónicas: “avería técnica”, “incidente técnico”.
Poco aprecio a los usuarios, juegan con nuestro tiempo y atentan contra nuestra salud. Jamás en la vida vi a alguien tan próximo a un infarto como la chica de rasgos orientales con la que sufrimos un viaje en AVE Córdoba-Madrid. El tren salió de la estación andaluza a la hora que debería haber llegado a la capital de España, por “avería en la catenaria en Atocha”. A lo largo del trayecto, y particularmente cerca del destino, tuvimos alguna otra incidencia, el retraso se fue acumulando. Nada importante para quienes íbamos de recreo, pero la muchacha se moría de ansiedad, se comía las uñas, “tengo una entrevista de trabajo muy importante”; todo el pasaje sufrió con ella, le dejó espacio libre para que saliera corriendo, y le deseó que llegara, ya que no a tiempo, por lo menos no irremediablemente tarde.
Pero “en todes les cases cuecen fabes…”. Los países del este de Europa dieron en su momento mucha importancia al transporte público; los trenes no son ultra rápidos, suelen en cambio ser eficaces. Sin embargo esta vez nos tocó la cruz.
La estación Budapest Keleti (Este) luce archidecorada con banderas nacionales. Encontramos fácilmente andén y convoy, si bien hay algo de artesanal en la reserva de asientos; no lo permitía la página web en la que compramos el billete, pero sí lo hacía la ciudadanía local. De hecho en cada vagón hay etiquetas que indican los asientos ocupados; tener una persona en un trayecto largo, poniendo y quitando letreros es una forma de disminuir el paro, aunque quizá no la más productiva.
Destino Košice, segunda ciudad de Eslovaquia, un poco menos de tres horas en asientos cómodos, con mesa auxiliar, wifi y conexiones eléctricas; se puede ir trabajando. A poco de iniciado el viaje viene el interventor a preguntar si hablamos alemán (era el idioma en que estaba escrita nuestra reserva). No. Pide ayuda a una joven pasajera que habla inglés para que nos explique que ha habido un accidente, un tren se llevó por delante un camión en un paso a nivel. En Harvan es necesario bajarse, un autobús nos llevará a Füzesabony. Tomamos el asunto con calma, al fin y al cabo, desde el Ferrocarril de Langreo hasta la rampa de Pajares tenemos práctica al respecto. La ciudadanía local, cargada de bolsas, maletas, bicicletas y/o productos del mercado, también lo lleva con paciencia; para las personas con problemas de movilidad es una tortura subir y bajar escaleras con bultos.
En cada vagón hay etiquetas que indican los asientos ocupados; tener una persona en un trayecto largo, poniendo y quitando letreros es una forma de disminuir el paro, aunque quizá no la más productiva.
Bajamos de los buses, hay centenares de personas buscando desorientadas el tren que les corresponde; una señora mayor cambia de vagón tres veces. Por fin, encontramos el nuestro, pero nueva sorpresa: en Miskolc es necesario volver a cambiar de tren. La cosa empieza a hacer menos gracia.
Estamos en una comarca que ha sido parte importante de la historia húngara; aquí tenía sus posesiones la familia de Francisco Rákóczi II, que en el siglo XVIII protagonizó el levantamiento contra Imperio Habsburgo. Sus restos están enterrados en la catedral de Košice desde 1906, con honores de héroe nacional húngaro.
Pero no estamos para estudiar historia, aunque al final nos sobraría tiempo para ello: tres horas varados sin que nadie nos contara qué iba a ser de nosotros. Preguntamos a la jefa de estación si habla inglés, un seco “no” por respuesta, “¿El tren a Košice?” “No tengo información”. Una taquillera nos cuenta lo que ya sabíamos, un camión atropellado, y quiere tranquilizarnos, “ha sido serio, pero no hay víctimas”. Nosotros somos daños colaterales, sorprendente falta de agilidad en un nudo ferroviario de tal nivel.
La megafonía, después de unos camuflados acordes de La Marsellesa, decía cosas ininteligibles para nosotros; el pasaje esperaba en los bancos sin alarmarse, solamente un padre y un hijo eslovacos se impacientaban, se dirigieron a nosotros en la esperanza de que habláramos su lengua. Nos consolamos mutuamente en inglés.
Al final llegamos a destino. Seis horas para un viaje de menos de tres. Aparecemos por los pelos a la cita prevista en Košice; cuando contamos la odisea salen a relucir sus diferencias tradicionales: “¡Bah, húngaros!”
Por fin aparece el nombre de nuestro destino en las pantallas, sin dar número de andén en una estación donde hay nueve; llegar de un extremo a otro por los pasadizos subterráneos te puede hacer perder el tren, así que los nativos se juegan el pellejo pasando entre las vías. Inmediatamente aviso de retraso: 20 minutos, 50 minutos, 100 minutos…
Bueno, al final llegamos a destino. Seis horas para un viaje de menos de tres. Aparecemos por los pelos a la cita prevista en Košice; cuando contamos la odisea salen a relucir sus diferencias tradicionales: “¡Bah, húngaros!”.
Días apacibles y soleados, bien aprovechados, y al regreso otro susto en la estación: el panel anunciaba retrasos. Buscamos alternativas, pero no fue preciso, a las 14’01 exactas el convoy iniciaba camino de vuelta desde la capital de Eslovaquia del Este a Budapest Keleti. Llegamos casi exactamente puntuales; media tarde, solamente había un taxista, por precaución preguntamos el precio, “8.000 florines”. “¡¿Cuánto?!” Lo tradujo: “20 euros”. No hacía falta, lo habíamos entendido perfectamente, pero es que la ida nos había costado 6 €, o sea que nos fuimos al trolebús, dos calles más abajo, cuyo conductor nos invitó amablemente. Por poner un referente de costes, el transporte público de la capital húngara tiene un billete 24 horas sin límite de viajes por 7€ y los mayores de 65 años de la Unión Europea pueden usar bus, trolebús, metro y tranvía gratis total.
Era viernes, cinco días después el primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, era tiroteado y seriamente herido en la ciudad de Handlová, situada aproximadamente a medio camino entre Košice y Bratislava. Nosotros ya no estábamos en el país (tenemos documentos que lo acreditan).