Un ciudadano Fanjul titulaba su Carta al director: “Ya que estamos en elecciones a ver si nos dan soluciones”, pidiendo mejoras al señor Canteli, ese alcalde Oviedo tan hablador él pero que según el reclamante “no se dignó contestar ni vía telefónica ni vía oral”.
Otro escribidor ponía título también casi rimado, “soluciones políticas, no explicaciones”, si bien apuntaba más alto; al ciudadano López no le servían “ni explicaciones ni justificaciones” del Gobierno de España, “las promesas electorales se las lleva el viento, lo que valen son hechos”. Una aseveración que deberían tener en cuenta los responsables de la propaganda partidista, porque la ciudadanía lleva votando desde 1977 y está un poco harta de incumplimientos de derecha, de izquierda, y de fantasmagóricos centros. Hace falta un poco de seriedad porque nos están llevando a tal descreimiento democrático que roza el ateísmo.
Viene el Cangadidato a presentarse como una opción seria, curtida en Europa; asegura que no viene a insultar, sino a dar soluciones. ¡Al fin!, grita la plebe entusiasmada. A los cuatro días ya está repartiendo discursos faltos de respeto a sus rivales y prometiendo el oro y el lobo.
Suspendo al equipo de comunicación, que para colmo mete la pata a las primeras de cambio. Señala el columnista Arturo Román, colega en eso de cazar gazapos, la nota de prensa para un acto en Cangas de Onís; se equivocan los asesores y escriben mal el nombre del mismísimo secretario general del PP. Pasa, según ellos, de ser Don Álvaro Queipo, candidato occidental, a ser Don Álvaro Cuesta, veterano militante del PSOE, carné que le sirvió, a falta de mejores méritos, para ser vocal del Consejo General del Poder Judicial, ese organismo caducado, tan pasado de fecha que ya huele.
Para que estén aquí representados todos los niveles de responsabilidad vamos a citar a este muchacho de Laviana que rige Asturias. Anda el hombre mareado con la variante ferroviaria, más larga en años que en kilómetros; el Adif señala una nueva fecha de apertura y Don Adrián, católico a lo que dicen, asegura: “Yo, como Santo Tomás, lo que no veo no lo creo”.
Ejercicio de escepticismo bien justificado, si tenemos en cuenta que llevamos 20 años con el cuento. Ahora bien, debo hacerle una precisión: aquél que se señala como Santo Tomás habitualmente era el dominico de Aquino, que no solamente creía sin ver, sino que ideó unas vías (con perdón por el símil ferroviario, pero así las llamó) para demostrar la existencia de lo que no veía. Aún se siguen usando para promover la fe.
El que se demostró tan incrédulo como nosotros fue otro Tomás, el apóstol, que cuando sus compañeros le comentaron que Jesús el Nazareno, a quien había visto maltratado y ejecutado, había resucitado, exclamó lo mismo que los langreanos ante la promesa del final de las obras del soterramiento de la línea de Feve, “¡Yo, lo que no vea…!”