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domingo 24, noviembre 2024

Los toros de Gijón y el indulto de Civilón

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Anda estos días todo el mundo hablando del fútbol de las mujeres, a mí me da por escribir de los toros de los hombres. Son los varones quienes casi exclusivamente torean, son hombres quienes en su mayoría acuden a las plazas o lo siguen a través de pantallas.
Ha habido toros en Gijón, con lo que se ha cerrado un ciclo iniciado hace dos años, cuando la anterior alcaldesa, que primero no lo había considerado, -“quien quiera ir que vaya, quien no, no”-, decidió que ya estaba bien después de que salieran al ruedo dos astados con los nombres de Feminista y Nigeriano. Se armó la de Dios es Cristo, incluyendo declaraciones ofensivas del empresario Zúñiga hijo, que tuvo que atemperar el empresario Zúñiga padre. Un curioso dúo. Los pro-taurinos se concentraron delante de la plaza; setenta dijo un diario; como cabían en la foto, conté. Había treinta y dos. En la de estos días, en contra, varios centenares de taurófobos se manifestaron desde El Parchís al coso gijonés.

La prensa encontró buenos materiales para participar en el debate. Por los tabloides aparecieron Jovellanos, Clarín, Ramón y Cajal o Unamuno que escribieron contra una costumbre de bárbaros. A favor pasaron a declarar Goya, Lorca, Ortega y Gasset, García Márquez y Sabina.

El debate llegó a las alturas celestiales. Alguien escribe que estas prácticas de maltrato animal se han extinguido en los países de la Reforma, mientras se mantuvieron entre los católicos. Una observación incorrecta, como suelen ser las generalizaciones.

Las Partidas de Alfonso X consideraban inadecuado que los sacerdotes participaran en tales festejos, no ya como protagonistas, sino “nin yr los que lidian”, a la par que consideraban oprobioso que “ningund ome recibiesse precio, por lidiar con alguna bestia”.

Ha habido toros en Gijón, con lo que se ha cerrado un ciclo iniciado hace dos años, cuando la anterior alcaldesa decidió que ya estaba bien después de que salieran al ruedo dos astados con los nombres de Feminista y Nigeriano.

Es precisamente en el siglo XVI, cuando estallan los movimientos protestantes en la Iglesia, el momento en que se producen los textos más significativamente condenatorios de la Fiesta. Juan de Mariana (1536-1624), estudioso, crítico con su tiempo, -incluso con la orden jesuita, a la que pertenece- escritor prolífico, publica “De spectaculis (Tratado sobre los juegos públicos)”, en la que analiza las diversiones de la época: teatro, circo, rameras y toros.

En otro momento os hablaré de sus posiciones al respecto del resto de espectáculos, veamos hoy “Si es lícito correr toros”, erudito capítulo en el que expone las posiciones de ambas partes; porque “las personas más señaladas en bondad y en modestia las reprueban como cebo de muchos males, espectáculo cruel, indigno de las costumbres cristianas”, pero son mayoría “como muchas veces acontece que la peor parte sobrepuje en votos a la mejor” quienes ”las defienden como a propósito para deleitar al pueblo, al cuan conviene entretener en semejantes ejercicios”.

Cita las opiniones eclesiales ya desde el IV Concilio de Letrán (1215) donde “consta con voz común ser ilícitos los juegos en los cuales suceden muchas veces muertes de hombres y grandes heridas”, para entrar directamente en la doctrina de los papas. La más famosa es la bula de Pío V, que amenaza con la excomunión a cuantos organicen, participen y consientan la lucha con toros bravos; lo términos son duros:

“También a los soldados y todas las demás personas vedamos que no se atrevan a pelear, así a pie como a caballo, en los dichos espectáculos de toros y otras bestias; que, si alguno muere allí, carezca de eclesiástica sepultura”.

Felipe II no se atreve a enfrentarse a un papa de esta talla, así que espera a que muera para solicitar al siguiente, Gregorio XIII, una cierta dulcificación de las normas. Se la concede. A la par, los jesuitas discuten acerca de si eso de ir a los toros es pacado mortal o venial. O sea, si te vas de cabeza al Infierno o no, caso de desobedecer la bula de Pío.

Las cosas se relajan un tanto, de modo que debe intervenir el siguiente pontífice, Sixto V, que anda un tanto cabreado con su tropa, “algunos de la universidad del estudio general de Salamanca, catedráticos así de la sagrada teología como del derecho civil, no solo no tienen vergüenza de mostrarse presentes en las dichas fiestas de toros y espectáculos sino que afirman públicamente…que por hallarse presentes, contra la dicha prohibición, no incurren en algún pecado”, de modo que da poderes al obispo de Salamanca para perseguirles, “de cualquier calidad que fueren…invocando si fuere necesario, la ayuda del brazo seglar”.

Me permito un salto en los siglos para llegar a una España no tan católica. Verano de 1936, República. Hago referencia aquí a un capítulo del libro Los años amarillos, de Sergi Doria (Edhasa, 2023). La revista Estampa ha conseguido un gran éxito a partir de los muy atractivos reportajes fotográficos que le permite la moderna técnica del huecograbado; a través de su redactor Javier Sánchez Ocaña conocemos la historia Civilón, toro de lidia de la prestigiosa ganadería salmantina de Juan Cobaleda.

Revista gráfica Estampa

La bravura del animal era de tal calibre que hubo ser apartado del resto de la manada para que dejara de generar conflicto con los otros machos. Sin embargo, se volvía manso a la vista de Carmelina, la hija del patrón, siete años, que le daba a comer en su mano.

El toro fue vendido para la Monumental de Barcelona. La despedida en la dehesa fue un drama; Cobaleda lamentaba desprenderse de él, por el cariño que le había tomado la niña: “Si muere Civilón, caerá enferma. De buena gana hubiera devuelto el dinero… pero la empresa que me lo compró no me ha querido rescindir el contrato”.

Elemental, la revista había hecho famoso al morlaco, adquirido para un mano a mano que se presumía espectacular entre Domingo Ortega y El Estudiante. La taquilla sería cuantiosa.

La bravura del animal era de tal calibre que hubo ser apartado del resto de la manada para que dejara de generar conflicto con los otros machos. Sin embargo, se volvía manso a la vista de Carmelina, la hija del patrón, siete años, que le daba a comer en su mano.

En Salamanca grupos de mujeres manifestaron su desacuerdo con que muriera en la plaza; era el principio de un más importante movimiento de protesta. En Barcelona las gradas de la Monumental tenían más público femenino que de costumbre, fuera del coso se concentraron muchas más, en desacuerdo con el final previsible. La revista y el ganadero habían recibido cientos de cartas y telegramas pidiendo el indulto del animal.

Salió como quinto de la tarde, estampa imponente, no hizo caso a los trapos de los ayudantes, ni al del maestro. Apenas un par de pases y se dedicaba a trotar alegremente por la arena. Bronca monumental, los hombres piden que lo piquen, las mujeres “el indulto para el toro amigo de los hombres”. El presidente opta por lo fácil: a los toriles de nuevo.

Civilón seguirá comiendo la hierba de la mano de Carmelina. Termina Javier Sánchez Ocaña, “Lo han salvado las mujeres”. Final incruento. Faltaban once días de julio para que militares golpistas tiñeran España de sangre. En estos tiempos nuestros, un escritor pro-taurino que refiere la saga ganadera de Cobaleda, -cruzada con los Berrocal, los Galache y otros apellidos de renombre taurino-, lamenta que “los herederos de Don Juan eliminaron todo lo bravo”; no cita a Carmelina, pero se la adivina detrás de la decisión.

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