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miércoles 24, abril 2024

Sir Arthur Conan Doyle cree en los cuentos de hadas

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Octava y última entrega del periplo de final de verano. Un asunto que ha cruzado toda la estancia en Leeds y que siempre me admira en el Reino Unido es el concepto de seguridad civil: velocidad reducida, incluso superlenta, a 30, 20 y 10 millas por hora en zonas urbanas; las traseras de las furgonetas de helados advierten a los conductores “peligro, niños” en su entorno, pararrayos por doquier, chalecos reflectantes en los repartidores de comida en la acera; ventanas cerradas con llave para evitar caídas, al igual que los pisos en construcción tienen los vanos perfectamente sellados; letreros que en los edificios oficiales, -incluso en pubs-, recomendaban cogerse al pasamanos para bajar las escaleras.

Un apartado especial son las protecciones contra incendios; las puertas de salidas de emergencia están ostensiblemente señaladas y son respetadas. El asunto viene de lejos y es fácil entender en un país en que antaño las casas eran de madera, las quemas pavorosas. En los museos de la industria se conservan cuidadosamente las medidas de protección, de la más simple a la maquinaria compleja. En la vieja fábrica de Sir Titus Salt, que tuvo miles de trabajadores de diferentes procedencias, se lee la normativa del XIX en diferentes lenguas; polaco, por ejemplo…

https://fusionasturias.com/opinion/firmas/el-rincon-de-teobaldo/sir-arthur-conan-doyle-cree-en-los-cuentos-de-hadas.htm Sir Arthur Conan Doyle cree en los cuentos de hadas

…Aunque nada es perfecto, a la salida desde el aeropuerto de Bradford había un poco de atasco por la huelga de los tripulantes de cabina de Ryanair. Con las prisas por solucionarlo se saltaron todas las normas, el pasaje era empujado a seguir adelante, aunque sonara la alarma en el control de metales; más tarde, en el pub de la zona de embarque, nos armaron con cuchillo y tenedor metálicos. Podríamos haber secuestrado el avión amenazando al piloto con sacarle un ojo.

Uno de los objetivos del viaje tenía que ver con la Universidad de Leeds, un espacio pensado para el alumnado. Parece una perogrullada, pero es así, todo está orientado a facilitar el trabajo estudiantil. Espacios amplios en interior o exterior para tareas individuales o en equipo, servicios de comidas para todas las necesidades, librería, bibliotecas, pub, supermercado con precios menos caros. Se puede hacer la jornada completa dentro del recinto. Desde la entrada se puede leer: “Nuestro campus está libre de humos. Por favor colabore a que no se fume aquí”. No se permite el acceso de vehículos, salvo los de suministro, que no pueden exceder los 15 kms/hora.

Orgullosos de sus equipos de investigación, de los donantes y de sus estudiantes. El primer día, un grupo de orientales recién graduadas se hacía fotos de recuerdo por cada rincón significativo; la presencia internacional incluye a investigadoras de la Universidad de Oviedo. Se anuncian los alumnos más distinguidos; como anécdota señalar a Marc Knopfler, el guitarrista que junto a su hermano David fundó Dire Straits (Terribles apuros), que aquí cursó Filología inglesa.

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A las espaldas de la universidad, zona de recreo, puedes quedar en La Biblioteca (Pub The Library), agradable para la tertulia con cerveza; adyacente, un parque donde se suelen reunir corredores de todas edades los fines de semana, en actos cuidadosamente organizados que nos sorprenden; por ejemplo, antes de iniciar la carrera, un minuto de silencio por el fallecimiento de Su Graciosa Majestad.

Claro que también hay pequeñas rupturas con la seriedad oficial; en una de las esquinas está una estatua que representa a un héroe nacional inglés, sir Arthur Welleley, Duque de Wellington (y de Ciudad Rodrigo), que encabezó al ejército español contra la invasión francesa y terminó jubilando a Napoleón en Waterloo. La ironía de la juventud estudiantil le ha coronado con un hermoso sombrero de plástico, alejado de la pompa oficial, y tiñó las botas a juego.

Duque de Wellington

Tienen un papel importante los mecenazgos en esta universidad; por ejemplo, el edificio central es generosidad del Dr. Parkinson. En una de sus salas se encuentra una exposición variopinta, con tesoros como una edición de Shakespeare de 1664 o la maravillosa historia de las Hadas de Cottingley.

En julio de 1917, Elsie Wrigth, -16 años-, toma prestada la cámara de su padre y fotografía a Frances Griffiths, -de 9-, con un grupo de hadas bailando; la incredulidad familiar lleva a que busque más pruebas, dos meses después obtiene otra imagen de su pequeña prima con un gnomo. Las placas quedan olvidadas en la intimidad doméstica, pero tres años más tarde las madres acuden a una conferencia en el Theosophical Institute de Bradford y las mencionan. Se arma un revuelo nacional y salta Sir Arthur Conan Doyle en defensa de la real existencia de hadas y otros seres similares, incluso aporta dinero a la familia para usar los negativos. Publica un artículo en el número de marzo de 1921 de la revista The Strand Magazine que proclama a toda plana, “La evidencia de las hadas. Con nuevas fotografías”. El inteligente creador de Sherlock Holmes se había sumergido en el mundo de lo paranormal a partir de perder un hijo en la Gran Guerra.

las Hadas de Cottingley

El cuento de las hadas durará en el imaginario inglés más de sesenta años; hasta que en 1983 Joe Coopers publica un análisis forense de las fotos en The British Journal of Photography, en el que demuestra la falsedad de las imágenes, realmente dibujos de Elsie con los que hace posar a la modelo.
Frances murió a los 78 años manteniendo la misma versión de la historia; su familia la describe como “una mujer muy inteligente y sumamente honesta”, su hija Cristina aseguró entonces que “ella mantuvo que esto de las hadas era real, nunca cambió su historia”. Elsie, mayor y escasa de salud, no pudo asistir al funeral de su prima, para entonces ya la trampa había sido desvelada, declaraba: “La broma iba a durar dos horas y ha permanecido durante setenta años”.

De las apariciones virginales en Fátima (también de 1917) ni siquiera hubo fotos, los hermanitos nunca se desdijeron, y todavía dura el cuento.

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