Las circunstancias me llevan a mediodía al comedor del Hospital de Cabueñes. Se agradece la generosa luz natural de las cristaleras, no tanto los vinilos de la decoración, adornados con frases pretendidamente filosóficas, repletas de erratas, sofismas, tautologías y estulticia, del estilo de “Las cosas no cambian, cambiamos nosotros”, o gracietas machistas: “Ella había perdido el arte de la conversación, pero no la capacidad de hablar”.
Se ha presentado un presupuesto para ampliar el hospital; se insiste, por otra parte, en cuidar la Salud Mental, sería deseable una pequeña partida en las cuentas dedicada a aliviar tan obsoleta decoración.
De esto no tiene la culpa el actual concesionario del servicio de cafetería, Serunión, del grupo francés Elior, “que cuida de las personas en las diferentes etapas de su vida”. Y efectivamente se esmeran en que el menú, como corresponde a un entorno sanitario, sea bajo en sal y condimentado de tal modo que desanima a la glotonería.
Abono los 9 € de coste con tarjeta, me dan un recibo correcto, con datos fiscales y tal; a continuación, emiten el recibo del cargo bancario, por gentileza del BBVA quedo informado de que estoy en ¡Cabueñas!
Por lo que se ve la veterana institución financiera ha tomado claramente partido en el debate filológico actual y se esmera en enmendar la toponimia asturiana. Se le notan las raíces, su implantación partió del Banco de Comercio de Oviedo, a la sombra de la catedral y bien cerca de ese sitio donde algunas de las elegantísimas que van a la ópera patean los comentarios en llingua; por otra parte, me recuerda la anécdota que ya he contado miles de veces acerca de aquel empresario de la construcción de El Berrón, albañil venido a más, que por hablar “más fino” pedía en el restaurante Samoa Agua de Borinas.