Civismo. Buena educación. Politesse. Courtessy. O sea, capacidad para convivir socialmente, virtud imprescindible que ha desarrollado el ser humano desde que se atrevió a bajar de los árboles. En ocasiones se pierde, tanto como que han sido necesarios detallados libros para recordarnos que es conveniente ceder el asiento a personas mayores, disfuncionales o débiles.
Ya he contado aquí la anécdota de aquel que tenía en casa, para enseñar buenas maneras, un “Manual de Urbanismo”. No es eso, precisamente. En ocasiones basta con tener espíritu de vecindad, como el que acreditan las personas del portal de la foto que nos regala David: “Voy facer obres”, dice el del 5º D. Nada, hombre, adelante, le animan otros, hoy por ti mañana por mí. “¡Faltaría más, gallu!”
Desafortunadamente, quienes solemos viajar en transporte público, observamos a diario la poca estima en que unos pocos usuarios nos tienen al resto. Y no estoy hablando sólo de la señora a la que abandonó el desodorante el siglo pasado o a los que no se acercan al agua si no es en presencia de su abogado. Podrían, por cierto, tomar el ejemplo de la alcaldesa de Gijón que ha invitado al mejicano que compró el Sporting a bañarse. Encomiable e higiénica medida protocolaria.
Me refiero también a otra plaga acreedora de la moderna peste del teléfono móvil. Quienes enseñan las gracias de sus nietos a la vecina de asiento y a todo el vagón, los que nos machacan con el tintineo de sus mensajes o aquellos que nos obligan a escuchar sus canciones favoritas. “¡Póngase los auriculares, por favor!” “No los tengo”.
Estas actitudes hacen que en ocasiones la gente elija asientos individuales, aunque te cobren 2 € de suplemento por ello. Sin embargo, pueden fallarte las previsiones. Viaje Bilbao-Oviedo, Alsa Supra; ponen un bus normal, inferior en comodidades, al parecer por avería. Algunos usuarios cargan contra el conductor, que se defiende como puede, “señora, yo lo que me mandan”.
Desafortunadamente, quienes solemos viajar en transporte público, observamos a diario la poca estima en que unos pocos usuarios nos tienen al resto.
El asiento individual, por ejemplo, habría permitido que la representante de Desigual hubiera desplegado su oficina portátil sin robar espacio a la señora de la butaca de al lado, aunque probablemente no hubiera sido suficiente para evitar que le diera la chapa (a ella y al resto del pasaje) intentando solucionar, vía telefónica, los problemas de Vanesa para hacerse cargo de la gestión de un “corner” en El Corte Inglés desde el 28 de julio al 8 de agosto. Recibimos una lección gratuita de manipulación de personas y de cómo saltarse a la torera toda la legislación laboral vigente. A 12 kms. de Oviedo cerró el portátil; satisfecha ella, descansados nosotros.
Llegados a destino, de las casi cuarenta personas desembarcadas, solamente tres nos acercamos a reclamar por la diferencia de categoría en el bus. Ni siquiera quienes más habían zaherido al conductor: “Yo no viajé mal”, decía el ciudadano que había exigido estar sentado sólo, “que para eso pagué suplemento”.
La oficina “Atención al cliente”, cerrada. “Información” nos informa de que reclamemos en ventanilla. La amable señorita que expende los billetes cambia la molestia por uno gratis a una pasajera y a nosotros dos nos devuelve en efectivo, sin más vueltas, el 41% de la cantidad abonada en su momento. Buen comportamiento empresarial. Gracias.