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domingo 24, noviembre 2024

Yo, turista (Primera parte)

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“He de confesarlo: soy turista”. La figura que se mantenía en la sombra al otro lado de la celosía abandonó su postura indolente y se sobresaltó, “¡Ag! ¿Cuántas veces, hijo mío?”
Tantas como mis exiguos ahorros alcanzan; si la autoridad lo permite y el tiempo no lo impide. Ya no me importa hacerlo público. Una zuna que tengo desde pequeño, cuando mi abuela me llevaba en el tren de madera a Gijón; tres horas de incomodidad y tumulto para ganarme el derecho a jugar en la arena. Si me portaba bien, -los primeros días, sin duda-, me compraba un cartón de ciclistas; en la radio contaban el Tour.

Me escapo en cuanto puedo, con cualquier disculpa; solo o en compañía, preferiblemente de la señora que me soporta a diario. En cada sitio aprende uno de la geografía física, política y, sobre todo, humana; concluye que los seres de todos los colores tenemos las mismas necesidades, defectos y virtudes.

Playa de El Sardinero (Santander)
Playa de El Sardinero

En esta ocasión fue a El Sardinero, a la segunda, la playa que antaño, convenientemente separada de la de los pudientes, fue de la plebe. En ese entorno la población de aluvión me permite observar con total impunidad al espécimen catalogado como “Hominidus intinerans matritensis”, en lengua romance “turista madrileño”.
Su aspecto físico no es muy diferente del resto de ejemplares ibéricos, se le distingue por los modales y, particularmente, por la conversación. Cuando llega al desayuno no se sienta, se desparrama; ocupa el doble de plazas que le corresponden y siembra el pasillo con sus útiles de playa. Aprovecha la ocasión para revisar las facturas del día anterior, poner en conocimiento de todo el comedor sus saberes gastronómicos, conceder o retirar alguna estrella Michelin y mostrar su sin par astucia para lograr los mejores precios del mundo.
Las cañas en Madrí, son más grandes, más baratas y están mejor tiradas. Es un gran taxónomo: “Ese bicho que parece una almeja, pero que no es una almeja, que tiene un nombre raro”.


Su amplísimo bagaje político le permite dar enseñanzas en el ágora, a voz en grito. Es la razón por la que siempre llevo a mano la libreta de apuntes, necesito aumentar mi escasa formación democrática con las lecciones de los discípulos de Ayuso. “Les dan una paga y luego se vuelven a Marruecos y allí la siguen cobrando. Hasta cinco mil se han censado en un mismo piso”.

Me encanta que la ciudad haya dedicado un monumento a los Hermanos Tonetti, los payasos del Circo Atlas. Nos paramos a hacer fotos; sin pedirla, uno de estos curiosos elementos capitalinos nos da otra conferencia, “Estos son payasos de verdad y no los del Congreso; que además cobran”. Me abstengo de recordarle sus muertos por no generar otro conflicto internacional.

Sandalias patrióticas Camino de la playa, -en el bus “porque prefiero descansar”-, van por separados señoras y señores. Ellas: “Quiero más estar un ratito en la playa que ir de compras”. “Sí, que allí no tenemos playa”. Hacen seña de que han quedado asientos libres, y uno de ellos se abalanza y ocupa plaza para sí y su mochila, sin consideración de otra docena de personas que van de pie.
Por la tarde prefieren la piscina. Allí consideran tierra conquistada cien metros cuadrados en torno a sus hamacas y expanden generosamente por el suelo su elegante indumentaria, entre la que no pueden faltar los complementos patrióticos, por ejemplo estas elegantes sandalias, estilo hawaiano.

Me asalta la duda de si los Abogados Cristianos no los denunciarán, por considerar un ultraje pisar los colores de la gloriosa enseña. Como elemento de paseo llevan unas alpargatas color guardia civil con ribete rojigualda. Una monada nacional.

Desafortunadamente tengo que interrumpir las observaciones porque ha surgido una emergencia: ¡En La Felguera ha desaparecido la estatua de Villa! (El futbolista, el otro no tuvo tiempo de conseguirla).

La no estatua del guaje Villa

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