Vivimos rodeados de sonidos que no escuchamos, de palabras mágicas tapadas por nuestros ruidos, de mensajes importantes, a veces vitales, transmitidos por las «vidas» que nos rodean, que forman parte de la naturaleza, que quieren decirnos, advertirnos, sobre nuestro errático caminar, pero a las que no prestamos atención porque estamos demasiado ocupados en hacer y en decir, sobre todo en decir.
Pero nuestro decir está carente de contenido y, sobre todo, es un decir competidor, que pretende ser más fuerte, más alto y mejor que el de los demás, incluso olvidando aquello de «sólo sé que no sé nada», más sabio que el decir de todos los demás.
Pero una cosa son nuestros desvaríos y otra el correcto devenir de la vida, del orden natural de las cosas, de lo que Es por encima de lo que pretendemos que sea o nos gustaría que fuese.
Así, el hombre, la criatura hombre, es tan sólo un eslabón más en el engranaje de la naturaleza, de la creación. Un eslabón importante, no tanto por lo que significa ahora como por lo que se pretende que sea en el futuro, por lo que significa en el diseño del Creador.
Pero, aunque el hombre se crea el rey de la creación, existen fuerzas muy superiores a él en la naturaleza, tanto en su aspecto destructivo como creativo.
Y ninguna de esas fuerzas es tan poderosa como la de los Elementos.
Aunque el hombre se crea el rey de la creación, existen fuerzas muy superiores a él en la naturaleza, tanto en su aspecto destructivo como creativo.
Todos conocemos directa o indirectamente el poder que existe en un terremoto, en un tornado, en un incendio incontrolado, en las aguas desbordadas o en el mar enfurecido.
Ante ello, el hombre es un muñeco sin voluntad y sin capacidad de reacción. Los que se creen más poderosos se refugian en la oración, esperando que su “dios” les cuide, que su falso “poder” les proteja. Los más valientes intentan sobrevivir y el resto se deja en manos del destino.
Esas fuerzas de la naturaleza, que día a día se van multiplicando y reforzando aún más, son los «escuderos» del Creador, del Uno, y portan un mensaje para la criatura hombre, un mensaje que habla de humildad, de unidad, de respeto a la vida, a la naturaleza, de recuperar el equilibrio perdido y, sobre todo, de escuchar la Voz, el Sonido de los Elementos, que marcan la pauta para un correcto vivir en armonía con todo y con todos.
En el pasado, los hombres vivían en sintonía con la Madre Tierra, con los Elementos. Sabían escuchar sus voces y se guiaban por ellas para tomar sus decisiones.
Es como recuperar la vibración perdida, vibración que sintoniza con el Sonido de la Vida, como si el Uno fuera un director de orquesta que le está diciendo al hombre que desafina.
En el pasado, los hombres vivían en sintonía con la Madre Tierra, con los Elementos. Sabían escuchar sus voces y se guiaban por ellas para tomar sus decisiones. Sabían qué podían utilizar y qué debían respetar. Conocían con antelación los cambios que la Naturaleza anticipaba y podían así preveer, en gran medida, sus consecuencias.
Pero todo se ha perdido. Ahora, la Voz se pierde entre las voces. Lo evidente se difumina ante lo interesado. El ruido tapa el Sonido.
Pero sólo será así un tiempo, porque el poder de los Elementos no permite ruidos, ni voces, ni intereses, ni demagogias, ni hombres que se creen dioses.
Existe un Proyecto Original, un Sueño, una Idea. Los Elementos son sus guardianes custodios y a la vez los destructores de toda desviación.
El poder de los Elementos no permite ruidos, ni voces, ni intereses, ni demagogias, ni hombres que se creen dioses.
El hombre es el punto centro de ese Sueño, la criatura por excelencia, pero debe recuperar el contacto con el Sonido, la humildad y el respeto hacia la Madre Tierra y hacia las demás criaturas.
Sólo así volverá la armonía, sólo así se evitaría la destrucción.
Los Elementos nos hablan claro. Escucharles significa cambiar.
Oír sus voces implica recuperar lo perdido. No hacerlo implica destrucción.
En la historia del Planeta están recogidas las numerosas destrucciones habidas para reestablecer el equilibrio natural, pero se ignoran o se olvidan.
Parece ser que es inevitable la próxima, y lo es porque el hombre ha perdido su
lugar en la Creación, su sentido de la responsabilidad ante todas las vidas.
Su egoísmo le ciega, su falso poder le confunde.
Los Elementos están cada día más activos y, con ello, mandando un mensaje muy claro para aquellos que quieran y sepan escuchar.
El hombre aun no comprendió quién es y para qué fue creado. Pero la mayor parte de la culpa la tienen los dirigentes espirituales de la Humanidad por haber manipulado la Verdad y conducir a las masas por un falso camino, y ahora es tanta la confusión que muy pocos saben qué está ocurriendo y para qué.
Pero los Elementos están cada día más activos y, con ello, mandando un mensaje muy claro para aquellos que quieran y sepan escuchar.
Todo forma parte de lo escrito, de lo anunciado en el tiempo.
Y como fue dicho… “Quien tenga ojos que vea, quien tenga oídos que oiga”.