El tiempo libre es aquel que nos queda después del trabajo o el colegio. Es aquel en el que realmente estamos en familia, después de haber cumplido con las obligaciones domésticas, además del empleado para comer y dormir. Es el tiempo en el que no tenemos ‘nada’ que hacer.
El que podemos compartir con nuestros hijos e hijas y trasmitirles valores, mostrarles distintos modos de emplearlo de forma constructiva, de acercarles a diversas manifestaciones culturales. Podemos conocernos, charlar, ver qué nos preocupa, nos inquieta o nos gusta… por ello no es un tiempo que debamos dedicar a no hacer nada.
Un tiempo libre aprovechado nos permite desarrollar la creatividad, el sentido crítico, las aptitudes y actitudes, fomenta la creación de una buena autoestima y contribuye a llevar un estilo de vida saludable. Así, el tiempo libre se convierte en tiempo de ocio, un tiempo con contenido, activo, donde buscamos satisfacer nuestras inquietudes y necesidades. Cuando se aprovecha y se destaca lo que el tiempo libre nos ofrece desde el punto de vista de la educación, cuando convertimos el ocio en un proceso creativo del que extraemos productos que nos permiten conocer, aprender o desarrollar habilidades, hablamos de educación en el tiempo libre.
Hoy en día el tiempo libre está muy mediatizado, es una fuente de ingresos para ciertos sectores económicos y muchas veces se vincula a centros comerciales, videoconsolas, televisión… a un tiempo que consume y no crea.
Por ello es muy importante que padres y madres adquiramos plena conciencia de ello y nos planteemos qué tiempo libre y qué tiempo de ocio queremos para nuestros hijos e hijas. Hoy en día el tiempo libre está muy mediatizado, es una fuente de ingresos para ciertos sectores económicos y muchas veces se vincula a centros comerciales, videoconsolas, televisión… a un tiempo que consume y no crea. Por tanto esto no es ocio, es ociosidad.
Y para todo hay un momento, pero la comodidad y sencillez que nos ofrecen estas opciones pueden arrastrarnos a adoptar actitudes continuadas y poco adecuadas de cara a la educación de nuestras hijas y nuestros hijos. Además, estas actividades tienden al aislamiento, las hacemos unos junto a otros pero no juntos. Un ocio constructivo nos permite crear espacios comunes en los que comunicarnos y conocernos. Nos permite acercarnos a nuestros hijos e hijas y establecer lazos afectivos ayudándoles a desarrollar hábitos saludables que les permitan, a medida que en su adolescencia y juventud ganen autonomía escoger libremente aquello que más les pueda interesar y beneficiar con un sentido crítico que de otra manera será más difícil desarrollar.
Por tanto debemos tener mimo al escoger y equilibrar las actividades que vamos a desarrollar en familia. No debemos caer en la tentación de buscar numerosas actividades, no perdernos nada llegando a una especie de “horror vacui”. Debemos de ir encontrando aquello que más nos interesa a toda la familia, buscando actividades distintas para no caer en la monotonía, dedicando espacio de forma alternativa a aquello que más satisface a unos u otros miembros, destinando tardes a estar en casa, a jugar todos juntos, a ver la televisión un rato o a dormir la siesta un domingo.
Poco a poco iremos encontrando el equilibrio que nos permita disfrutar de un ocio constructivo y educativo para contribuir a la formación y al adecuado desarrollo, emocional e intelectual e incluso físico, de nuestras hijas e hijos.
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