El libre pensamiento ciudadano junto a la palabra compromiso constituyen la esencia de la acción social fraternal. A través de la palabra exponemos nuestra visión del mundo, mediante la acción intentamos lograr nuestro modelo. Desde que somos unos bebés desvalidos la sociedad nos intenta educar (supuestamente) para ser ciudadanos y ciudadanas libres, corresponsables de nuestras acciones y los asuntos comunes que atañen a la comunidad. Lo más increíble de todo es lo siguiente: cuando empezamos a pensar por nosotros/as mismos/as y exponemos nuestro ideario en público (más o menos en la etapa de la adolescencia) caemos “del guindo” y nos damos cuenta de que la ley del “oír, ver y callar” es la máxima de la mayoría de nuestros microsistemas sociales.
Vivimos tiempos de grandes injusticias. No todo el mundo está en condiciones de poder alzar la voz y una gran parte de los agentes que pudieran modificar los aspectos más lesivos de la sociedad capitalista actual optan por seguir con las mismas dinámicas. A los demás que nos parta un rayo. La concientización social debe ser una tarea de cualquier sociedad democrática, acto que implica reflexionar, reconstruirse y plantearse nuevas realidades. En esa ardua tarea libertaria nos podemos encontrar muchas barreras, algunas de hierro y otras de cristal. Oír, ver y denunciar son tres pasos vitales para cualquier sujeto que quiera dejar de ser sujetado, valga la redundancia, aspirando a la desaparición y desintegración de cualquier estructura de poder que por pequeña que sea nos pueda estar oprimiendo. La transformación social y la conquista del bienestar para todos/as no es una utopía, que no nos engatusen, pero requiere de compromiso, cada persona en su lugar y circunstancias. Y tengamos claro una cosa: el capital nunca será un aliado.
La verdadera promoción del pueblo debe iniciarse con la dimensión económica, para propulsar así la cultural y la política.
En este mes de septiembre cumplo veintiocho años. Justamente hace diez años comenzaba mi primer encierro en defensa de la educación pública, junto a un grupo de profesores y profesoras del IES Concejo de Tineo. Desde ese momento hasta la actualidad he experimentado varias circunstancias en momentos vitales diferentes. Todas tienen algo en común.
Las homilías constituyen la herramienta disuasoria principal en cualquier evangelización, me da igual que sea la Iglesia, los partidos políticos o los “gremios” caciquiles que actualmente imperan en cada microsistema social. A través de los ritos ceremoniales, de los discursos repetidos hasta la saciedad y de las normas “de toda la vida” a las nuevas generaciones se coarta el derecho a construir mundos alternativos. No estoy narrando nada nuevo, que se lo digan a las Juventudes Agrarias de Acción Católica: si analizamos sus reflexiones se confirma que “no hay nada nuevo bajo el sol”. De tanto ponernos “al sol” múltiples personas han sido invitados/as (amablemente) al ostracismo: la palabra reivindicativa se acaba apagando por el poder y sus artimañas, puestas en marcha de manera consciente. La palabra se silencia mediante la censura que a día de hoy tiene múltiples dimensiones. A este respecto cabe indicar que estamos invadidos de NODOs, tanto en formato tradicional como digital. No “casarse con nadie” implica aceptar ser activistas en la periferia política.
A través de los ritos ceremoniales, de los discursos repetidos hasta la saciedad y de las normas “de toda la vida” a las nuevas generaciones se coarta el derecho a construir mundos alternativos.
Si agosto fue el mes de fiestas de prao, septiembre destaca por las múltiples homilías recitadas. Los discursos partidistas están presentes en las iglesias pero también en cualquier acto social que se preste. Todo vale, cualquier sensibilidad es apta. Tras múltiples años como monaguillo en la Iglesia Católica he aprendido que la indignidad del ministro no tiene que ver con la indignidad del Ministerio, pero indudablemente afecta a la credibilidad del conjunto. En el Parlamento del Principado de Asturias (recalcar su estatus de Principado) últimamente se oyen pseudodiscursos de compromiso, voluntad, cooperación… En el Reino de España (recalcar su estatus de Reino) más de lo mismo. La realidad es muy distinta a la allí planteada: crispación, enfrentamientos, precariedad, necesidad social… Sin duda alguna se está produciendo un divorcio, una clara ruptura entre el mundo de las homilías y la vida diaria de “los pobres”, de los mansos, de los olvidados. En definitiva, de aquellas personas que son administradas.
Los espectáculos patrióticos están muy presentes en la vida cotidiana, ampliando el concepto de la sociedad del espectáculo del filósofo francés Guy Débord. Las banderas, los himnos y las grandes ideas no sirven de nada si una amplia mayoría social está condenada a vivir en la precariedad. A este respecto el sábado día 17 de septiembre se leyeron en la capilla del Cristo (Bárcena del Monasterio, Tineo) las lecturas correspondientes al domingo XXV del tiempo ordinario. Si no fuera porque estábamos en la misa anual que se celebra en la olvidada capilla podríamos pensar que estábamos en un mitin político de cualquier partido de izquierdas. Por mucho que repitamos lo de “no pueden ustedes servir a Dios y al dinero” podemos certificar que los pobres nunca han heredado la tierra y nunca lo harán, a no ser que las bases sociales hagamos algo por ello. En el citado acto la realidad de los “notables” rurales se evidenció en su pleno esplendor y como diría el evangelista Mateo… “aunque miran, no ven” que los tiempos han cambiado…
El supuesto conflicto entre la Iglesia y el Estado junto al mito de la democracia como correctora del capitalismo se desmantela en actos como el Día de Asturias en la Basílica de Covadonga. La falta de soberanía popular y la existencia de redes clientelares en la sociedad rurbana contribuyen a una atomización mayor de la sociedad, incrementando el éxito de los “notables” neocaciquiles en detrimento de los mansos por obligación. El Estado y una mayoría de sus infraestructuras y agentes no ayudan en la verdadera promoción del pueblo.
La verdadera promoción del pueblo debe iniciarse con la dimensión económica, para propulsar así la cultural y la política. No podemos esperar ninguna nueva realidad de las grandes homilías, me da igual quien las pronuncie y el lugar: bien sea Rouco Varela y su lobby comprometido en Candás o cualquier líder de cualquier partido político de izquierdas en el pueblo más abandonado de la España rural.
Un campesino asturiano tiene vicisitudes comunes a una jornalera de Andalucía o a un agricultor latinoamericano: la heredad de la tierra, su dignidad y la de su familia.
Aunque no nos lo creamos somos muchas las personas que apostamos por un mundo más justo desde la libre asociación y la cooperación, huyendo de cualquier atisbo de control del poder. Para ello debemos seguir formando conciencias y promulgando el libre pensamiento. La acción política será necesaria y la diversidad deberá estar presente en cada sección de esta nueva realidad, que por pequeña que sea, no podrá implementar la censura total o parcial de los/as participantes. En nuestra querida Asturias rural tenemos mucho que hacer: desde el ámbito de la aldea, lo local, analicemos nuestro mundo, aspirando a impulsar verdaderos cambios sociales, recordando que un campesino asturiano tiene vicisitudes comunes a una jornalera de Andalucía o a un agricultor latinoamericano: la heredad de la tierra, su dignidad y la de su casa (familia).
Ciertamente me preocupa mucho el descontento de la población rural, provocado por la inacción de la izquierda con poder político-institucional, porque esto genera descontento social y el auge de siglas políticas que defienden justamente la no-promoción del pueblo. Frente a los privilegios de una minoría es hora de defender el bienestar del pueblo que vive en la precariedad, desde el libre pensamiento y la acción social autogestionada. Que la censura y la posible soledad no nos limite: unámonos y, en pro del bienestar común, reagrupemos las bases sociales alrededor de la autogestión comprometida. Salud, tierra y libertad.