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jueves 19, diciembre 2024

Cuatro regalos en forma de pensamiento

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En las caminatas surgen debates interesantes sobre los que luego meditar. De las últimas, retozan alegremente varios pensamientos que me gustaría compartir contigo.

La incomodidad del primero proviene de tropezar contra las paredes de una caja. Nacemos en una caja (hospital), nos meten en una caja (cuna) dentro de una caja mayor (casa). Cuando vamos creciendo, estudiamos en una serie de cajas consecutivas (escuela, instituto, universidad) a las que llegamos en otras cajas (autobús, metro, tren, coche). Compramos en cajas (supermercados, tiendas) y consumimos cultura y ocio en cajas (restaurantes, cine, música, museos, incluso televisiones o móviles, pues no dejan de ser cajas). Trabajamos en cajas (oficinas, tiendas, restaurantes, etc.) a las que de nuevo llegamos en más cajas. Cuando enfermamos, vamos a una caja (ambulatorio u hospital). Cuando morimos nos meten en una caja para, a su vez, meter ésta en otra caja sellada con ladrillo y cemento, donde escribirán nuestro nombre y, con suerte, alguien nos llevará flores los primeros de noviembre, las mismas que se habrán cultivado en una caja (invernadero), transportadas en una caja (camión) y vendidas en una caja (tienda).

En nuestro país, el 84% del territorio es rural y en él vive el 15% de la población. Esto quiere decir que 41 millones de vidas se apilan en cajas, unos sobre otros como en granjas de pollos. En este ambiente, la socialización se reduce a escuchar los gritos del vecino de al lado, la música del de arriba a un volumen desproporcionado y a escudriñar los pasillos por la mirilla antes de salir para evitar tropezarse con algún vecino y verse en la “desagradable necesidad” de dirigirle un buenos días. Nunca convivimos tanta gente en tan pocos metros cuadrados y, sin embargo, tan alejados unos de otros.

El segundo pensamiento deriva del anterior. Nos desnaturalizamos, adrede, a tal velocidad que no somos conscientes de lo que acarrea. Por el contrario, cerebro y cuerpo si lo son y reaccionan en consecuencia: malestar físico, frustraciones, irritabilidad, enfados, sentimientos negativos, pensamientos intrusivos, dolor de cabeza, espalda contracturada, y muchas otras cositas. Lo aceptamos sin rechistar como algo normal, natural, cuando no lo es en absoluto.
Nuestra naturaleza es otra. Estamos más cerca de ser animales que de seres desarrollados. Creamos tecnología para adaptar el mundo a nuestras muchas apetencias y pocas necesidades, pero nuestro cuerpo y cerebro no caminan a la par. Siguen reclamando el contacto con el sol, el aire, la tierra, las plantas y, pese a quien le pese, con el resto de integrantes de la especie. Lo de ser gregarios lo llevamos bien, las habilidades, competencias y conciencias sociales… las perdemos con cada scroll.

El tercero es una verdad delante de los morros: no nos cuidamos. Mas allá del tabaco, alcohol, drogas y tal y cual ¿cuánta actividad física realizamos al día?, ¿cuántas veces nos preguntamos cómo estamos y por qué estamos así?, ¿cuántas horas dedicamos a nuestro entorno social y qué amplitud tiene?, ¿somos capaces de abandonar la falsa seguridad del sofá y la pantalla del móvil?, ¿de dónde procede la inseguridad?, ¿qué puedo hacer para mejorar?, ¿necesito ayuda?, ¿y la alimentación?…

Preguntas desagradables que evitamos de manera deliberada y consciente. Este “no querer verlo” es un problema gravísimo para uno/a mismo/a. También para los demás, en especial cuando la actividad profesional se basa en el cuidado de otros o en lo personal se es padre/ madre o hijo/a de personas dependientes. Incidamos un poco más. ¿Crees que quien no se cuida a sí mismo tiene la capacidad y herramientas necesarias para cuidar?

Aprovechando las fechas y lo habitual de ponerle un lazo a un cachorro, el cuarto pensamiento está relacionado con la calidad de vida de las mascotas. Es probable que con mis próximas palabras me gane algún que otro insulto, si es así, es que estoy metiendo el dedito en una yaga de la que el/la ofendido/a es consciente, le duele, pero no se atreve a mirar.

Al alejarnos de nuestra propia naturaleza, arrastramos a otras especies al mismo abismo mientras criticamos con saña cualquier actividad relacionada con la crianza de animales en el campo, con el pastoreo, la caza…, siempre generalizando, porque nuestro desconocimiento es abundante. Utilizando la misma táctica generalista, expongo a continuación lo que observo. Insisto: voy a generalizar. Quien quiera entenderlo, lo hará.

Quien más quien menos, vive acompañado de una, dos o más mascotas. Perros y/o gatos que se mantienen encerrados en una de esas cajas de las que hablé antes, que miden unos sesenta metros cuadrados. Con suerte, salen de casa una vez al día, lo más que caminan son dos calles y la relación con otros de su especie se limita a escasos contactos.
Por otro lado, el tiempo de actividad y atención al animal consiste en ir dando tirones de correa mientras se está pendiente del móvil, obviando los orines y excrementos que va dejando. En zonas ajardinadas o en el parque, los perros llevan una pelota en la boca que depositan, con ilusión, a los pies de sus dueños/as que se encuentran sentados/as en un banco mirando (¡oh, sorpresa!) el móvil. Tras varios ladridos, con gesto molesto se inclinan, cogen la pelota y la lanzan con desgana sin apartar la vista de la pantalla (no vaya a ser que se pierdan un match o la gracia del reel de turno).
Cuando vuelven a casa, se les da de comer cualquier pienso barato hasta que les produce algún trastorno, como una molesta diarrea en la tarima flotante del salón. Entonces sí, se busca una alternativa, pero de calidad similar que el precio manda. En este punto se ve una similitud asombrosa con nuestra manera de alimentarnos.

Sus ritmos naturales dejaron de importar. Si es hora de salir y el perro está dormido o enfermo, se le despierta, sobrexcita o se le arrastra hacia el ascensor. Ya en la calle, si tarda mucho en hacer lo suyo se le riñe o apresura. Todo esto para encerrarlo, de nuevo, “que tengo mucho que hacer”. Cuando en horario laboral se vuelve loco a ladrar porque se siente solo y encerrado, al llegar su dueño/a recibe una reprimenda porque los vecinos le llaman la atención. Si rompe algo en su aburrido deambular por casa, se le riñe. Si hay que irse de vacaciones se le deja en una perrera disfrazada de “hotel canino” pensando que el animal comprende que no se le abandona. Es que “me quiero ir a un todo incluido, llevarte conmigo sale por una pasta y tampoco me apetece tener esa carga”.

Resumiendo: su actividad está condicionada y supeditada de por vida, a un humano que, en la mayoría de los casos, no se ha molestado en aprender y comprender la fisiología, hábitos y necesidades. “¡Eh!, que mi perro es mi familia”, pero lo llevo a bañar a una peluquería canina, “que no quiero pelos en el baño y un perro mojado deja un olor muy desagradable en casa”.
Así, un repasito general.

Si tenemos la “vital necesidad” de adquirir una mascota, no la obliguemos a vivir fuera de su naturaleza, o, como poco, tengamos la suficiente decencia como para darle una calidad de vida acorde a sus necesidades, no a nuestros caprichos. Los niños (y adultos) pueden ser muy insistentes con este tema, pero hay que pensar primero en el animal: es un ser vivo no un Ipad. Lo mismo ocurre con la tendencia a regalar mascotas a nuestros padres o abuelos para que no estén solos. Por una parte, puede resultar una interesante ayuda para su bienestar, pero… ¿no será que nuestros mayores necesitan nuestra presencia y compañía, no la de un perro? Que descabellado sería formar parte de un núcleo familiar y social sólido en la senectud, ¿verdad?

Todo lo anterior proviene de un pensamiento crítico, que no una crítica, la diferencia es sustancial. A mi parecer, lo más sensato y productivo consiste en comprender lo necesario que es priorizar la re-naturalización de los humanos (no hacerles la putada a los animales de querer humanizarlos), abandonar tanta caja y profundizar en nuestras realidades. Así, a lo mejor, podremos tomar distancia del brilli-brilli tecnológico y pasar a disfrutar de una evolución más sensata y acorde a lo que somos: un animal más, cuya salud y bienestar depende, por cojones, de su entorno.

Cuídate a ti mismo/a, cuida de tus mayores y cuida a tus mascotas.

Te deseo unas muy felices fiestas y una próspera evolución.


(*) Image by SSidde from Pixabay

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