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sábado 5, octubre 2024

Marta Areces, fotógrafa. Un viaje personal a través de la cámara

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Nunca es tarde para emprender un nuevo rumbo, para descubrir nuevos andenes y que todo forma parte de un viaje personal de autodescubrimiento. Marta Areces ha encontrado en la fotografía la locomotora de su vida y no está dispuesta a bajarse de un tren que transita en dirección a lo desconocido.

Vive a caballo entre Madrid y Asturias, y se ha acostumbrado a pasar muchas horas en la carretera. En Oviedo reside su madre y en el concejo de Grado, del que es natural, se encuentra la casa familiar donde ha pasado buena parte de sus veranos, El Rebollal, y en donde ha sacado muchas de sus fotos más íntimas. Algunas, de su padre Alfredo, protagonista del libro Antes de que las flores llegaran a marchitarse en el que la fotógrafa relata visualmente y con suma delicadeza los últimos días de su vida.

-Tu relación con la fotografía fue un tanto tardía, cuéntame cómo empezó.
-Muy tardía, efectivamente. En realidad, siempre me había gustado hacer fotos pero no tenía ni idea de cómo funcionaba la cámara. Cogía la de mi padre e iba con ella a todos lados. Hacía fotos de mis amigos, de las competiciones en las que participaban mis hijas, etc., pero todo en automático; alguna vez me hablaron de sensores y diafragmas y me pareció muy complicado.
Pero cosas de la vida, por problemas de salud dejé de trabajar y el psicólogo me recomendó que no me quedase en casa sin hacer nada, que hiciese algo que me gustase, y decidí aprender a utilizar la cámara. Me fui a la academia de Ricardo Moreno y cuando todo el mundo había dejado las cámaras analógicas yo tuve la suerte de empezar con el proceso tradicional. Empecé a meterme en el laboratorio y me fue enganchando todo el proceso, luego vino el descubrir a los autores clásicos y lo que nació un poco a lo tonto, para no quedarme limitada a ser un ama de casa con sus niñas, se convirtió en una forma de vivir.

“Por problemas de salud dejé de trabajar y el psicólogo me recomendó que no me quedase en casa sin hacer nada, que hiciese algo que me gustase, y decidí aprender a utilizar la cámara”

-¿Por qué eliges el blanco y negro?
-Hago también alguna en color de lo que trabajo con Marcos Luengo, sobre todo para ir pasándosela a él, pero a mí me gusta contar lo que está pasando y el color me dispersa. No busco algo porque sea estéticamente llamativo, sino documentar las cosas, y eso es más fácil en blanco y negro.

-Una vez dijiste en una entrevista que con la fotografía habías empezado a existir como persona.
-Sí, porque yo empecé a trabajar muy joven, con diecinueve años, primero con mi padre y luego saqué oposiciones, después me casé y llegaron las niñas. Siempre estuve rodeada de personas con una gran personalidad, gente fuerte, sabia e inteligente como mi padre Alfredo que era un hombre muy luchador y trabajador, o como Eduardo, la persona con la que me casé, una persona muy simpática a la que todo el mundo quería. Mis hijas también eran muy inteligentes y muy líderes y yo siempre estaba ahí al lado, sujetando, y de pronto con la fotografía empecé a conocerme a mí misma. Al ir a la academia empecé a estar con gente que no me conocía, que no sabía de quién era madre, hija o esposa, gente que empieza a ver lo que haces y que te dice si les gusta o no. Hasta ese momento siempre había presumido de ser muy fuerte y haciendo fotografías descubrí que era mucho más sensible de lo que pensaba, salía una parte de mí que yo siempre había negado. De alguna forma me fui conociendo y a la vez me fui formando. No quería ser solo hija, madre, esposa; también quería ser yo. Luego esto, por suerte o por desgracia, tiene sus consecuencias pero es la única forma de ser tú en la vida, de ser independiente.

“No quería ser solo hija, madre, esposa;
también quería ser yo”

-¿Ha sido una catarsis que ha roto tu universo y al mismo tiempo ha creado otro diferente?
-Totalmente, me ha cambiado la vida por completo. Para bien o para mal, es una forma diferente, pero soy más yo con ella. Nunca me hubiera imaginado esto, mi hermana era la que era artista, tocaba el piano, sabía de pintura… mientras que yo era la trabajadora y la deportista.
A veces se nos cataloga muy pronto y crees que tienes una misión en la vida, pero de repente te preguntas ¿por qué tengo que estar aquí? Y te descubres con cuarenta y pico años queriendo aprender a hacer fotos. Esto me ha servido para darme cuenta que la vida tiene muchas vidas, a los veinte años piensas que ya tienes tu futuro decidido y qué va, ahora tengo cincuenta y siete y creo que me van a venir otros futuros diferentes. Constantemente hay que estar avanzando y cambiando.

-¿La fotografía te ha hecho quererte más a ti misma?
-Sí, y me ha hecho sufrir muchísimo. Me hace sufrir, no solamente por lo que conozco de mí misma, sino porque soy una persona muy exigente y a veces sufro si no puedo sacar adelante más proyectos o hacer otras cosas. Duele cuando a lo mejor ves que no puedes o que no sabes, pero cuando fotografío me siento más viva.
Recuerdo el taller que hice con Alberto García-Alix en mis inicios y en el que a lo mejor no aprendí mucha técnica, pero me transmitió vitalidad y ganas de hacer fotos. Yo veía a ese hombre tirado en el suelo, riéndose, y yo salía del taller hacia casa haciendo fotos como una loca. Ahora me descubro a mí misma tirada en el suelo haciendo fotos; con la cámara me siento más libre.
Cuando iba por pueblos y lugares como Extremadura y Salamanca me sorprendía que el hecho de llevar una cámara me permitía acercarme a la gente. Iba con una de pequeño tamaño y ellos me abrían la puerta de sus casas, tenían ganas de contar y yo de escuchar, era un pasaporte hacia sus vidas, un permiso para entrar. Son regalos que te da la vida, y de esos momentos a veces traigo fotografías de las que estoy orgullosa y otras veces no, pero el recuerdo de lo que he vivido no me lo quita nadie, eso me enriquece muchísimo.

“Siempre había presumido de ser muy fuerte y haciendo fotografías descubrí que era mucho más sensible de lo que pensaba, salía una parte de mí que yo siempre había negado”

-Me confesabas que también eres una persona con muchos momentos de tristeza, ¿el amor y el dolor van siempre de la mano?
-Totalmente, está todo muy unido. Me acuerdo que la primera vez que preparé una charla fotográfica, en 2015, había puesto una cita que era algo así como «el hoy y el ayer están entrecruzados como la vida o la muerte». Yo tengo muchos subidones y muchos bajones, y esos sentimientos a veces los puedes plasmar en fotografía y si es algo auténtico, sale algo interesante.
Y luego está la mirada que es subjetiva, porque tú fotografías lo que eres, lo que lees, las películas que ves, tu cultura, lo que te rodea, y eso es lo que da tu forma de mirar. Y no hay nada mejor para un fotógrafo que reconozcan su mirada, que vean una foto y digan «esto puede ser de Marta Areces».

-Con independencia de cómo la vean los demás ¿cómo percibes tu propia mirada?
-Al principio fotografiaba lo más cercano, luego empecé a tomármelo más en serio y hacía sobre todo retratos en los que me iba sintiendo reflejada. La primera vez que fui consciente de que al exponer las imágenes me estaba viendo a mí misma fue en el Albarracín, un seminario de fotografía que impartía Gervasio Sánchez. Cuando estaba enseñando mis fotografías me temblaba tanto la mano que tenía que sujetarla con la otra. Fue la primera vez que pensé: ¡Dios mío, me estoy desnudando! No es algo que hagas voluntariamente, pero te sale y por eso cuando hablo de fotografía en alguna charla siempre hablo de la fotografía como un viaje personal.

“No hay nada mejor para un fotógrafo que reconozcan su mirada, que vean una foto y digan ‘esto puede ser de Marta Areces’”

-¿La fotografía es como una ventana desde la que te asomas, un espejo en el que te ves reflejada o las dos cosas?
-Al principio decía que era como una ventana, porque entendía que era la forma de asomarme al mundo. Con la fotografía yo miraba hacia afuera y veía lo que pasa por ahí, pero como miente el ojo y no la mirada, la fotografía no deja de reflejar la realidad del fotógrafo. Y al ver todo esto, con el paso del tiempo sí que empiezo a asumir que hay mucho de espejo en mis fotografías.
Cada uno mira el mundo con sus ojos, y estamos condicionados por nuestras creencias por el tema político, religioso, por lo que hemos estudiado y aprendido… Vemos el mundo, pero no todos lo vemos igual.

-Te pedí dos fotografías tuyas que fuesen importantes para ti y una de ellas la realizaste en uno de tus viajes a Cuba. ¿Por qué es significativa esta imagen?
-Me parece muy especial, yo la llamo ‘La ventana indiscreta’. La hice la primera vez que habíamos ido a Cuba, en 2009, en un viaje al que fuimos los cuatro: mis hijas, su padre y yo. Entonces todavía era muy novata con la cámara, iba con la analógica y estaba muy perdida. El segundo día en La Habana quise hacer una fotografía pensada, intencionada y por eso recuerdo ese momento. Quería hacer una en la que saliera el fondo, los edificios y un coche pasando, pero mi sorpresa fue que al revelar el negativo a través de la ventana del coche se veía un niño. Yo estaba haciendo prácticas y lo que me salió fue mejor de lo que esperaba, fue un regalo. Me di cuenta que el mundo te trae muchos regalos y que tenía que trabajarme las cosas, porque te llegan cosas buenas si tú estás ahí intentando pelear. Para mí fue un punto de inflexión en el que dejar de mirar la foto como foto recuerdo. A partir de ahí la fotografía fue algo muy importante en mi vida. Al año siguiente volví a hacer un viaje fotográfico a Cuba, pero ya fui sin mi familia.

La ventana indiscreta, de la colección El regalo de la confianza
La ventana indiscreta, de la colección El regalo de la confianza

-El título al que pertenece esa imagen es de la colección El regalo de la confianza, ¿por qué este nombre?
-En Cuba, la gente me ofrecía sus casas y me daban una confianza que luego la tuve conmigo misma, por eso el regalo de la confianza. Me dieron la confianza que conseguí yo.

-La segunda imagen es la de tu padre caminando en El Rebollal. Lo acompañaste durante sus últimos meses de vida y documentaste toda la vivencia que luego, en 2019, se reflejó en un libro. ¿Fue también un proceso transformador?
-Mucho, y para mí fue muy necesario. Alfredo siempre fue un hombre muy fuerte, muy trabajador, muy luchador, él era los cimientos de toda la familia. Y de un día para otro se empieza a encontrar mal y enseguida nos dicen los médicos que es algo serio, que la cosa es grave. Yo le acompañaba porque era la que tenía más tiempo, mi madre se había caído y estaba en cama, mi hermana estaba enferma y mis hijas estudiando, aunque ellas me ayudaban muchísimo. Le sacaba fotos y a él nunca le molestaba, cuando íbamos a los médicos les decía: “es que es mi hija es fotógrafa”. Estaba muchas horas a solas con él y para mí hacer esas fotos era una forma de agarrarme, la cámara era como un escudo, detrás de ella me atrevía a hacer cosas que si no no hubiera hecho.
Cuando llegó el momento no supe hacer el duelo, ocurrió después editando y procesando las imágenes, al verlas empecé a llorar. Con las fotografías había pensado hacer un librito para mí de recuerdo de esa época que, siendo tan dolorosa, a la vez también fue tan bonita porque hubo una convivencia y una unión impresionantes, pero un día mi hija pequeña vio las imágenes que tenía en una pizarra imantada, me miró y me dijo: Gracias mamá. Fue todo un cambio y lo que me decidió a hacer el libro, porque al principio en casa no entendían porque hacía esas fotografías y, de repente, vieron en ellas todo el cariño, el amor, la felicidad de él riéndose con ellas, los cuidados…
Todos nos vamos a morir, en todas las familias pasan estas cosas y otras mucho peores, no estoy contando nada que sea privativo. Es como quien habla de canciones de amor o de poesía, es algo muy universal y quise mostrarlo.

“Todos nos vamos a morir. En todas las familias pasan estas cosas y otras mucho peores, no estoy contando nada que sea privativo. Es como quien habla de canciones de amor o de poesía, es algo muy universal y quise mostrarlo”

-El tema de la muerte sigue siendo algo tabú cuando es algo de lo que es importante hablar.
-Totalmente, para mí fue muy necesario, muy emotivo. Me acuerdo del primer día de la presentación del libro en Gijón, en un auditorio grande; yo tenía mucho miedo y mucho pudor, pero mucha gente se vio reflejada y había muchas personas llorando. Después nos enviaron unos mensajes muy bonitos, nos comentaban que nunca lo habían visto de esa manera.

Marta Areces, fotógrafa-Llevas ya varios años realizando el proyecto ‘Antes del glamour’ en el que reflejas el mundo de la pasarela desde dentro. ¿Cómo te embarcaste en algo tan diferente?
-Empezó de una manera tonta. Mi amigo, el diseñador Marcos Luengo, se iba a presentar una colección en Madrid y me comentó que por qué no iba con él y hacía unas fotografías. Fue como un juego por un día y terminó siendo un trabajo, casi todas mis cosas son así.

-¿Qué le ha dado esta experiencia a tu formación de fotógrafa?
-En realidad, no lo diferenciaría tanto de lo que es un trabajo documental puro y duro, que es lo que yo quería. La primera vez fue en el colegio de Arquitectos e hice cuatro fotos, luego en el Museo del Traje ya hice fotos en el backstage, pero estaba en un ambiente que no conocía y todavía estaba un poco cortada; a partir de ahí ya va todo seguido.
Nunca me propuse hacer un trabajo sobre moda, fue surgiendo, lo que quería era documentar desde que Marcos compraba los materiales y diseñaba hasta el momento de llegar a la pasarela. Ahora también estoy metiéndome en pasarela, sobre todo por ampliar más el trabajo. Es algo que me gusta, conoces más cosas aunque tienes que pelearte de una forma diferente, es una jungla y todos los fotógrafos van con cámaras enormes. Y ahí estoy yo con mi cámara pequeñita metiéndome entre ellos intentando hacer la foto y retirándome para no molestar al resto, aunque los demás se meten por el medio y les da igual.

-¿Dónde podremos ver tus nuevos trabajos?
-Durante la pandemia me invitaron a participar en un proyecto llamado “Fugarte” que aúna distintas disciplinas: música, poesía, escultura, pintura, etc. Hicimos un trabajo en conjunto que se va a inaugurar el 7 de abril en Trascorrales, en Oviedo. Luego se verá en otras localidades como Navia o Avilés porque ha gustado la idea y lo ha cogido el Principado.
El día 9, en el Museo Barjola, en Gijón, se inaugura también la exposición colectiva, “El gran libro del mundo” que está comisariada por Nicolás Cancio, ahí presento seis fotografías de un trabajo que estoy haciendo sobre Benidorm.


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La fotógrafa de Grado publicó el álbum fotográfico Antes de que las flores llegaran a marchitarse, en el que incluye dos textos que reflejan con gran belleza la experiencia vivida con su padre:

Alfredo en El Rebollal, fotografía de Marta Areces
Alfredo en El Rebollal, donde se encuentra la casa familiar de Marta Areces

“No recuerdo cómo había sido la noche, me imagino que parecida a las últimas y a las pocas que nos quedaban. Aunque cansada, me levanté con cierta ilusión, tal vez ese podía ser un buen día… Después de los habituales rituales de aseo y desayuno, Alfredo me miró muy sereno y me dijo: ‘Vete a comprar un buen ramo de rosas y un perfume para tu madre’.
A lo que contesté: “Hombre, Alfredo, digo yo que con una de las dos cosas será suficiente, ¿no?”. Serio, pero muy tranquilo, me dijo: Haz lo que te digo, será lo último que le regale”. Me llegó de pronto todo el cansancio, el enfado, la frustración y la tristeza. Cumplí su encargo tragándome las lágrimas junto a mis palabras y toda la rabia que sentía. Él se fue antes de que las flores llegaran a marchitarse”.

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