«Soy Alba López, presidenta y cofundadora de la Asociación Abrazos Verdes. Esta asociación surge como una necesidad propia. En julio de 2019 me convertí en “superviviente”». Así llaman a las personas que han perdido a un ser querido que ha fallecido por suicidio.
-¿Por qué supervivientes?
-Esa denominación surge de un informe que hizo la Asociación Americana de Psiquiatría hace más o menos veinte años. En un estudio que realizaron comparando los diferentes tipos de duelo y sus respectivas sintomatologías, -duración, niveles de dolor subjetivo, etc.- vieron que el duelo por suicidio era, junto al duelo por homicidio, el más dolorosos, tanto es así que equiparaban esta experiencia a la de pasar por un campo de concentración. Creo que esta imagen puede ayudar mucho a las personas que no han pasado por esto, a visualizar el nivel de sufrimiento que soportamos las que hemos tenido que vivir algo así. Empecé a ser una superviviente en 2019 cuando mi marido falleció por suicidio.
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-¿Hubo señales antes?
-Te podría decir que éramos una familia “normal”, una normalidad que ahora no se la desearía a nadie. Familia normal, con trabajo normal, con actividades normales, con un niño de ocho años -en aquel momento-, todo normal. Una familia que nunca había hablado del suicidio porque esa palabra no formaba parte de nuestro vocabulario.
Mi marido se empieza a encontrar emocionalmente mal, como en tantos y tantos momentos en los que uno se puede encontrar mal -pensé yo-, pero aquello era otra cosa (nunca hubo un diagnostico que lo confirmara).
Yo al igual que muchas familias, lo poco que sabía sobre el suicidio estaba basado en los tópicos que están instaurados en la sociedad y que impiden que te puedas acercar de verdad a una persona para poder ayudarla. Y, por desconocimiento, hice todo lo que no se debería de haber hecho en estos casos.
-Como por ejemplo…
-Mi marido se llamaba Joaquín, pero todo el mundo le llamaba Mayo. Su suicidio fue un caso de manual. Empezó verbalizando sus intenciones, pero como creíamos que el que lo dice no lo llega a hacer, no le prestamos atención. Siguió comentándolo y le decíamos que tenía que ver la parte buena de la vida, que no se centrara tanto en él, levantara la vista y pensara en los demás, que eso le ayudaría. La desinformación y la ignorancia hizo que no supiéramos ver aquellos mensajes escritos con luces de neón. Fueron ocho meses de sufrimiento emocional donde no supimos ayudarle de la manera adecuada.
Yo, que hasta ese momento me consideraba una mujer resiliente, (viví el fallecimiento de mi madre muy joven, luego mi padre, he tenido cáncer de mama, tengo un hermano con un trastorno mental grave…, situaciones que superé gracias a las herramientas que fui desarrollando), cuando se suicidó mi marido ese enorme dolor me pilló por sorpresa.
«Mi necesidad fue buscar a otras personas que hubieran pasado por lo mismo, quería que me explicaran cómo podía uno remontar después de vivir una experiencia así»
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-¿Qué pasa a partir de ahí?
-Lo primero que surge es la culpabilidad, luego la vergüenza. Aquello era nuevo para mí y no entendía nada. ¿Por qué la persona a la que quieres prefiere morir antes que vivir? ¿Qué hiciste mal o qué te faltó por hacer para que cambiara de opinión? Busqué a alguien que me ayudase a averiguar los porqués y descubro que Asturias, por desgracia, tiene la tasa de mortalidad más alta del país: más de 13 personas fallecidas por 100.000 habitantes en 2024. Descubrí también que el suicidio se puede prevenir, que hay herramientas para ello. Mi necesidad a partir de ahí fue buscar a otras personas que hubieran pasado por lo mismo, quería que me explicaran cómo se podía seguir viviendo, cómo se podía remontar después de vivir una experiencia así.
-Y ahí surge la idea de la Asociación…
-En 2019, con ese índice de mortalidad por suicidio, en Asturias no existía ninguna asociación ni grupo civil, ni recursos para atender a personas en riesgo de suicidio -aparte de la Unidad de Salud Mental del Principado-, tampoco había nada para el duelo por suicidio. Así que me fui a buscar fuera y encontré asociaciones en Málaga y Barcelona que me sirvieron de gran ayuda. Pensé, ¿por qué no crear algo así en Asturias para ayudar a otras personas? En 2020 conozco a Beatriz Sanjurjo que también había perdido a su madre cuando era muy jovencita y juntas decidimos crear Abrazos verdes, un espacio donde poder sostener, arropar y acompañar a las personas que pasan por esta experiencia.
«En 2020 conozco a Beatriz Sanjurjo que también había perdido a su madre y juntas decidimos crear Abrazos verdes, un espacio donde poder sostener, arropar y acompañar a las personas que pasan por esta experiencia»
-¿Por qué ese nombre?
-Creo que se sumaron dos circunstancias. Encontré a mi marido fallecido en un sitio que era muy verde y sentí abrazarme a él hasta que llegaron los equipos de emergencia. Por otro lado, establezco relación con una chica que participaba activamente en una asociación de apoyo al duelo neonatal aquí en Asturias que se llamaba Abrazos vacíos. De manera inconsciente pudo salir el nombre de ambas cosas.
-¿Cómo ayudáis a los demás?
-En el fondo nos ayudamos todos a todos. Nosotros hablamos desde la experiencia, creemos que el apoyo mutuo ayuda a mitigar el dolor, pero cada persona que participa, independientemente del momento en el que esté, tiene perlas de sabiduría que luego nos sirven a todos. Qué duda cabe que quien lleva más tiempo se encuentra en un momento más tranquilo y puede ayudar a dinamizar los grupos, por ejemplo, pero luego te encuentras con casos de personas con un duelo reciente que te hacen un comentario que es una luz de esperanza. Por eso te decía que la ayuda es mutua.
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-¿Por qué crees que en Asturias se concentran tantos casos de suicidios?
-Llegamos a la pregunta del millón. Las personas que investigan las causas del suicidio dicen que no existe una sola causa, sino varias, así como varios son también los factores de riesgo que confluyen. Entre ellos está el consumo de alcohol y drogas que en Asturias está disparado, el envejecimiento de la población o también el perder a alguien a causa de un suicidio es un factor que influye en que otros puedan fallecer por la misma causa. A este sufrimiento mental hay que sumar el psicosocial. Si no hay políticas que ayuden a paliar los desahucios, la soledad no deseada, que trabajen con la población infantojuvenil, estaremos sumando más factores de riesgo a los que ya hay.
-¿Cuánto daño hacen los mitos y las creencias erróneas?
-Por desgracia, de lo que no se habla, no existe, y si un problema no existe no se necesita actuar sobre él. Hay un mito, sostenido hasta hace poco incluso por los propios profesionales, que decía que solo desde lo clínico se podía atajar, impedir o prevenir un suicidio, y se ha demostrado que no es así. Se necesita actuar desde todo el contexto social, lo clínico es fundamental, claro que sí, pero hay que trabajar para que haya más atención, más recursos. Una persona que está pasando por un momento vulnerable, que ha tenido un intento de suicidio, necesitaría estar ingresado durante un tiempo en un centro de salud mental bajo una estricta vigilancia, pero es que luego tiene que volver a la vida, ha de aterrizar en un contexto en el que no se vuelvan a repetir las mismas circunstancias, debe encontrar al otro lado una sociedad amable.
«Las personas que investigan las causas del suicidio dicen que no existe una sola causa, sino varias, así como varios son también los factores de riesgo que confluyen»
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-Hablar de ciertos temas puede resultar incómodo…
-Pero hay que meterse. El discurso capitalista liberal te dice que tú puedes con todo, incluso la salud mental parece ser algo que depende de ti mismo. Y está bien que le echemos ganas a la vida, que estemos empoderados, pero para poder estar así han de contribuir una serie de circunstancias. Poco empoderado va a estar alguien a quien van a desahuciar, o que no tiene medios económicos para dar de comer a sus hijos, o aquel que tiene una salud mental muy deteriorada con un diagnóstico, que necesita un tratamiento que no llega y no tiene dinero para pagarse uno privado. Estamos viviendo un contexto social que está haciendo mucho daño.
-Históricamente la Iglesia católica se adueñó de la muerte, y quien decidía quitarse la vida era juzgado hasta el punto de que hasta los años 80, no tenía derecho a ser enterrado en camposanto. ¿Seguimos siendo herederos de este juicio?
-Aunque estemos rodeados de generación X, generación Y o los Millennial, hay muchas personas en la sociedad española, más en una comunidad como Asturias con tanto entorno rural, donde está presente el poso del catolicismo. Hasta 1985, como quien dice anteayer, quien fallecía por suicidio era enterrado fuera del camposanto porque había cometido un pecado. En los núcleos rurales pequeños eso marcaba a toda la familia que sumaba ese dolor al que ya tenían, pero aún se añadían más cosas. Si una familia se quedaba sin el padre o la madre, además de quedarse sin el sustento económico, el hecho de que fuera a consecuencia de un suicidio repercutía en el seguro de vida que, como penalización, no cubría el sepelio y debía de pagarlo la familia. Por eso el médico de confianza, o el policía que venía a levantar el cadáver, si podía, evitaba decir la causa de la muerte para no perjudicar aún más a la familia, no solo en el aspecto religioso sino también a nivel social.
«Hasta 1985, quien fallecía por suicidio era enterrado fuera del camposanto porque se consideraba que había cometido un pecado»
-¿Tú también viviste ese estigma?
-Yo he pasado por todos los tópicos y he hecho lo que no se debería hacer. Por ejemplo, en el velatorio de mi marido en el primer momento me inventé la causa de su muerte; luego tampoco avisé a sus compañeros de trabajo porque me daba vergüenza. El suicidio está instaurado socialmente como un fracaso del núcleo familiar y es el primer lugar donde se empieza a buscar culpables. El ser humano necesita entender qué pasa. Un fallecimiento por suicidio va en contra del instinto biológico de supervivencia y eso lleva a buscar culpables en algún sitio.
-¿Qué necesidades tenéis en estos momentos como Asociación?
-Tener un sitio donde poder centrar todas nuestras actividades. Ahora nos dejan locales en distintos lugares: tenemos una sala que empieza a funcionar el jueves en la Casa de Cultura del Ayuntamiento de Mieres; nos dejan otra sala en la Clínica Paula Marín de Avilés… nos van cediendo locales, pero necesitaríamos uno propio para no estar itinerantes, poder desarrollar actividades de manera continua, un lugar donde nos puedan localizar y venir a conocer. También necesitaríamos un espacio en los medios como el que tú nos ofreces ahora para hablar sobre la Asociación, sobre quiénes somos, lo que hacemos para aquel que lo pueda necesitar, para los que se quieran sumar. Las redes sociales tienen mucho tirón, nos manejamos bien en ellas, pero hay mucha población a la que no se puede llegar solo a través de ellas. Hacen falta espacios donde nos inviten a charlar para poder seguir extendiendo la voz y nuestra idea.
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-¿Quiénes formáis Abrazos verdes?
-La junta directiva está formada por personas “supervivientes” que hemos perdido alguien por suicidio. Luego colaboran de manera altruista profesionales especialistas en salud mental que son expertos en conductas suicidas y en duelo por suicidio. Fíjate que hasta hace muy poco en la carrera de psicología, que se estudia en cinco años, sólo dedicaban un trimestre al tema del suicidio. Las personas que colaboran con nosotros tienen una amplia formación sobre el tema porque se la han costeado ellos mismos de forma privada. En Oviedo tenemos a la psicóloga Angélica Rodríguez, en Avilés a Paula Marín, en Gijón a Jesús Rivero además de Silvia Menéndez que es psicóloga y bombera; Teresa Bobes Bascarán que es psicóloga del Centro de Salud Mental de La Corredoria (Oviedo); todas ellas son personas muy cualificadas.
«Esta entrevista hubiera sido impensable hace seis años. Que podamos hablar en estos términos es síntoma de que como sociedad se está avanzando»
-Ha sido también un tema muy silenciado en los medios de comunicación.
-Sí, durante muchos años se decía que en los medios de comunicación no se podía hablar de suicidio por el famoso efecto Werther o efecto de imitación, un estudio que se hizo en los años 60 en Estados Unidos donde se observó que después de un caso mediático de suicidio de un famoso había mucha gente que lo imitaba en los meses posteriores. Esa creencia estuvo en vigor muchos años. Ahora se sabe, y además está contrastado científicamente, que el efecto Werther o copia se puede dar, pero también se puede producir el efecto Papageno: informar adecuadamente sobre el suicidio en los medios, ofrecer recursos como, por ejemplo, un teléfono donde poder llamar como ocurre con los casos de violencia de género, eso podría reducir los casos y salvar vidas. Hay que explicar que un suicidio siempre es multicausal, multifactorial y que la prevención es posible porque ya se está haciendo.
-¿Ves avances en este tiempo?
-Sí, porque esta entrevista que estamos teniendo tú y yo hubiera sido impensable hace seis años. Que podamos hablar en estos términos, que además vayas a publicarlo, que la Consejería de Salud se esté planteando un proyecto de bienestar emocional en institutos y colegios… es síntoma de que se está avanzando. Falta una estructura a nivel estatal, un plan nacional de prevención, recursos asociados para ponerlo en práctica. El estado de bienestar tiene muchas cosas buenas y tiene otras que faltan y es la sociedad civil la que empuja para que estos cambios se produzcan, la que reclama dónde se necesita y la urgencia que tiene. En este sentido soy optimista porque se están produciendo cambios, no a la velocidad deseada pero ahí están, lo importante es que cada uno, donde esté, ponga su granito de arena.
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