Elba no se había preparado para la despedida.
Nunca se habría imaginado así aquel momento.
Se sentía invadida por el desasosiego que le generaba la certeza de no volver a ver a Ager.
“Nunca más”, pensó, como si su alma la alentase a exprimir los siguientes instantes al máximo; lo más probable es que aquellas fuesen las últimas palabras que cruzaría con su salvador, con su único amigo. Aun así, algo en lo más profundo de su interior le dictaba que estaba haciendo lo correcto.
Por su parte, Ager aguardaba a la muchacha en cubierta con un gesto enjuto, como si un enfado recién inventado le sirviera de mampara para ocultar su verdadera tristeza. Era obvio que con el transcurrir de los días se había encariñado con la fresca compañía de Elba y en cierto modo él también había aprendido mucho de su reciente compañera de viaje.
Sin dar tiempo a la emotividad, Ager presentó aquellos dos hombres a Elba.
Elba trató de encontrar la esquiva mirada que Ager escabullía tras su ceño fruncido, hasta que el silencio no dejó otra opción que el inevitable choque de sentimientos.
—Elba, ellos son Nel y Xandru —acompañó sus palabras de un gesto que con la mano invitaba a Elba a acompañar a aquellos pescadores— te llevarán a tierra y cuidarán bien de ti. Procura seguir bien los consejos de Xandru, él conoce mejor que nadie estas costas.
Elba trató de encontrar la esquiva mirada que Ager escabullía tras su ceño fruncido, hasta que el silencio no dejó otra opción que el inevitable choque de sentimientos. Las palabras no alcanzaban a salir de sus labios, como si un nudo en el estómago no le permitiese expresar la gratitud y el cariño que guardaría por siempre al singular patrón del Lluz de Serena.
Aquellas palabras que no lograba pronunciar se agolparon como borbotones de agua salada tratando de escapar de sus ojos. No pudo contener las lágrimas por mucho tiempo, tan solo atinó a abrazar a su amigo con toda la fuerza del alma. Él la recibió con los brazos abiertos, adoptando la condescendiente actitud que un sabio hombre de mar, acostumbrado a las despedidas dolorosas, debía asumir en semejante situación.
—Gracias —fue todo lo que Elba logró pronunciar entre sollozos— Nunca te olvidaré.
Una amplia sonrisa iluminó de pronto la cara de Ager como si hubiese recordado algo importante.
—¡Hablando de recuerdos! —metió la mano en uno de sus bolsillos y sacó un brazalete dorado que a Elba le resultó tremendamente familiar— Esto te pertenece, estaba enganchado al barril donde te encontré. Espero que te ayude a recuperar algún pasaje perdido de tu memoria y, sobre todo, deseo que te proteja allá a donde vayas. También me gustaría que te llevases esto —Ager le puso en el cuello a Elba una pequeña caracola de mar atada a una fina hebra de cuero, a modo de collar— Siempre que lo necesites podrás escuchar el mar en su interior.
Los dos se miraron y sonrieron.
Dada la emotividad de aquella ceremoniosa despedida, Xandru y Nel destaparon sus sombreros de pescador en un gesto solemne y permanecieron en silencio mientras observaban la escena con respeto. Las lágrimas asomaban también en los ojos de Nel pues el muchacho, que era el más joven de los dos, parecía haberse contagiado de los sentimientos que emanaban del momento.
Los pescadores ayudaron cortésmente a Elba a subir a bordo del Xalandrín, un modesto navío pesquero carente de cualquier tipo de decoración a excepción de unas llamativas letras rojas que destacaban sobre el casco blanco y en las que podía leerse claramente el nombre de aquella barcaza. Resultaba casi diminuta en comparación con la eslora del Lluz de Serena.
Elba se acomodó a estribor y observó entre lágrimas cómo la figura de Ager, que parecía imponente agarrado al timón, se hacía cada vez más y más diminuta con la distancia, y más y más borrosa entre sollozo y sollozo.
Los pescadores ayudaron cortésmente a Elba a subir a bordo del Xalandrín, un modesto navío pesquero carente de cualquier tipo de decoración a excepción de unas llamativas letras rojas que destacaban sobre el casco blanco.
Permaneció oteando el horizonte durante mucho tiempo después de que el Lluz de Serena se perdiese en la lejanía; continuó derramando lágrimas hasta quedarse dormida por el agotamiento del llanto. Nel, conmovido por la tristeza, le tendió una manta sobre los hombros a aquella enigmática muchacha que lloraba en silencio.
En la nebulosa de su ensoñación se dibujaban imágenes entremezcladas con recuerdos, sueños que se le antojaban reales, paisajes que desde el mar recortaban la silueta cada vez más cercana de una costa abrupta y salvaje; como si un gigantesco continente lo acaparase todo en la lejanía al remarcar su silueta.
Elba, mecida por las suaves olas de aquel placentero sueño, percibía cómo su cuerpo flotaba y se acercaba más y más a la orilla de una playa que refulgía en colores fosforescentes con cada romper de las olas.
Todo brillaba a su alrededor, con una luz azulada, casi espectral.
Las algas iluminaban el agua como millones de luciérnagas, entremezclando sus reflejos con las estrellas y conformando un conjunto de puntos luminiscentes de inigualable belleza. Todo era calma en aquel lugar onírico y maravilloso con el que Elba soñaba, hasta que tras una roca solitaria vio emerger la figura grotesca de un hombre cuyo cuerpo parecía plagado de escamas y aletas semejantes a las de un pez. Los ojos rojos refulgentes de aquel horrible ser que contrastaban con los tonos azulados del inminente anochecer, la miraban directamente.
A continuación pudo ver cómo aquel hombre-pez se introducía en el agua y avanzaba en dirección a ella. Al sumergirse en las oscuras aguas su silueta pareció desplazarse vertiginosamente. Justo cuando Elba creyó que iba a ser alcanzada por aquel monstruo marino, el sueño se transformó de pronto en pesadilla y despertó de un sobresalto al tiempo que Nel le ponía la mano sobre el hombro y preguntaba con tono amable:
—¿Te encuentras bien?
—Sí, gracias, estoy mejor.
Todo era calma en aquel lugar onírico y maravilloso con el que Elba soñaba, hasta que tras una roca solitaria vio emerger la figura grotesca de un hombre cuyo cuerpo parecía plagado de escamas y aletas semejantes a las de un pez.
Elba no había tenido tiempo de recapacitar acerca de aquellas personas sobre las que ahora descansaba su propio destino. Intuyó que serían padre e hijo.
Nel era un muchacho que aparentaba una edad similar a la de ella, aunque su gesto maduro dejaba entrever que la dureza del trabajo había forjado un carácter honesto y recio, tal y como su padre le había enseñado. Todo indicaba que ambos pescadores se compenetraban perfectamente en el trabajo.
Xandru permaneció en un prudente silencio, agarrado a la vara del timón en todo momento, procurando mantener las velas hinchadas y marcando diligentemente el avance en dirección a la costa.
—Solo ha sido una pesadilla…
Nel parecía escucharla atentamente. Era obvio que aquella situación extraordinaria desataba la imaginación del joven pescador. Procurando ser amable y para romper el hielo, trató de entablar conversación con la misteriosa muchacha que tiritaba acurrucada junto a las cajas de pescado.
—¿Y qué es lo que soñabas?
—Pues… Todo brillaba con un color azulado… La preciosa orilla de una playa… Las algas… Las estrellas y las luciérnagas formaban un espectáculo de luces maravilloso — Elba hizo una pausa para ordenar en su mente la secuencia de imágenes correcta mientras Nel la escuchaba con atención—. Cuando la barca se acercaba a la orilla, pude ver a un hombre con escamas y ojos rojos que se introducía en el agua y trataba de embestirnos…
Xandru se puso en pie de un salto.
—¿Has dicho escamas y ojos rojos?— se mostró tremendamente preocupado por algo que Elba había dicho.
—Sí. Parecía mirarme directamente, como si yo fuese una presa y…
El semblante de Xandru adoptó un tono de urgencia y lanzando una mirada apremiante a Nel le indicó con aspavientos:
—¡Tápala muchacho! Tápala y escóndela tras las cajas del pesado, ¡vamos!
Nel obedeció la inusual orden de su padre sin dilación y arropó a Elba bajo una gruesa lona que habitualmente utilizaban para proteger las capturas. Elba obedeció sin rechistar, se mantuvo en silencio tratando de ignorar el olor a pescado y escuchó atentamente.
—¿Qué ocurre padre?— preguntó Nel intrigado sin elevar excesivamente la voz.
—L´home marín…— Xandru pronunció aquellas palabras en un susurro, con la mirada perdida, como si aquello le trajese lejanos y tenebrosos recuerdos— L´home marín…
El pescador se aferró a la vara del timón como si de ello dependiera su vida y puso rumbo corto hacia la costa, que ya podía divisarse en la lejanía. De vez en cuando lanzaba una mirada nerviosa en todas direcciones como si esperase una repentina desgracia.
La voz grave de Xandru adoptó un tono de misterio al rememorar las historias que se contaban acerca de aquel hombre maldecido, que una vez había abandonado la tierra firme para adentrarse en la mar.
—Permanece alerta muchacho, amárrate a la proa y otea bien. Debemos alcanzar la costa antes del anochecer o no podremos ver si se acerca por debajo del casco.
—Pero… ¿Quién es L´home marín?— preguntó Nel sin comprender nada.
—En algunos lugares lo llaman “El repunto”, “El Hombre-Pez”… Es el peor demonio que puede acecharte mientras arribas la costa, pues aprovecha las crestas de las olas para abalanzarse sobre las barcas.
La voz grave de Xandru adoptó un tono de misterio al rememorar las historias que se contaban acerca de aquel hombre maldecido, que una vez había abandonado la tierra firme para adentrarse en la mar.
—Dicen que respira agua como los peces, que sus garras pueden destrozar las redes y las velas— mientras hablaba, acompañaba su historia de gestos feroces y muecas retorcidas, teatralizando los rumores que seguramente habría escuchado en alguna taberna y que los pescadores juraban por ciertos.
Nel escuchaba boquiabierto.
Elba buscó la forma de mirar a través de un descosido en aquella maloliente lona para observar la representación que Xandru había comenzado a relatar como un viejo lobo de mar, al más puro estilo de los Texedores de Lleendes.
—También se cuenta que habita las rías, que se esconde en cuevas y que acecha a las jóvenes para raptarlas y devorarlas…— Cuando Xandru se aseguró de haber amedrentado a ambos jóvenes, guardó un dramático silencio y volvió a asirse a la vara del timón.
Nadie pudo verlo, pero oculta tras la poblada barba y el ala del sombrero del pescador, una sonrisa socarrona asomó durante un instante por el rostro del viejo Xandru.
La noche se escabulló del silencio a bordo del Xalandrín justo cuando Elba pudo escuchar, por primera vez en mucho tiempo, cómo las olas rompían sobre las rocas.
La playa parecía estar ya muy cerca, aunque no podía ver nada bajo aquella gruesa lona.
(Continuará…)
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