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viernes 22, noviembre 2024

Mito y realidad de las ballenas

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Con el nombre de “Ketos” se designaba en la Antigua Grecia al monstruo marino sin especificar, poco a poco fue designándose con este apelativo a las ballenas y otros congéneres, de hecho de ahí deriva la palabra cetáceo.

Según Plinio El Viejo (siglo I de nuestra era) un tal Scaurus de Joppa había llevado a Roma el esqueleto de un “Ketos” de doce metros de largo (probablemente un rorcual). En el yacimiento castreño de la Campa Torres (Xixón) apareció un resto de ballena (probablemente Eubalaena glacialis, en la actualidad una especie extinguida), lo que induce a pensar en su caza o el aprovechamiento del animal varado. Durante la Edad Media europea siguió siendo considerada un monstruo marino que tenía por costumbre echar arena sobre su espalda para semejar una isla y así engañar a navegantes incautos que desembarcarían allí y la ballena se sumergería ahogándolos. (Leyendas de este tipo pueden verse en los viajes del monje irlandés San Brendan y en los viajes de Simbad el Marino).

Muchos fueron los pueblos costeros asturianos que tuvieron un pasado ballenero

Un antiguo documento fechado en 1232 habla de la caza de ballenas en Entrellusa (Perlora-Carreño) donde los arrendatarios tenían que pagar en maravedís y barriles de saín a los monjes del monasterio de Santa María d’Arbás. La caza y aprovechamiento de las ballenas continuó y en 1695 el padre Carballo comenta en su obra “Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias” lo siguiente: (…) “Hay un pez tan monstruoso en este mar de Asturias, que solamente las barbas se venden en mucho dinero, y el pez trae a los que lo pescan, de provecho más de mil ducados y lo más es de la grasa, que llaman saín, con que se alumbra la gente común de esta tierra”. Evidentemente por aquel entonces no estaban catalogadas como mamíferos marinos. Poco a poco esta caza despiadada llevó a varias especies de cetáceos a la extinción, principalmente cuando se extendió el uso de arpones explosivos en el siglo XX.

Los huesos de estos cetáceos también se usaban de mobiliario o como elemento constructivo. González Posada (1745-1831) comenta cómo eran usados en Candás vértebras como asientos y costillas como dinteles de las puertas. En la actualidad no queda nada de esto, pero sí podemos ver en Gobiendes (Colunga) una vértebra haciendo de muela en el pegoyu de un hórreo.

Muchos fueron los pueblos costeros asturianos que tuvieron un pasado ballenero (Porto Veiga, Lluarca, Candás, Xixón, Llastres, Llanes, etc…) de los cuales todavía queda algún recuerdo toponímico como L’Atalaya, el lugar desde el cual se divisaba el paso de cetáceos cerca de la costa para después embarcarse e ir a cazarlos. También podía tratarse de otros cetáceos como los calderones, aquí conocidos como botos o arruaxes.
Al final el temible monstruo marino, el “Ketos” de la antigüedad quedó convertido en víctima de la codicia humana.

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