En la costa castropolense las estaciones cambian los colores, el ritmo y las actividades a realizar. Con el otoño llegan las aguas grises, las pausas en el quehacer diario, el avistamiento de aves y los paseos tranquilos por la arena. En el verde interior, las sendas atraen al caminante hacia parajes únicos.
Castropol es costa, pero también interior. Al llegar el otoño, esa dualidad ofrece multiplicidad de sugerencias para pasar los días a ritmo tranquilo.
La montaña, valles, praderas y bosques invitan al senderismo o los paseos a caballo entre suelos alfombrados de hojas crujientes. El Valle de Obanza permite descubrir rincones y pueblos pintorescos, mientras que el Monte Pousadoiro conduce entre bosques hacia su cima redondeada. El agua de los ríos vuelve a reinar con la llegada de las lluvias y la Cascada del Cioyo recupera su espectacularidad. Entre el sonido del agua, hay quien asegura escuchar el llanto de la Xana que protagoniza una leyenda local.
Al acercarse al mar, las opciones se multiplican, puesto que el concejo asoma tanto a la ría del Eo como al mar Cantábrico a través de sus cuatro playas: las calas San Román y Figueras, la tranquila y recogida playa de Arnao, y la impresionante playa de Penarronda, de alto valor ecológico. En sus 800 metros de arena se pueden dar paseos por la orilla, relajando los pies y respirando la brisa marina, que levanta el ánimo y previene los catarros, según reza la sabiduría popular. Para observar el mar en su faceta más brava, la sugerencia es acercarse a la Punta de la Cruz, desde la que se divisa el horizonte.
Donde el agua permanece más sosegada es en el interior de la ría, donde asoman Figueras y Castropol, las dos villas más grandes del concejo. En ambas hay emblemáticas construcciones de siglos pasados, levantadas en piedra, como la capilla de Santa María del Campo, la iglesia de Santiago, el Palacio de las Cuatro Torres, la Casa Palacio de Villarosita, el Palacio Valledor, el Palacio de los Marqueses de Santa Cruz o el Parque Vicente Loriente, todo en Castropol. En Figueras impresionan el Palacio Trenor, el Palacete Peñalba y la capilla de San Román adosada a la torre atalaya, que ofrece una amplia vista de la costa.
Tras abandonar la civilización, en la ría del Eo es imprescindible conocer la Ensenada de la Linera con el islote de Turullón enfrente. Las vistas, la belleza e historia del lugar, y el arenal del Tesón que aparece en bajamar es una combinación única para el relax.
La estación otoñal es además la más indicada para el avistamiento de aves como patos, limícolas, gaviotas o garzas, muchas de las cuales recalan desde septiembre a mayo en la ría, mudan la pluma y se alimentan para pasar el invierno.