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lunes 25, noviembre 2024

Angliru, un nombre para el desafío

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El reto tiene forma de montaña en Asturias. La llegada el pasado día 4 de septiembre de la Vuelta Ciclista a España al Alto de l’Angliru ha contribuido a alimentar al mito que rodea al puerto riosano. Inmensamente dura pero inmensamente bella, así es una subida que muchos califican como infernal y otros como una carretera que lleva al cielo. Sea como sea, todos quieren medirse con el puerto y quienes lo conquistan caen rendidos a sus pies.

Hace ya 15 años que Miguel Prieto, en aquella época director de información de la ONCE, descubrió una estrecha carretera de montaña por la que apenas circulaban más que ganaderos, vacas y algún que otro visitante. Impresionado por el Angliru, él mismo escribió a Unipublic, la empresa organizadora de la Vuelta Ciclista a España para hablarles del puerto, sin duda escenario ideal para una gesta ciclista. El lugar estaba situado en la Sierra del Aramo, en el concejo de Riosa, municipio situado a tan sólo 17 kilómetros de Oviedo. Su insistencia condujo a que la Vuelta Ciclista a España incluyera este escenario en su recorrido en 1999. Sus atroces pendientes causaron entonces revuelo en el mundo del ciclismo, que por un momento temió que el gran gigante destrozase a sus gladiadores ciclistas. Y bien es verdad que estos sufrieron para conquistarlo. Jose María Jiménez, ‘el Chava’, fue el primero: convirtió el Angliru en una leyenda y unió para siempre su nombre a la de esta mole rocosa. Desde entonces, cada vez que un escalador conquista su cima resuena en la lejanía el nombre del Chava y se recuerda su figura saliendo de entre la niebla.

De nieblas sabe mucho la montaña riosana. De hecho, en las cinco veces que la Vuelta Ciclista ascendió a este paisaje sólo una vez se mostró completa a los ojos de los visitantes. Normalmente es la niebla la que acompaña a los ciclistas, les recuerda que están participando de un escenario mítico que por lo empinado de sus rampas parece conducirles al cielo.

Juanjo Cobo, el corredor cántabro de Cabezón de la Sal ha sido el último en coronar el coloso. La gesta tuvo lugar el día 4 de septiembre y fue el primer paso para proclamarse campeón de la Vuelta. Es lo que tiene el Angliru. Dicen de él que es determinante en una competición de este tipo y en esta ocasión volvió a demostrarlo. La montaña eligió a un ciclista que pocos meses antes había pensado en dejar este deporte y le dio su fuerza. El Bisonte de La Pesa, como se conoce a este corredor, se reconcilió consigo mismo y la montaña lo elevó a los altares del ciclismo. El puerto, de paso, se metió al público en el bolsillo.

Los ciclistas llegaban y debían abrirse paso por un estrecho pasillo, entre los gritos y vítores de los espectadores. El espectáculo fue inmenso. ‘Ciclismo en estado puro’, calificaron los entendidos.

La etapa Avilés–Alto de L’Angliru fue la más vista por los espectadores. Fue todo un revulsivo para los amantes del ciclismo, que soñaban con la victoria de un español y que disfrutaron con las imágenes de rampas inmensas llenas de aficionados. No cabían más banderas, más colores, más gente en la Cueña les Cabres e incluso en curvas situadas a mayor altura. El público respondió con creces, acudió en masa a animar a los ciclistas, y muchos de ellos establecieron el día anterior su campamento base en el área recreativa situada a media montaña. No importaron las bajas temperaturas ni tampoco fue impedimento que el día de la Vuelta la carretera estuviese cortada al tráfico, lo que obligaba a subir el puerto a pie. Los espectadores iban a ver el sufrimiento de los ciclistas y ellos tampoco reservaron energías, así que desde primera hora de la mañana oleadas de aficionados subieron en dirección a las rampas más potentes. Algunos cubrieron 14 km. en bicicleta y muchos lo hicieron caminando con sus pancartas y su propio avituallamiento para una jornada que se presentaba larga. Daba igual la espera, lo importante era estar bien situado para cuando llegasen sus ídolos a lomos de la bicicleta. Los ciclistas debían abrirse paso por un estrecho pasillo, entre los gritos y vítores de los espectadores. La respuesta del público emocionó a más de un ciclista veterano, y por un tiempo se volvió a ver una etapa como las de antes, aquellas que por sí mismas crean afición.

El espectáculo fue inmenso. “Ciclismo en estado puro”, calificaron los entendidos. El éxito de la etapa sorprendió en esta ocasión hasta a los mismos organizadores, que rezaban para que todo saliese bien. Y sus peticiones fueron atendidas: no llovió, ningún coche quemó el embrague, no hubo accidentes y los aficionados se comportaron ejemplarmente y demostraron una gran generosidad animando a todos los ciclistas, con independencia del equipo al que perteneciesen.

En realidad los deportistas buscan demostrarse a sí mismos que son grandes y la montaña se lo permite. Por eso, desde hace años han subido por sus pendientes miles de personas, algunas con demostraciones increíbles y pintorescas. Hazañas épicas como la de Saturnino González, el orensano que ataviado con su traje de camarero subió el Angliru portando una bandeja con doce copas de champán. El toledano José Rodríguez, también camarero, subió con una bandeja llena de tazas con agua. El atleta zamorano Luis Posado completó sin descanso los 256 km. que separan la capital de Zamora hasta llegar al Angliru. El salmantino Vicente Martín subió en silla de ruedas tras cinco horas de esfuerzo, y cuando ya se creía haber visto todo lo posible, el vasco Juan Loidi lo sube marcha atrás, sentado en el manillar de su bicicleta.
La belleza de llegar al final del recorrido es inmensa, proporcional al esfuerzo titánico. El sabor de la victoria compensa con creces el sufrimiento. Sin quererlo, al coronar el Alto ya han pasado a formar parte del mito del Angliru.

Fernando Fernández Fra
Fernando Fernández Fra / Foto: Fusión Asturias

El más difícil todavía
Fue sin duda una de las “otras” imágenes de la etapa de la Vuelta Ciclista a España 2011. Fernando Fernández Fra, natural de Ponferrada, conquistó la explanada del Angliru subido en su monociclo. Mientras el público esperaba la llegada de la carrera, era fácil adivinar a qué altura estaba Fernando por la algarabía y los ánimos que provocaba a su paso. “En La Cueña les Cabres se me fue varias veces el monociclo, no tenía fuerzas para controlarlo, pero al final conseguí subir. La gente anima mucho. Interactuar con el público, ver sus caras de asombro y reirte con ellos es muy divertido”.

Fernando, que es ingeniero técnico en electrónica, dedica mucho tiempo a hacer deporte. No es el primer puerto que aborda de esta manera tan peculiar, en su Bierzo natal ha subido varios con pendientes muy pronunciadas, pero nada comparado con esto. “El Angliru es mucho más largo y te lleva al límite. Se sufre mucho, pero es lo que tiene el ciclismo”. El monociclo no tiene cambios ni desarrollos, por lo que todo queda en la pericia y la fuerza del que lo maneja. Vivir de cerca algunas de las etapas de la Vuelta ha sido una buena experiencia. “Es muy bonito ver todo lo que gira alrededor. Conseguí un pase para poder estar dentro de la meta y me lo pasé ‘pipa’ con la gente. Eso es lo más importante, y sobre todo en estos tiempos”.

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