En el paisaje del campo y de los cazadores, los perros son los auténticos protagonistas y algunos de ellos, los dueños de la situación por su inteligencia y viveza. Entre ambos se establece una relación de amistad profunda que supera en muchas ocasiones el afecto entre humanos.
Recientes hallazgos de restos óseos en Siberia aseguran que la relación entre humanos y perros comenzó hace unos cuarenta mil años. Los restos encontrados no solo hablarían de la presencia de cánidos y hombres sino que probablemente cazaban juntos, a juzgar por la abundancia de presas más pequeñas encontradas en dicho registro arqueológico.
Al parecer, cuando los humanos empezaron a hacerse sedentarios, aprendieron a confiar en los lobos que merodeaban por sus enclaves, ayudándoles en la protección y también en la caza a cambio de comida. De ahí surgió una profunda relación que ha llegado a nuestros días.
Casi todas las cuadrillas cuentan con una jauría de perros propia, en caso contrario tienen que contratar a un grupo de monteros. El trabajo de los perros, además de ser insustituible, se convierte en un espectáculo fascinante de enorme belleza y plasticidad. El ladrido de los sabuesos, el rastreo, las carreras, su habilidad para coger las piezas abatidas, para muchos cazadores es más emocionante que el mero hecho de disparar. La caza sin perro se considera incompleta. Un buen cazador siempre quiere ir acompañado de un buen perro por el que siente enorme respeto y admiración. Normalmente, su relación se forja a lo largo de los años, ya que en la mayoría de casos el propio cazador se ha encargado de criarlo, le ha dedicado muchas horas de adiestramiento, de caminar por el monte para que desarrolle su instinto cazador bajo la atenta mirada de complicidad de su amo… En definitiva, “para un cazador, su perro o sus perros forman parte de su vida. Porque nosotros entendemos la caza como un binomio, un vínculo inquebrantable”, asegura Valentín Morán, presidente de la Federación de Caza de Asturias