El 8 de julio de 2012, mientras escalaba una vía con un cliente en Peña Olvidada, el guía de montaña Víctor Sánchez sufrió un accidente. Cayó desde una altura de más de treinta metros y todo el impacto lo sufrió uno de sus pies. La Aventura de su vida comenzó en ese momento.
Víctor Sánchez es un espíritu inquieto. Entre risas reconoce que tuvo una infancia peculiar. Como sus padres no conseguían “meterlo en cintura”, decidieron mandarlo a la Escolanía de Covadonga donde estuvo desde los seis hasta los doce años. En el año 95 participó en el programa de Teresa Rabal, Veo Veo, tocando el violín. Pero cuando salió del internado, descubrió la montaña y ya nada volvió a ser lo que era. A lo largo de la entrevista asegura una y otra vez que, gracias a toda la gente que se cruzó en su camino después del accidente, es ahora quien es y está como está.
Junto a Santi de la Vega, José Allende e Ignacio Cadenava, grabó dos documentales: Resiliencia y El arte de la libertad. Fue su forma de dar las gracias y de intentar ayudar a todo aquel que esté pasando por lo mismo que él pasó. “Mi objetivo era dejar claro que yo, en cada día que camino o en cada vía que abro, no estoy solo. Estoy gracias a gente que me ha puesto ahí”. Es su particular homenaje a la libertad y su humilde forma de dar las gracias.
Hace unos años decidió abandonar su trabajo como guía de montaña. Demasiados papeles y trámites burocráticos. Tras veintiún años ejerciendo, comenzó a trabajar en una empresa de trabajos verticales en altura que le permite tener tiempo para escalar y entrenar como a él le gusta: libre.
-Haber nacido en el seno de una familia de pastores y escaladores, ¿te marcó de alguna manera?
-Sí. Mi abuelo paterno fue pastor y uno de los primeros guías que hubo en Picos. Mi abuela también fue una pastora muy conocida, una de las “hermanas Martínez”. Ambos criaron a 9 hijos entre Bulnes, Caín y Vega de Ario, donde desarrollaron su labor como artesanos del queso Gamonedo además de ser los primeros guardas del refugio de Ario. Para mi padre, tíos y tías, la montaña ha sido muy diferente a como la vemos hoy en día, para ellos significó una vida muy dura y sacrificada ya desde niños, pasando hambre y muchas penurias. Yo empecé muy joven a escalar por mi cuenta. En una familia como la mía, humilde y pobre en lo material, ya sabías que los veranos y Semanas Santas mientras estudiabas tocaba trabajar, así que, con lo que ganaba, me fui comprando el equipo.
-De todas las personas que forman tu familia, ¿hay alguna que recuerdes de manera especial?
-Mis padres me tuvieron de muy mayores con lo cual yo empecé a tener contacto con mi abuelo a una edad tardía. Para mí siempre fue una referencia y todo lo que contaba me generaba mucha curiosidad. A partir de los trece o catorce años, siempre lo iba a ver y me contaba cosas. Yo le decía que mi sueño era escalar el Urriellu y todavía era muy joven cuando convencí al hermano de la novia que tenía entonces para que me acompañase. Él nunca había escalado, fuimos con muy poco material, nos perdimos en la pared, pero, al final, lo logramos. Mi único objetivo era hacerme una foto en la cumbre para enseñársela. Después, curiosamente, él me enseñó una igual a la mía, pero sin nada de material. Fue una cura de humildad tremenda. Sin quererlo, mi abuelo ha sido la persona que más me ha influenciado.
“Empecé a tener contacto con mi abuelo a una edad tardía. Para mí siempre fue una referencia y todo lo que contaba me generaban mucha curiosidad”
-Con la perspectiva que te da el tiempo, ¿dirías que te pareces a él?
-Él siempre fue muy soñador y sociable. Grupos de montaña de aquella época le quisieron mucho por el tipo de persona que era y creo que en eso nos parecemos bastante. Con 94 años le hicieron entrevistas y tenía una lucidez impresionante. Por muy poco y por suerte no vivió lo de mi accidente. Se murió con 98 años y, yo creo que lo hizo porque falleció mi abuela unos meses antes. Estuvieron casi 74 años juntos y se marchó de tristeza. Siempre tuve la paranoia de pensar que todo esto que hago tiene algo que ver con la vida que ha tenido mi familia y de dónde vengo.
-8 de julio de 2012. Estabas escalando con un cliente en Peña Olvidada (Fuente Dé, Cantabria). Y de repente…
-Cuando escalas estas montañas lo haces en tramos de 30 o 50 metros. Te paras y desde ahí aseguras a la otra persona. En un punto intermedio me rompió un agarre. Era una zona fácil, no creo que fuese por exceso de confianza ni nada, simplemente rompió. Me caí, arranqué los seguros que había colocado y caí unos 30 o 35 metros. Todo el impacto fue contra mi pie. Recuerdo que lo primero que pensé fue: “¡me cago en la puta! ¿Qué va a pensar el cliente de mí?”. No es habitual que un guía se caiga. Yo no sentía nada, miré hacia arriba para ver desde dónde me había caído y vi sangre. Ahí fue cuando me asusté y empecé a auscultarme el cuerpo y me fijé en el pie.
-En ese momento ¿tomó el mando la razón o el miedo?
-Me quedé como diez o quince minutos bloqueado, después ya reaccioné, miré hacia arriba y le dije al cliente que estaba bien. Me hice unos torniquetes porque estaba perdiendo mucha sangre, le pedí al cliente que me descendiese lo que quedaba de cuerda, con la suerte de encontrar una chapa de escalada de otra vía y ahí me anclé, recuperé las cuerdas y pude bajar hasta el suelo yo solo. En total serían 90 o 100 metros. Esta pared es muy visible desde una pista y, curiosamente, allí había un médico del hospital donde me operaron en Valdecillas, que fue el que llamó al 112 y les contó mi situación de manera detallada. Él fue el que me dijo que el GREIM venía en todoterreno desde Potes. Como yo conocía la zona, sabía que iban a tardar horas en llegar hasta donde estaba. Trabajé de socorrista y tengo estudios en educación física así que sabía la gravedad de la lesión y la implicación de hacerme un torniquete a la altura de la ingle. Primero me lo hice en el tobillo, pero no conseguí nada, el segundo fue a la altura de la rodilla, pero tampoco arreglé mucho así que me lo tuve que hacer en la ingle.
“Yo no sentía nada, miré hacia arriba para ver desde dónde me había caído y vi sangre. Ahí fue cuando me asusté y empecé a auscultarme el cuerpo y me fijé en el pie”
-¿Cómo se siente uno cuando se ve más cerca de morir que de vivir?
-Si te digo la verdad, en aquel momento, como mi única obsesión era bajar, no pensé que me podía morir. Tenía más miedo de verme amputado que de otra cosa. De hecho, es una tara que me ha quedado. A día de hoy voy por la calle, me cruzo con una persona sin una pierna y me entra algo por el cuerpo que flipas.
-Después de varias horas difíciles, llegas al hospital y te encuentras con un médico que, a pesar de lo complicado de tu lesión, decide operar y no amputar. No sé si crees en las casualidades, pero parece que era alguien que estaba esperando a que llegases…
-En lo único que creo en la vida es en el destino y este hombre, que también es montañero, estaba ese día de guardia porque tenía que atenderme a mí. En todo el proceso se dieron muchas “casualidades”. De hecho, a Héctor, mi fisioterapeuta, le conocí tres meses antes del accidente porque un cliente mío le convenció de que hiciese el curso de escalada. A ese mismo curso vino una chica que se llama Silvia, que es directora de Mapfre, y su mejor amiga es la Jefa de Radiología del Hospital de Oviedo que después me consiguió una prueba muy importante. Mucha de la gente que se implicó en mi accidente y en la recuperación han sido personas que tal vez, por cuestión de segundos, no hubiese conocido. La vida ha puesto en cada momento a mi lado al que tenía que estar. En esto creo ciegamente y sin ellos, no estaría donde estoy, les debo la vida.
“Trabajé de socorrista y tengo estudios en educación física así que sabía la gravedad de la lesión y la implicación de hacerme un torniquete a la altura de la ingle”
-Decidiste hacer la rehabilitación por tu cuenta. ¿En base a qué tomaste esta decisión?
-Normalmente, cuando vas a un médico, su solución es darte pastillas y delegan muy poco en fisioterapeutas o tratamientos de homeopatía, además de obviar que eres deportista. Me mandaban hacer radiografías y, por lo que había estudiado, yo sabía que una necrosis solo la ves cuando ya no tiene solución. Pedía resonancias y me las daban con un plazo de siete meses así que llegó un momento en que solo sentía impotencia por pelearme constantemente con mi médica. Eso sumado a que en vez de darme morfina para calmar los dolores tan fuertes que tenía, me daba otras cosas y estaba empastillado todo el día, sin calmar el dolor y durmiendo una media de 20 minutos diarios durante más de dos meses. De hecho, ahora tengo problemas de alimentación probablemente por toda la medicación que tomé. Llegó un momento en el que decidí pasar, guiarme por sensaciones y que fuese lo que tenía que ser. El pronóstico malo ya lo tenía, así que había poco que perder. El Doctor Maestro se enteró de mi caso y me dijo: “sal al monte, haz lo que te dé la gana porque te están diciendo que te van a amputar la pierna, ¿qué más te da destrozarla?”. Eso fue lo que me hizo tomar la decisión de hacer las cosas por mi cuenta. También es cierto que, a nivel de fisioterapia, por el curso normal de la Seguridad Social, no me hubiese recuperado y a esto se suma que tuve unas lesiones que los fisios nunca habían visto algo así.
-Tenías un porcentaje muy cercano al 100% de posibilidades de amputación y de no volver a caminar. ¿Qué fue lo que te hizo apostar por ti mismo?
-No quiero que suene vanidoso, pero muchas veces lo más fácil es quedarse sentado, quejarte y aburrir a los que tienes a tu alrededor. Pero la realidad es que intentarlo es gratis. Para mí verme para siempre sentado en una silla o sin una pierna, era tener un 80% de mi ser muerto. Sería una sentencia de por vida. Seguramente encontraría otras cosas, me reinventaría, pero la montaña y el ejercicio físico me da tanto que nunca quise renunciar a ello.
“Mucha de la gente que se implicó en mi accidente y en la recuperación han sido personas que tal vez, por cuestión de segundos, no hubiese conocido. La vida ha puesto en cada momento a mi lado al que tenía que estar”
-¿Con qué mentalidad afrontaste la rehabilitación?
-Me la tomé como un trabajo. Hubo días que invertí hasta 12 horas diarias en rehabilitación. Los dos primeros meses dormía una media de diez o quince minutos diarios por el dolor. De cara a la rehabilitación eso me entrenó mucho porque llegó un momento en el que lo tenía, pero no lo sentía. Decidimos hacerla sin tomar ningún tipo de analgésico porque era muy importante identificar el dolor. Por varias de las cosas que tuve una posibilidad bastante alta era sufrir una necrosis, así que era importante saber qué y cómo me dolía.
-¿La confianza en Héctor fue una herramienta más de trabajo?
-Tenemos una amistad tremenda. Con el tiempo me confesó la cantidad de veces que me había mentido piadosamente en el proceso. Más que de fisio, hizo de psicólogo. Te puedo decir que muchas veces, lo que hizo que saliera para adelante, fue la confianza de creer ciegamente en lo que él me decía aun sabiendo que, muchas veces, era más por animarme que por otra cosa. Que te mantengan animado y motivado en todo momento hace que sigas. Lo más duro de la rehabilitación es que al principio mejoras, después te estancas y hay un momento en el que empeoras un poquito. Esto en lesiones graves genera problemas y yo los viví. Héctor supo gestionarlo muy bien. Le debo la pierna y la vida como tal y como la entiendo.
-Supongo que a lo largo del proceso, tu relación con él pasaría del amor al odio con mucha frecuencia…
-La primera semana de rehabilitación, perdí ocho kilos en la camilla, me hizo pasar mucho dolor, pero todo lo vivimos juntos. Se implicó de una manera absoluta. Me dijo que me fuese a vivir a su casa porque así me podía ir tratando a ratos. Él también lo pasó mal porque ver a un amigo pasando ese dolor no es agradable. A día de hoy todavía me pasa una cosa buenísima y es que, si me descalzo y está él delante, mi pie empieza a sudar. Muchas veces la gente me dice que me lo curré mucho, pero yo nunca he estado solo. Soy consciente de que, si no hubiese tenido a ciertas personas a mi lado, yo no estaba como estoy.
“Te puedo decir que muchas veces, lo que hizo que saliera para adelante, fue la confianza de creer ciegamente en lo que mi fisio me decía”
-¿Te hiciste amigo del dolor?
-Sí. Es curioso porque ahora soy un quejica. Pero al principio fue muy duro. Tenía 240 puntos en el pie y cuando empecé con las curas fue terrible. En la Mutua eran nefastos y la que realmente me evitó una infección fue una enfermera que trabajaba en Benia de Onís que se llama Esperanza. Me dijo que fuese todos los días al Centro de Salud, que ella se encargaba. Me curaba limpiándome la herida con un bisturí y creo que ahí ya pillé callo. Antes de empezar a rehabilitar estuve tres meses y medio de dolor continuo las 24 horas así que sí que estoy bien entrenado.
-En todo este tiempo, seguro que hubo cien mil motivos para dejarlo todo. ¿Qué fue lo que te hizo seguir?
-Todo el mundo piensa que lo que me hizo salir adelante fue la montaña o la escalada, pero lo que me empujó a seguir fue mi hijo Julen. En aquel momento tenía siete años y lo pasé muy mal imaginando que podía condenar su vida a que me tuviese que cuidar si no me valía por mí mismo. Yo le dije a Héctor que mi principal objetivo era que hiciese lo que quisiera pero que, por lo menos, me dejase bien para poder jugar al fútbol con mi hijo. El amor fue lo que me empujó.
-¿Qué Víctor eras antes del accidente y cuál eres ahora?
-Yo le digo a todo el mundo que el accidente me vino muy bien. Tengo suerte porque vengo de una familia muy humilde y nunca fui una persona materialista, ni con grandes necesidades, pero cuando te ocurre algo así, si antes valorabas lo que tenías, después lo haces mucho más. Piensas que no puedes perder una hora del día e inviertes en vivir. Años después tuvimos una desgracia familiar y mis hermanas, que me sacan diez y once años, se dieron cuenta de que pasaban los días trabajando para conseguir cosas, pero no disfrutaban de la vida. A mí me reforzó más ese espíritu y también aprendí a darle a las cosas su medida justa. Claro que hay problemas, pero nos ahogamos en un vaso de agua por cosas que tienen fácil solución. También me hizo parar un poco. Siempre fui una persona muy activa, tuve mi época de flipado, de creerme el rey del mundo y todo esto te pone en tu sitio rápidamente.
-Viéndote antes y ahora, ¿dirías que has ganado o has perdido?
-He ganado. Aun sabiendo lo mal que lo pasé en cuanto a dolor, volvería a pasar por ello. Me ha servido para muchas cosas tanto a nivel personal como profesional. El otro día estaba hablado con una gente que está interesada en hacer una peli o un documental más largo de mi experiencia, y les decía que tal vez, si no hubiese tenido el accidente, no hubiese hecho todas las cosas que estoy haciendo ahora. He abierto un montón de vías de escalada en solitario de mucha dificultad, he sacado un libro sobre ello, y esto ha sido gracias a lo que he vivido.
“Todo el mundo piensa que lo que me hizo salir adelante fue la montaña o la escalada, pero lo que me empujó a seguir fue mi hijo Julen”
-De todo lo que has aprendido, ¿qué es lo que más valoras?
-Siempre me he considerado una persona amable en el sentido de ayudar a la gente. En su día estuve en un grupo de espeleo socorro como técnico y de manera voluntaria. Si hay un rescate, dejaría todo lo que tengo que hacer, voy para allá y ayudo. Pero lo que más he aprendido es a pensar que hay buena gente en el mundo y que merece la pena ayudar porque nunca sabes lo que puede significar para esa persona que lo hagas. Normalmente cuando nos pasa algo nos lo tomamos todo de manera negativa y esto también me ha enseñado a tomarme todo en positivo.
-¿Qué piensas cuando escuchas a alguien decir “no puedo” o “esto me supera”?
-Es como si tienes un problema y por el lado derecho se abre un camino y por el izquierdo otro. Uno es el fácil, que es dejarlo todo y abandonarte y el otro es el que te supone un esfuerzo, aunque los casos son todos muy diferentes. Yo podía haber seguido el curso normal de la Seguridad Social, esperar a ver cómo quedaba, que me cuidaran y llorar por lo mucho que me dolía. Pero si tienes orgullo y algún tipo de motivación verdadera, lo intentas, es lo mínimo que podemos hacer como personas y por los que más te quieren y necesitan. Lo digo muchas veces respecto al dolor: siempre puedes un poco más. En mi caso, he llegado a desmayarme en la rehabilitación y sé que el umbral del dolor es muy ambiguo y cada persona lo vive de una manera, pero todo depende del objetivo que tengas. Lo bueno que tiene la montaña es que si tienes proyectos y sueños, y lo das todo para cumplirlos, estás muy entrenado a la hora de sacrificarte. Muchas veces la gente espera que le caigan del cielo las cosas y para mí lo bonito y la gracia que tienen es que tienes que esforzarte.
“Aun sabiendo lo mal que lo pasé en cuanto a dolor, volvería a pasar por ello. Me ha servido para muchas cosas tanto a nivel personal como profesional”
-¿Para ti la soledad es un problema?
-Me entiendo bien conmigo mismo. Hoy en día, cuando tengo un problema o estoy preocupado por algo, me voy solo al monte y vengo nuevo. Nunca me gustó dar trabajo a los demás y mi abuelo y mi padre también eran un poco de esta manera. Creo que es una herencia que tengo de ellos. Llegó un momento en el que prefería ir solo al monte, llorar de dolor, no condicionar a nadie, hacer lo que me diera la gana y probar.
-Ante casos como el tuyo lo normal es empezar a usar adjetivos superlativos, mitificar a la persona que lo ha vivido y llamarlo héroe. Por el contrario, tú no haces más que hablar de esfuerzo, sacrificio y, sobre todo, mucho trabajo…
-Hay muy pocas personas que saben realmente por lo que he pasado. De hecho, al principio, me ofrecieron contarlo y no quise porque, sobre todo, no quería que se generase esa sensación. Lo que hay detrás de todo este esfuerzo son dos cosas: una, el amor propio de pensar que no le podía hipotecar la vida a mi hijo y otra la dedicación, el tomármelo como un trabajo. Lo primero que me dejaron hacer fue pedalear en una bici estática. Yo, de domingo a domingo, me iba de Benia de Onís a Llanes en bici, caminaba dos horas por la playa, volvía en bici y en una sala de escalada que estábamos construyendo por aquel entonces, escalaba con una zapatilla de andar por casa porque no me entraba ningún otro calzado. En todo el proceso me puse objetivos muy a corto plazo, pero pensando a largo plazo y eso es lo que me ha ayudado.
-¿Cómo conseguiste aislar la realidad que estabas viviendo del objetivo al que tú querías llegar?
-Yo me preguntaba “¿qué puedo hacer ahora? ¿Viajar?” Pues me fui a África a explorar barrancos y abrir una vía en el pico Cao Grande, la cual lo dio a conocer a escaladores de élite, siempre con tal de sentirme activo. Después ya podía dar un paso más y empecé a hacer cuevas. Aunque lo que realmente me gusta es el alpinismo y la escalada, fui utilizando otras cosas siempre pensando en lo que quería conseguir. Cuando me veía la gente ir al rocódromo en zapatilla de andar por casa se reían, pero a mí me daba igual. Ellos ignoraban lo que había, pero yo lo sabía con lo cual seguía siempre con la vista fija en el futuro y en los objetivos. Todo esto contando con que mi pie malo, si no lo veo, yo no sé si está apoyado o no porque no tengo sensibilidad.
“Siempre me ha gustado mucho la parte psicológica de la escalada y he aprendido a calmarme y gestionar las sensaciones cuando tengo que hacer algo muy peligroso”
-¿En qué momento sentiste que te habías recuperado?
-Cuando estaba con la pierna para arriba, abrieron una vía muy difícil en el Naranjo y uno de los aperturistas es amigo mío. Estaba en el sofá muerto de envidia, pensando en lo que daría yo por estar ahí. En aquel momento era un reto y, el año pasado, junto con otro amigo, fuimos y logramos hacer esa ruta en libre. Ese momento, fue como decir: se acabó todo. Ya está superado.
-¿Has aprendido a relacionarte con tus miedos?
-Sí. Muchas veces la gente me dice que soy un valiente y yo soy un cagao. Tengo un montón de miedos y el mayor de todos me asalta cuando veo roca que está un poco rota. Cuando voy a hacer una escalada muy difícil o peligrosa, la noche antes no duermo pensando en que no puedo hacer pasar a mi familia por lo mismo otra vez. A veces es una lucha interna de sentirme egoísta y al mismo tiempo tener la convicción de que lo quiero hacer. También te digo que, cuando amanece y voy a la pared, me olvido de todo. Siempre me ha gustado mucho la parte psicológica de la escalada y he aprendido a calmarme y gestionar las sensaciones cuando tengo que hacer algo muy peligroso. La montaña me desconecta tanto de todo que incluso lo hace de los miedos que tengo.
-¿Dirías que la montaña te obliga a ser quién eres?
-Sí, totalmente. Para mí es como ir al psicólogo. Yo la valoro por lo que me aporta y te aseguro que me dan igual las cumbres o las vías. Puede que mucha gente piense que todas las que he abierto es por ego y por demostrar todo lo que soy capaz de escalar, pero realmente han sido una terapia. Las hice por necesidad. Creo que las personas tenemos que aprender a dedicarnos tiempo a nosotros mismos sin depender de nadie. Es la mayor salud mental.
-¿Qué significa para ti la montaña?
-Es el sitio de pensar. El único lugar y momento, sobre todo cuando voy solo, en el que estoy en paz. Tal y como vivimos hoy en día, saber que puedes estar en un sitio de esta manera es una maravilla. Desde hace unos años, estoy haciendo una cosa muy friki que es recuperar caminos antiguos de pastores. Por un lado, lo empecé a hacer por conocer donde vivió mi familia y por otro porque liberas mucha adrenalina. No ves a nadie, estás solo, no hay ruido, solo ves animales. Estas cerca del coche, pero lejos de todo, de la sociedad, los problemas…
“Creo que las personas tenemos que aprender a dedicarnos tiempo a nosotros mismos sin depender de nadie. Es la mayor salud mental”
-Si tuviésemos siete vidas como los gatos, ¿cuántas dirías que has quemado?
-Creo que ya gasté muchas. He tenido sustos en muchos ámbitos y digamos que he estado más cerca de la muerte en otros sitios que en el propio accidente. De hecho, hubo uno post accidente explorando un barranco en África que lo conté por tres segundos.
-¿La vida en si misma tiene un sentido o se lo confieres tú?
-La vida en sí es ambigua, depende de cómo la proyectes te va a ir de una manera u otra. Llegar a tener la capacidad de ser feliz con poco está muy bien. Hoy en día las personas que necesitan de todo para ser felices tienen una condena económica que las va hacer tener que trabajar más, sacrificarse y esclavizarse. Pero puedes trabajar para construir una vida totalmente diferente. En las cenas de Navidad de mi casa siempre se metían conmigo porque para ellos era un hippie que no pensaba en aposentarse y comprar una casa. Es curioso porque lo que más me afectó en mi vida, más que el accidente, es que, en cuestión de una semana, mi compañero de escalada, un chaval de 28 años que se llamaba Klaus, se mató esquiando. Y, a los pocos días, a mi padre le dio un ictus que lo dejó vegetal durante seis meses hasta que murió. Cuando pasan cosas así, empiezas a pensar y llegas a la conclusión de que la vida trata de que tú la orientes hacia lo que quieres vivir. Si vives esclavo de un trabajo para pagar un coche que no te puedes permitir ¿de qué te vale? Lo que tengo claro desde el 2017, es que no quiero perder ni tan siquiera una hora. Me da igual lo que haga, pero me niego a hacerlo.
“A veces, sin que la consecuencia final sea mala, pasar por una experiencia traumática creo que sería algo necesario. Primero para conocerte a ti mismo y sobre todo para que valores lo que tienes”
-La sociedad del bienestar, ¿es el principal enemigo de la evolución personal?
-Yo creo que, si las cosas que quiero las consiguiese rápido, me acabaría aburriendo. Lo bonito es todo el proceso hasta que llegas. A veces, sin que la consecuencia final sea mala, pasar por una experiencia traumática creo que sería algo necesario. Primero para conocerte a ti mismo y sobre todo para que valores lo que tienes. Es el mayor aprendizaje, más que cualquier carrera universitaria que puedas estudiar.
-Para ti, sentarse y dejar que las cosas pasen, ¿es una opción?
-Lo que intento inculcarle a mi hijo es que, si tú lo das todo y no lo conseguiste, no pasa nada. Pero, ir a medias es algo que no se puede permitir. A la gente, cada vez le cuesta más dar todo lo que tenga. Yo en esto soy muy cabezón y también tengo mucho respeto por cómo vivió mi familia. Por ejemplo, siento una gran admiración hacia mi abuela y sus hermanas. Las admiro incluso más que a mi abuelo. Los pastores en Picos de Europa tuvieron una vida muy dura, pues imagínate eso mismo siendo mujer. Si tienes un poco de conciencia, orgullo y amor propio no te permites ciertas cosas.