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domingo 28, abril 2024

Cuentos para pensar

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“Los cuentos se escriben para que los niños se duerman y los adultos se despierten”
(Christian Andersen)

Entenderse es uno de los grandes desafíos del día a día y, sin duda, uno de los grandes desafíos de la humanidad. Es por ello que debemos comunicarnos de forma adecuada a fin de establecer una mejor interacción, una mejor relación y, en definitiva, un mejor entendimiento.

Tres actitudes son fundamentales para tal fin: las palabras correctas, la valoración del tiempo y el agradecimiento.
Son tres los cuentos que nos van a permitir reflexionar acerca de estos temas. Creo en el cuento como material terapéutico; material que, expuesto de forma sencilla, encierra un mensaje contundente.

El cuento del Sultán:
Un sultán soñó que había perdido todos los dientes y mandó llamar a un sabio para que interpretase su sueño. “¡Qué desgracia, mi señor! –exclamó el sabio–. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra majestad”. Qué insolencia –gritó el sultán enfurecido–. ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí! Y ordenó a su guardia que le dieran cien latigazos. Más tarde pidió que trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Después de escucharlo con atención, este le dijo: “Excelso señor, gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a vuestros parientes”. El semblante del sultán se iluminó con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro.
Cuando el sabio salía de palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado: “No es posible, la interpretación que habéis hecho del sueño es la misma que la del primer sabio; no entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro”.
Y el sabio afortunado dijo: “Recuerda, amigo mío, que todo depende de la forma en el decir”.

Y esa forma en “el decir” tiene que ver, como se ve, con el lenguaje, cómo decimos las cosas, cómo las definimos… y es que el lenguaje crea realidades diferentes… en palabras de Wittgenstein “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.
Y es que el lenguaje modifica nuestra forma de entender el mundo.

Creo en el cuento como material terapéutico; material que, expuesto de forma sencilla, encierra un mensaje contundente.

Otra actitud muy importante a la hora de relacionarnos con los demás tiene que ver con el tiempo, con el respeto del mismo cuando se trata del tiempo de “los otros”, del valor que le damos.
También un cuento nos puede ayudar a reflexionar acerca de esto.

Un laborioso padre llegó a su casa tras una intensa jornada laboral, un ejecutivo agresivo, un Hércules… 300 euros/hora.
Su vida era su trabajo, así que pagaba con dinero su ausencia. A su familia no les faltaba de nada, salvo su compañía.
Todos, creía pagados, todos felices.
Un día, al llegar a su casa tarde, como siempre, entró a la habitación de su hijo con la intención de darle un beso, pero su hijo estaba despierto, así que le reprochó ¿cómo es que aún no estás dormido? Mañana hay colegio.
-Ya papá, es que quería pedirte algo.
-¿De qué se trata?
-Necesito 50 euros.
-El ejecutivo se alteró: “no tengo bastante con los despilfarros de tu madre que ahora comienzas tú”. Y salió de la habitación dando un portazo.

Tras una ducha y unos minutos su mente se relajó y se planteó la pregunta: ¿para qué querría su hijo los 50 euros? Ni siquiera se lo había planteado, entonces la curiosidad le hizo volver a la habitación de su hijo:
-¿Para qué necesitas el dinero?
-Para algo muy importante pero no te lo puedo decir hasta que me des el dinero.

Llevado por la curiosidad el padre le dio el dinero. Entonces su hijo sacó unos cuantos billetes de la mesita a los que unió los 50 euros.
-Papá, con los 50 euros que me has dado ya tengo los 300 necesarios para comprarte una hora. Por favor, cógelos y apunta una cita conmigo para el próximo viernes, iremos a jugar al parque.

El tiempo no es oro, porque el oro se puede comprar. El tiempo es VIDA.

Las conclusiones:
El tiempo no es oro, porque el oro se puede comprar. El tiempo es VIDA.
Debemos, pues, valorar en qué invertimos nuestro tiempo y también debemos valorar el tiempo de los demás. Estamos faltando al tiempo de los demás, a la vida de los demás cuando:
– Les hacemos esperar sin justificación alguna.
– Cuando no asistimos a una cita sin avisar.
– Cuando les hacemos sentir que nuestro tiempo es más valioso que el suyo.

Por último, un cuento acerca del agradecimiento.

“Mi madre tenía un solo ojo y yo la odiaba porque me causaba vergüenza. Trabajaba de cocinera para sacar adelante a la familia. Un día, cuando yo estaba en Secundaria, acudió al Instituto para interesarse por mí, para ver cómo transcurrían mis estudios. Sentí vergüenza y se lo reproché cuando llegué a casa, incluso llegué a decirle que sería bueno que se muriera.
No sentí remordimiento, le había expresado la verdad. Solicité una beca para estudiar, me casé y no volví a ver a mi madre.
Un día ella apareció. Mis hijos que no sabían de ella se asustaron, ¡una abuela que aparece con un parche en el ojo! Entonces la eché de mi casa a lo que ella dijo:
-Lo siento, creo que me equivoqué de dirección.
Pasado el tiempo recibí una carta, donde se me comunicaba que estaba enferma. Cuando llegué había muerto y había dejado una carta para mí:
“Querido hijo, pensé mucho en ti, sentí mucho ir a visitarte y asustar a tus hijos. Siento haberte causado vergüenza en muchas ocasiones. Cuando eras pequeño tuviste un accidente y perdiste un ojo, por eso te di uno mío… y estuve contenta y orgullosa de que mejoraras la visión del mundo con mi ojo”.

Esta es la historia, la triste historia, la historia que se repite todos los días. Es una realidad cotidiana que se da con mucha frecuencia. Son muchos los ejemplos:
– Madres que no tiñen el pelo porque ir a la peluquería es caro.
– Madres a las que les faltan los dientes porque ir al dentista es caro.
– Madres que visten ropa ajada y pasada de moda porque tienen que ahorrar.
Y de ese “ahorro” le van dando a sus hijos para la ropa de marca, para el coche, para el piso y luego, esos hijos se avergüenzan de esa mano generosa, de tal forma que si van acompañados y la encuentran por la calle cruzan de acera porque su madre no da imagen.

El mensaje está claro, todos lo sabemos: “de bien nacidos es ser agradecido”. Pero es algo en lo que aún debemos trabajar mucho.
Con estas tres historias, tenemos material suficiente para una mejor comunicación.
Solo es necesario ahondar en el mensaje, interiorizarlo y ponerlo en práctica.
Su mundo puede cambiar.

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